domingo, 21 de enero de 2018


¡En el nombre del padre!
Soy padre desde hace más años de los que me gustaría que hubieran transcurrido desde aquel inolvidable día en el que vi por primera vez a mi hijo. Casi sin darme cuenta, tanto él como su hermana se han convertido en dos jóvenes de los que me siento tremendamente orgulloso gracias, sin duda, a la labor de un gran equipo, siendo conscientes que también habremos cometido errores; yo al menos como padre lo asumo.
En la política española, se escucha en muchas ocasiones el término ‘Padres de la Constitución’ para referirse a quienes, tras la muerte del dictador, diseñaron la denominada Carta Magna que sirve de estructura a la arquitectura institucional del Estado español. Aunque la definición no debería ir más allá de un plagio del tinte cinematográfico que imprimen a todo aspecto de su historia los estadounidenses, lo cierto es que se ha asumido que todo lo que establecieron aquellos próceres de la patria -que excluyeron de tan histórico trámite a los representantes del Partido Nacionalista Vasco-, es poco menos que palabra de Dios.
Pero, hete aquí que esta misma semana, uno de aquellos ensalzados padres del Texto Supremo desveló que también en su creación cometieron errores, al menos con uno de sus vástagos: el Senado. Miquel Roca se sinceró tanto que reconoció que “las prisas por terminar” motivaron que no estuvieran “muy brillantes”, dejando a la Cámara Alta como estamento de segunda lectura y lejos de su objetivo de “reflejar la estructura territorial de España”. Amén.
Resulta llamativa esta singular autocrítica en primera persona, máxime cuando hay terceras personas en plural que se empeñan en asumir el contenido de la Carta Magna como dogma sin mácula, y en subrayar tal o cual reflexión de alguno de sus creadores; eso sí, siempre y cuando el mensaje coincida con su ideología. Así, para algunos interesados resulta sugestivo subrayar, por ejemplo, que Miguel Herrero de Miñón dijera el pasado miércoles en la comisión de evaluación y actualización del Estado autonómico del Congreso que cualquier reforma constitucional debería "partir de la negación de la vía federal" -dando al PSOE, impulsor de la iniciativa, una patada en pleno ideario socialista para solventar el problema territorial- y, sin embargo, no les resulte relevante que opine que los cambios “tienen que partir de asumir que puede y debe haber asimetría” entre comunidades, porque es “consustancial al país”, algo que afianza la posición de los sistemas forales. “Democracia es reconocer la singularidad” añadió Roca, que evidenció que “la diferencia no hace a nadie más importante y no genera privilegios”.
Estas últimas afirmaciones desarticulan la falacia que emplea habitualmente Ciudadanos en su discurso en el que el Concierto Económico de Euskadi y el Convenio Navarro, el cupo vasco y la aportación navarra, ocupan repetidamente la diana de sus ataques. Paradójicamente, por su desacuerdo con este tema, los dos únicos concejales que tenía en Euskadi han dejado sus cargos.
Pese a su pírrica representación en nuestra tierra, al calor de sus resultados en Catalunya, pareciera que la formación naranja dispusiera de un gran apoyo social, aunque quizá se trate más de un apoyo mediático que ha encumbrado sus políticas y a sus representantes. Recelo de los sondeos de opinión publicados estos días que sitúan a Ciudadanos como primera fuerza en unas hipotéticas elecciones generales. Todavía recuerdo los vaticinios de El País y Metroscopia en 2015 situando a los de Rivera en cabeza de una terna en la que pugnaba duramente con PP y PSOE por asaltar la Moncloa y acabó siendo la cuarta fuerza en el Congreso.
El “error demoscópico” debería haber dejado por los suelos la credibilidad de una empresa que debe, o debiera, sustentarse precisamente en esa virtud, pero tal vez el objetivo que buscaban respondía a un fin mayor. Quizá los medios y poderes fácticos que promocionan sin rubor a Ciudadanos pretendían crear un estado de ánimo favorable a los de Rivera que les catapultase en las urnas. Quizá es lo que pretendan también ahora.
