Pleno de investidura. Segunda parte.
Nada ha cambiado en las últimas 48 horas. Se
han consumido dos jornadas de debate de investidura y una primera votación
fallida pero todo sigue igual. Nada se ha salido del guion previsto tanto para
los discursos como para los votos obtenidos. De hecho, visto lo visto, ni
siquiera ha habido el más mínimo esfuerzo para que ocurriera otra cosa por
parte del máximo responsable de formar Gobierno, Mariano Rajoy.
Así lo ha dejado ver ante los portavoces de
los principales partidos y así se lo ha dicho, directamente, a nuestro
representante. “Todo el mundo sabía que el PNV no nos votaría”, ha espetado el candidato
Rajoy para justificar la nula referencia hacia nosotros en su discurso de
investidura. Y no lo digo yo, el propio presidente en funciones lo ha
reconocido: “No he dicho ni una palabra del PNV, ni ayer ni hoy”, se ha jactado
ante la contrariedad mostrada por Aitor Esteban.
Nuestro portavoz, para despejar las dudas que
algunos decían tener sobre la posición que adoptaría EAJ-PNV, ha enumerado una
larga lista de agravios e incumplimientos que justifican sobradamente el ‘no’ a
la investidura del candidato popular. “¿Por qué habríamos de apoyarles?”, ha
repetido en decenas de ocasiones articulando un discurso serio y pleno de
argumentos contrarios a una candidatura con una inequívoca trayectoria
recentralizadora y que todavía resultará más perjudicial para Euskadi tras las
aportaciones de Ciudadanos que reafirman aún más esa negativa.
Nada ha cambiado, pero precisamente eso es lo
que parece llevarnos irremediablemente a la celebración de nuevas elecciones en
diciembre. Rajoy ha vuelto a exhibir sus supuestos logros durante el último
mandato y su mayor número de escaños para llevar al PSOE a un callejón sin
salida que le obligue a posibilitar su investidura. Burlándose de Pedro Sánchez
con una retórica más propia de un monólogo del Club de la Comedia que de una institución
como el Congreso (menos aún en un momento político tan delicado), ha buscado
despreciar su posición tal vez tratando de embaucar a los sectores críticos de
la formación socialista.
Tanta locuacidad, convenientemente jaleada por
la clá de la bancada derecha, ha animado tanto a Rajoy que ha desvelado que el
presidente colombiano, Juan Manuel Santos, le ha invitado a la histórica firma del acuerdo de paz entre el Ejecutivo y
las FARC el día 26 de septiembre. Este desliz, ofreciendo una fecha que Santos
mantenía en secreto, ha abierto todos los medios digitales del país
sudamericano.
No sé si el presidente colombiano confiará en
adelante en Rajoy, pero en lo que todos los portavoces de los Grupos del Congreso
han coincidido es en que ellos no se fían “ni de él, ni de su palabra”. Quedaba
la duda de la posición de Podemos, que ha dejado claro que no busca acuerdo alguno
con los socialistas; más bien que trata de que estos acaben echándose en brazos
de los populares para arrogarse el papel de formación líder de la oposición.
Intencionadamente o no, Pablo Iglesias ha encadenado dos frases en las que primero
agradecía al PSOE que rechace apoyar a Rajoy y seguidamente ha deslizado que, al
no hacerlo, “este nos lleva a nuevas elecciones”.
Al escaso interés de la formación morada de
pactar con el PSOE se ha unido otra circunstancia desfavorable para la formación
de una posible alternativa liderada por Pedro Sánchez. El portavoz de Esquerra,
Joan Tardá, ha roto la monotonía invitándole a construir esa alternativa
llamada de izquierdas, aunque la exigencia de un referéndum para la
independencia de Cataluña, un aspecto que no admitirá jamás el PSOE, aborta
antes de nacer esa posibilidad.
Así pues, de las tres posibilidades planteadas
ayer, solo quedan dos. Y ambas quedan en manos del PSOE: o ser responsable de
dejar gobernar a su rival natural e histórico, o ser responsable de llevar a
los ciudadanos una vez más a las urnas. PP y Podemos esperan su decisión para
culparles bien de una cosa bien de la contraria. Las caras largas de los
primeros espadas socialistas eran el fiel espejo de sus decaídas almas.
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