¡En el nombre del padre!
Soy padre
desde hace más años de los que me gustaría que hubieran transcurrido desde
aquel inolvidable día en el que vi por primera vez a mi hijo. Casi sin darme
cuenta, tanto él como su hermana se han convertido en dos jóvenes de los que me
siento tremendamente orgulloso gracias, sin duda, a la labor de un gran equipo,
siendo conscientes que también habremos cometido errores; yo al menos como
padre lo asumo.
En la
política española, se escucha en muchas ocasiones el término ‘Padres de la
Constitución’ para referirse a quienes, tras la muerte del dictador, diseñaron
la denominada Carta Magna que sirve de estructura a la arquitectura
institucional del Estado español. Aunque la definición no debería ir más allá
de un plagio del tinte cinematográfico que imprimen a todo aspecto de su
historia los estadounidenses, lo cierto es que se ha asumido que todo lo que
establecieron aquellos próceres de la patria -que excluyeron de tan histórico
trámite a los representantes del Partido Nacionalista Vasco-, es poco menos que
palabra de Dios.
Pero, hete
aquí que esta misma semana, uno de aquellos ensalzados padres del Texto Supremo
desveló que también en su creación cometieron errores, al menos con uno de sus
vástagos: el Senado. Miquel Roca se sinceró tanto que reconoció que “las prisas
por terminar” motivaron que no estuvieran “muy brillantes”, dejando a la Cámara
Alta como estamento de segunda lectura y lejos de su objetivo de “reflejar la
estructura territorial de España”. Amén.
Resulta
llamativa esta singular autocrítica en primera persona, máxime cuando hay
terceras personas en plural que se empeñan en asumir el contenido de la Carta
Magna como dogma sin mácula, y en subrayar tal o cual reflexión de alguno de
sus creadores; eso sí, siempre y cuando el mensaje coincida con su ideología.
Así, para algunos interesados resulta sugestivo subrayar, por ejemplo, que
Miguel Herrero de Miñón dijera el pasado miércoles en la comisión de evaluación
y actualización del Estado autonómico del Congreso que cualquier reforma
constitucional debería "partir de la negación de la vía federal"
-dando al PSOE, impulsor de la iniciativa, una patada en pleno ideario
socialista para solventar el problema territorial- y, sin embargo, no les
resulte relevante que opine que los cambios “tienen que partir de asumir que
puede y debe haber asimetría” entre comunidades, porque es “consustancial al
país”, algo que afianza la posición de los sistemas forales. “Democracia es
reconocer la singularidad” añadió Roca, que evidenció que “la diferencia no
hace a nadie más importante y no genera privilegios”.
Estas
últimas afirmaciones desarticulan la falacia que emplea habitualmente
Ciudadanos en su discurso en el que el Concierto Económico de Euskadi y el
Convenio Navarro, el cupo vasco y la aportación navarra, ocupan repetidamente
la diana de sus ataques. Paradójicamente, por su desacuerdo con este tema, los
dos únicos concejales que tenía en Euskadi han dejado sus cargos.
Pese a su
pírrica representación en nuestra tierra, al calor de sus resultados en
Catalunya, pareciera que la formación naranja dispusiera de un gran apoyo
social, aunque quizá se trate más de un apoyo mediático que ha encumbrado sus
políticas y a sus representantes. Recelo de los sondeos de opinión publicados
estos días que sitúan a Ciudadanos como primera fuerza en unas hipotéticas
elecciones generales. Todavía recuerdo los vaticinios de El País y Metroscopia
en 2015 situando a los de Rivera en cabeza de una terna en la que pugnaba duramente
con PP y PSOE por asaltar la Moncloa y acabó siendo la cuarta fuerza en el
Congreso.
El “error
demoscópico” debería haber dejado por los suelos la credibilidad de una empresa
que debe, o debiera, sustentarse precisamente en esa virtud, pero tal vez el
objetivo que buscaban respondía a un fin mayor. Quizá los medios y poderes
fácticos que promocionan sin rubor a Ciudadanos pretendían crear un estado de
ánimo favorable a los de Rivera que les catapultase en las urnas. Quizá es lo
que pretendan también ahora.