Es ley de vida que los hijos se rebelen ante sus progenitores. Ciudadanos fue creado en Catalunya para hacer frente al independentismo y, en segunda instancia, saltó al Estado para desactivar el auge de Podemos tras las elecciones europeas de 2014. Ahora pretende desbancar al Partido Popular de la Moncloa. Si jamás hubiera imaginado convertirse en representante de perfiles como el de José María Aznar -un ‘jarrón chino’, que diría Iñaki Anasagasti, que no hace más que molestar-, aún menos hubieran soñado con encontrarse ante una perspectiva electoral tan halagüeña. Cree haber madurado y se apresta, Freudianamente hablando, a ‘matar al padre’ de la derecha española.
Además de desconfiar de los ‘cocinados’ datos que vaticinan los augures demoscópicos, preveo que un año 2018 sin elecciones rebajará aún más las expectativas de una formación que, además de por su españolismo más exaltado, se alimenta de la polémica. Si bien es cierto que los partidos ya estarán afinando sus maquinarias electorales, la ausencia de comicios permitirá a los partidos de Gobierno llegar a otro tipo de reflexiones y acuerdos más constructivos y propositivos que la artillería destructiva que emplea habitualmente la oposición. En política son imprescindibles los acuerdos y para eso es necesaria la generosidad, un rasgo del que adolece a día de hoy Ciudadanos, que muestra en sus discursos un radicalismo creciente. El Partido Popular tiene ante sí un periodo apropiado para tranquilizar la política, tener altura de miras y tratar de avanzar en otra serie de ámbitos y objetivos.
Catalunya debe de ser una piedra de toque para observar un cambio de actitud en el PP. Lejos de dejarse manipular por algunas empresas de comunicación para que lleve su política en un sentido concreto, debe terminar con la situación de excepción creada a raíz de las medidas impuestas en base a la aplicación del Artículo 155. Este ha sido el mejor ejemplo de que la radicalidad de la corriente naranja ha arrastrado al partido de Rajoy a un naufragio sin precedentes, mientras era precisamente Ciudadanos quien recogía los frutos de esa estrategia desde su lancha hinchada y henchida.
El PP debería hacer de la necesidad virtud: perdida la mayoría absoluta en el Congreso y con una representación exigua en ámbitos territoriales con sentimiento de nación, debería plantearse una manera de trabajar alejada de centralismos y rodillos, y más dirigida a buscar el diálogo y el acuerdo. Para resolver un problema es imprescindible conocerlo, y tanto en Catalunya como en Euskadi es necesario asumir que existen realidades nacionales distintas.
Un buen termómetro para medir la temperatura política suelen ser los corrillos de los parlamentos de Madrid. Los nervios son evidentes ante un panorama que ha pillado a casi todas las formaciones con algún agujero en el calcetín. A la espera de reanudar las sesiones plenarias, este jueves ha comparecido en el Senado el Ministro del Interior para explicar el dispositivo policial del 1 de octubre en Catalunya. Zoido ha justificado la beligerante postura del Gobierno central para contrarrestar aquellos comicios, aunque ha dejado traslucir que las cosas no se hicieron bien. Lo ha hecho, claro, a su manera. Por eso nos ha sorprendido que se haya disculpado ante Victoriano Gallastegi por haberle respondido en un pleno anterior dando a entender que nuestro senador estaba defendiendo la agresión sufrida por agentes de la Guardia Civil en Altsasu.
Rebajar la tensión y ser más dialogantes y propositivos se antoja necesario. No puede ser que tengamos a los ciudadanos ahondando en la diferencia y desayunando un día sí y otro también con unos informativos que les llenan de incertidumbre. Euskadi en estos momentos puede ser un ejemplo por la estabilidad que sus instituciones y dirigentes transmiten a la sociedad, y entiendo que el éxito de cualquier política requiere tranquilizar el debate.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias. wwwnoticiasdegipuzkoa.com www.deia.com

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