El relato con memoria
Tal día como hoy, hace cuatro años, el
Tribunal de Justicia de la Unión Europea impuso a los buscadores de internet la
obligación de eliminar la información de la persona que así lo solicitase, caso
de que se considerase que esta implicaba un perjuicio a su honor, intimidad o
imagen personal. El fruto de esta sentencia pasó a conocerse desde entonces
como "derecho al olvido".
En estos tiempos tardíos en los que ETA
acaba de declarar formalmente su desaparición y disolución definitiva, parece
que vamos a asistir a una pugna en torno al “relato” o la narración de lo que
ocurrió. Hay quien en el marco de ese debate está pretendiendo hacer su
particular aplicación del “derecho al olvido” y trata de apelar al futuro
aplicando una amnesia quirúrgica del pasado. No va a resultar sencillo porque
la actividad de la organización armada nada ha tenido de honorable y está muy
extendido el compromiso social con las víctimas que padecieron durante años la
criminal persecución del terror. La memoria se está imponiendo al olvido, de la
misma forma que la paz se ha impuesto al terror.
El respeto y reconocimiento a las víctimas
ha ido creciendo progresivamente en el seno de la sociedad vasca. De hecho,
esta evolución ha sido, quizá, el cambio sociológico objetivo más llamativo que
se ha producido entre la declaración de Aiete en 2011 y la de Arnaga del pasado
4 de mayo. Es cierto que en este tiempo hemos transitado del “cese definitivo”
a la “disolución de ETA” pasando por el “desarme”, pero no cabe duda de que
socialmente este hecho se encontraba ya descontado y el mayor cambio social
operado en estos seis años y medio ha sido, en realidad, una mayor extensión de
la conciencia social de respeto, reconocimiento y respaldo a todas las
víctimas.
Más de seis años de inactividad y unos
cuantos más en los que, afortunadamente, su debilidad había mermado su
capacidad operativa, han provocado que muchos jóvenes no sean verdaderamente
conscientes de lo que ha supuesto la existencia de ETA. Para otros muchos, el
paso del tiempo anestesia los crueles recuerdos de los años en los que, un día
sí y otro también, escuchábamos las noticias de sus atentados o de sus macabras
acciones. Eran noticias que tenían un recorrido de unas horas o unos días, pero
que iban dejando a cantidad de personas y familias marcadas para toda la vida.
Incluso si aplicamos el máximo de empatía,
entiendo que es muy difícil imaginar lo que siente un familiar al perder a un
ser querido. Hablamos de una niña de seis meses que nunca más va a conocer y
disfrutar de su padre; la mujer que no va a poder hacer un proyecto con su
marido, porque una bomba ha acabado con su vida una mañana cualquiera de camino
al trabajo. No le faltaba razón a uno de los muchísimos protagonistas que con
su firmeza y honestidad hicieron frente a ETA, aun a riesgo de su propia vida.
Decía Juan Mari Atutxa en una entrevista que “el borrón y cuenta nueva no
sirve”, y comparto su opinión. También afirmaba que junto a la memoria hay que
seguir construyendo convivencia y futuro, algo que también es cierto.
Hay muchas personas que han trabajado con
la mirada puesta en el futuro; sin perder de vista el retrovisor, para poder
saber y conocer lo que ha pasado, y para poder acompañar a todas las víctimas
que se han producido durante estos años. El relato de lo ocurrido necesita de
la memoria de lo vivido porque el sufrimiento ha sido doloroso, y todavía lo
sigue siendo. EAJ-PNV decidió acudir a Kanbo para rubricar el punto final
definitivo a una realidad que nunca debió existir, que no ha generado más que
sufrimiento, que ha evidenciado que nadie ha ganado nada y en la que solo hemos
cosechado sufrimiento y dolor. El problema es que todavía hay quien no es capaz
de reconocer que el daño generado fue tremendamente injusto.
ETA ha ofrecido un adiós tan frío como lo
fue su existencia: sin referencias a las víctimas que produjeron, justificando
su acción, atribuyéndose logros, redactando un comunicado que la inmensa
mayoría de la sociedad vasca no ha comprendido ni compartido. Su entorno se ha
vuelto a empeñar en emborronar las calles con pintadas y carteles, configurando
una despedida que a falta de ética ha resultado patética. La sociedad vasca ha
respondido con su indiferencia, demostrando que el mejor desprecio es no hacer
aprecio.
En el Senado, hemos visto cómo el Grupo
Popular ha querido simbolizar el fin de ETA recuperando un icono representativo
de los años 90: el lazo azul. Una acción orquestada para lograr una fotografía,
una imagen instantánea más orientada al pasado que a intentar gestionar la
nueva situación abierta tras la disolución unilateral y definitiva de ETA. Este
símbolo surgió como protesta contra el secuestro del ingeniero Julio Iglesias
Zamora en 1993 y ha sido asumido ahora como el icono de la “victoria de la
democracia" cuando realmente, además de la memoria de las víctimas, quedan
pendientes cuestiones a gestionar en este nuevo tiempo. El ejemplo más evidente
es que todavía se siga aplicando toda la legislación de excepcionalidad que
puso en marcha José María Aznar en 2003 y que tiene su extensión hoy, por
ejemplo, en el mantenimiento de una política de alejamiento de las personas
presas que no tiene ningún sentido.
Por su parte, el Presidente del Gobierno
español también ha querido contextualizar el final de ETA mediante la
convocatoria esta semana del llamado Pacto Antiterrorista. Con la justificación
de la necesidad de analizar la situación generada tras la disolución de la
banda, Mariano Rajoy ha querido trasladar el mensaje de que no habrá ninguna
contrapartida una vez que ha dejado de existir. Esta actitud contradice todas
las declaraciones precedentes y solo se puede entender desde un punto de vista
de estrategia electoral, en un momento en el que el PP siente la amenaza del
populismo ultra demagógico de Ciudadanos. Convocar esa reunión no tiene ningún
sentido porque el PP no hace más que cerrar más puertas o cerrar aún más las
puertas que ya estaban cerradas. Solo es necesario releer el prólogo del Pacto,
más ofensivo con el Partido Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna que con la
propia ETA, y en el que se viene a sugerir una estrategia promovida por los
partidos nacionalistas con ETA poniendo un precio político al abandono de la
violencia. Lo que son las cosas, solo tres meses después de que se firmara
aquel Pacto, ETA asesinó al ertzaina Iñaki Totorika, una persona afiliada al
Partido Nacionalista Vasco.
En todo caso, es evidente que nos
encontramos en un nuevo tiempo; un tiempo sin ETA que llevábamos años
reclamando y esperando. Inaugurar este nuevo tiempo volviendo a convocar el
pacto antiterrorista ha sido la peor noticia que podíamos recibir. Ahora bien,
el Gobierno del Estado está a tiempo de abrir, de verdad, este nuevo tiempo
atendiendo al ofrecimiento de consenso para la convivencia que realizaron el
Gobierno Vasco y el Gobierno Foral de Navarra en la Declaración conjunta de
Bertiz. Afortunadamente, ETA ha puesto el punto y final a un camino que ni siquiera
debió iniciar. Nuestros pasos deben dirigirse ahora a la construcción de una
convivencia normalizada en la que todos los actores de la política ocupemos el
lugar que nos corresponde, sin excepciones. Es necesario no repetir los errores
del pasado. Tenemos el derecho y la obligación de recordar para construir, con
memoria y sin olvido, un nuevo tiempo de convivencia y encuentro social.
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