Es ley de
vida que los hijos se rebelen ante sus progenitores. Ciudadanos fue creado en
Catalunya para hacer frente al independentismo y, en segunda instancia, saltó
al Estado para desactivar el auge de Podemos tras las elecciones europeas de
2014. Ahora pretende desbancar al Partido Popular de la Moncloa. Si jamás
hubiera imaginado convertirse en representante de perfiles como el de José
María Aznar -un ‘jarrón chino’, que diría Iñaki Anasagasti, que no hace más que
molestar-, aún menos hubieran soñado con encontrarse ante una perspectiva
electoral tan halagüeña. Cree haber madurado y se apresta, Freudianamente
hablando, a ‘matar al padre’ de la derecha española.
Además de
desconfiar de los ‘cocinados’ datos que vaticinan los augures demoscópicos,
preveo que un año 2018 sin elecciones rebajará aún más las expectativas de una
formación que, además de por su españolismo más exaltado, se alimenta de la
polémica. Si bien es cierto que los partidos ya estarán afinando sus
maquinarias electorales, la ausencia de comicios permitirá a los partidos de
Gobierno llegar a otro tipo de reflexiones y acuerdos más constructivos y
propositivos que la artillería destructiva que emplea habitualmente la
oposición. En política son imprescindibles los acuerdos y para eso es necesaria
la generosidad, un rasgo del que adolece a día de hoy Ciudadanos, que muestra
en sus discursos un radicalismo creciente. El Partido Popular tiene ante sí un
periodo apropiado para tranquilizar la política, tener altura de miras y tratar
de avanzar en otra serie de ámbitos y objetivos.
Catalunya
debe de ser una piedra de toque para observar un cambio de actitud en el PP.
Lejos de dejarse manipular por algunas empresas de comunicación para que lleve su política en un
sentido concreto, debe terminar con la situación de excepción creada a raíz de
las medidas impuestas en base a la aplicación del Artículo 155. Este ha sido el
mejor ejemplo de que la radicalidad de la corriente naranja ha arrastrado al
partido de Rajoy a un naufragio sin precedentes, mientras era precisamente Ciudadanos
quien recogía los frutos de esa estrategia desde su lancha hinchada y henchida.
El PP debería
hacer de la necesidad virtud: perdida la mayoría absoluta en el Congreso y con
una representación exigua en ámbitos territoriales con sentimiento de nación,
debería plantearse una manera de trabajar alejada de centralismos y rodillos, y
más dirigida a buscar el diálogo y el acuerdo. Para resolver un problema es
imprescindible conocerlo, y tanto en Catalunya como en Euskadi es necesario
asumir que existen realidades nacionales distintas.
Un buen
termómetro para medir la temperatura política suelen ser los corrillos de los
parlamentos de Madrid. Los nervios son evidentes ante un panorama que ha
pillado a casi todas las formaciones con algún agujero en el calcetín. A la
espera de reanudar las sesiones plenarias, este jueves ha comparecido en el
Senado el Ministro del Interior para explicar el dispositivo policial del 1 de
octubre en Catalunya. Zoido ha justificado la beligerante postura del Gobierno
central para contrarrestar aquellos comicios, aunque ha dejado traslucir que
las cosas no se hicieron bien. Lo ha hecho, claro, a su manera. Por eso nos ha
sorprendido que se haya disculpado ante Victoriano Gallastegi por haberle
respondido en un pleno anterior dando a entender que nuestro senador estaba defendiendo la agresión sufrida por agentes
de la Guardia Civil en Altsasu.
Rebajar la tensión y ser
más dialogantes y propositivos se antoja necesario. No puede ser que tengamos a
los ciudadanos ahondando en la diferencia y desayunando un día sí y otro
también con unos informativos que les llenan de incertidumbre. Euskadi en estos
momentos puede ser un ejemplo por la estabilidad que sus instituciones y dirigentes
transmiten a la sociedad, y entiendo que el éxito de cualquier política
requiere tranquilizar el debate.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias. wwwnoticiasdegipuzkoa.com www.deia.com
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