Los británicos y la Unión
Han pasado dos años desde que el Reino Unido decidiera ser el primer país
en abandonar la Unión Europea. Recuerdo aquel día del referéndum, en Edimburgo;
nos levantamos esa mañana de San Juan y no dábamos crédito al resultado: la
peor de todas las opciones, desde todos los puntos de vista, había ganado. Muchas
veces decimos que la política adolece de paciencia y reflexión. Esta fue la
factura: el Brexit.
Conforme se acerca la hora de la verdad, el de la salida sin retorno, el
Reino Unido se va sumiendo en la incertidumbre; no encuentra responsables
políticos con capacidad de asumir el liderazgo ante la situación creada. Tres
de los principales responsables que condujeron a la ciudadanía británica a
adoptar aquella decisión han abandonado el barco: tras el referéndum, dimitió el
Primer Ministro David Cameron; poco después, el líder del antieuropeo UKIP,
Nigel Farage; y el último, el euroescéptico Boris Johnson, uno de los grandes
promotores del Brexit.
¿Quién se responsabiliza de la situación en la que se encuentra hoy la
sociedad británica? Quienes propugnaron el referéndum pueden pensar ahora que
aquella convocatoria pudo haber sido más meditada y ponderada, pero la decisión
ya no tiene marcha atrás y la responsabilidad política consiste, precisamente,
en asumir la realidad, decidir una estrategia y conducir la situación con
determinación. Eso, hoy, brilla por su ausencia, para sorpresa y malestar tanto
de europeos como de muchos británicos.
Tengo entre mis manos un fantástico libro de Juan Luis Requejo, ‘El
sueño constitucional’, que recoge una apropiada cita de John F. Kennedy: “Los
votantes nos eligieron porque confiaban en nuestro juicio y nuestra habilidad
para ejercer este juicio desde una posición en la que podíamos determinar
cuáles eran sus intereses, entendidos como una parte de los intereses del país.
Esto significa que, dependiendo de la ocasión, debemos dirigir, informar,
corregir y, a veces, hasta ignorar la opinión pública por la que fuimos
elegidos”.
Juicio, habilidad y defensa de los intereses del país no es lo que hemos
observado esta semana en el Reino Unido, donde se han producido dos dimisiones
en el Gobierno, ambas relacionadas directamente con la falta de visión
compartida, acuerdo y definición de futuro en torno al escenario post Brexit. No
sabemos si el Ejecutivo en minoría de Theresa May podrá terminar la
legislatura, lo que sí parece claro es que el Reino Unido va a salir de esta
situación peor de lo que estaba. El tiempo avanza, los plazos se agotan y para
noviembre tiene que darse un acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido
que no acaba de llegar.
Los británicos han optado por recuperar la soberanía que, como todos los
países, habían cedido a la Unión Europea. No hay nada reprochable en eso, pero
la realidad es que, tras el Brexit, recuperarán sus propias competencias en
peores condiciones que cuando estas las gestionaba la UE. Esta es la paradoja de
nuestra civilización en este siglo XXI de la globalización: si se respetan los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad que priorizan la prestación de
los servicios por las instituciones más cercanas a la persona, con menor
soberanía y en unión, se puede ofrecer más bienestar y seguridad a la
ciudadanía que con más soberanía y en solitario.
La ciudadanía británica muestra, cuando menos, una preocupación
colectiva. En esta era de los riesgos globales, intentar recuperar espacios de
soberanía está abocando al país a un escenario de soledad. Además, el
contrapunto para Europa puede ser positivo dado que el Brexit ha favorecido que
los otros 27 Estados se hayan visto forzados a hacer prevalecer una estrategia
de unidad al negociar las condiciones de salida del Reino Unido, provocando un
efecto federalizador sobre la UE.
En cualquier caso, no llegan tiempos fáciles para el proceso de
integración de la Unión Europea y debemos tener muy presentes las señales que
el Brexit nos ha enviado: principalmente, la desafección de la ciudadanía con un
proyecto en el que le cuesta creer. Como muestra el dato que presentó Ignacio
Molina, investigador principal del Instituto Elcano, tras el último Consejo
Europeo, hoy la mitad de los Estados miembros de la Unión, que representan más
del 50% de la ciudadanía europea, están condicionados de manera importante por partidos
euroescépticos o que no comparten la estrategia de integración de la Unión.
Los próximos meses van a ser claves en una negociación difícil porque el
Brexit va a romper uno de los fundamentos de la Unión y una de las claves del
proceso de integración: el mercado interior. La fórmula que vaya a aplicarse
finalmente es incierta y no se descarta que se pueda necesitar más tiempo. De
hecho, en los círculos comunitarios se ha comenzado a plantear la posibilidad
de utilizar la fórmula de la suspensión de la aplicación del artículo 50 del Tratado
de la UE, que posibilita la aplicación del procedimiento a través del cual un
Estado Miembro decide retirarse de la Unión.
Esta situación no nos es ajena y afecta directamente a Euskadi dado que tenemos
vínculos políticos, institucionales, económico-comerciales y sociales con el
Reino Unido. En este sentido, el Gobierno Vasco, las instituciones públicas y
diversas entidades constituyeron el pasado año la Comisión Brexit que seguirá
trabajando para anticipar los nuevos escenarios y minimizar los efectos
negativos que puedan presentarse como consecuencia de una decisión tan
irreversible como indeseada. Confiemos en que los trabajos de esta Comisión, su
estrategia compartida y una actuación tenaz permitan convertir los retos del
Brexit del Reino Unido en oportunidades para Euskadi.
Mi artículo de hoy, en Grupo Noticias. www.noticiasdegipuzkoa.com www.deia.com
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