Crisis, Unión Europea y futuro
Nos ha
correspondido vivir un tiempo de cambio en todos los órdenes de la vida:
cambios sociales, económicos, también cambios políticos; todo ello en un nuevo
escenario global, más abierto y competitivo. Tras ocho años de crisis y
paulatino empobrecimiento, esperábamos que 2016 supusiera el final de un ciclo
y pudiéramos iniciar el nuevo año sobre unas bases más sólidas y estables,
especialmente en el terreno económico. Ahora comienza un nuevo año y
constatamos que se ha producido un avance, pero sabemos también que los
próximos años van a seguir siendo de incertidumbre y, nuevamente, de cambio.
La crisis
económica que tanto nos ha hecho sufrir en estos últimos tiempos sigue presente
y presagia amenazas en el horizonte; se mantiene la preocupación por el
envejecimiento que sufre Europa; hemos conocido nuevos datos que nos preocupan,
cuestiones como el cambio climático o el terrorismo que últimamente estamos
sufriendo de una manera más acuciante, se mantienen en la agenda y generan gran
inseguridad e inestabilidad en la mirada al futuro. Se trata de asuntos que nos
obligan a repensar nuestro modelo y a volver a plantear la recuperación de unos
valores que asienten una convivencia más armónica.
Es evidente
que vivimos en una sociedad de riesgos globales; esto significa que las
soluciones que apliquemos deberán incorporar esa visión global, responder a una
estrategia compartida y aplicarse de forma conjunta. Este debe ser el criterio
para responder de una forma efectiva a las necesidades de la sociedad en el
siglo XXI. Esta formulación es válida para Euskadi, también para España y para
el conjunto de la Unión Europea.
Uno de los
grandes desafíos a los que vamos a tener que hacer frente y responder es el de
la demografía. Euskadi es un buen botón de muestra en relación a esta cuestión,
porque coexiste una de las esperanzas de vida más elevadas del mundo con uno de
los índices de fecundidad más bajos. Hoy en Euskadi, la demografía ha pasado a
formar parte de la agenda institucional y política como una de las cuestiones
que demandan una estrategia compartida.
La esperanza
de vida en la Unión Europea es de 79 años para los hombres y 85 para las
mujeres; en el Estado español, es de 80 y 86 años respectivamente. Los expertos
afirman que la esperanza de vida presenta una tendencia de crecimiento
paulatino y podrá aumentar unos 3 o 4 meses por año. Esto nos lleva a constatar
una evidencia: la caída vertiginosa del coeficiente de población
activa/inactiva. Las consecuencias en el corto y medio plazo son evidentes, por
lo que los Gobiernos tienen que actuar de una manera urgente en relación a
cuestiones básicas como la natalidad y el apoyo a las familias.
El
diagnóstico de situación es claro y compartido: si no se adoptan medidas
rápidas y adecuadas, si no se invierte esta tendencia de forma eficaz, es
inevitable que algunas de las bases del estado del bienestar se vean
cuestionadas. No va a ser posible, en las circunstancias actuales, garantizar
la perdurabilidad y sostenibilidad del estado de bienestar que hemos conocido
hasta la fecha. Estamos hablando de la garantía de las pensiones, de la
prestación de los servicios públicos esenciales y, en general, del sistema de
protección social.
Es ineludible
asumir que para repartir riqueza es necesario crearla. La economía occidental
del bienestar demanda un sistema productivo que la sustente, una reactivación
de la capacidad de generar riqueza y una política fiscal eficiente, tanto en su
contribución a la generación de actividad como en su vertiente redistributiva.
Nos consta
que no vamos a ser capaces de responder únicamente con parámetros de natalidad;
el debate sobre la inmigración lo vamos a tener que analizar y solucionar.
Tenemos que dilucidar desde una visión compartida las vías para construir una
sociedad más abierta al diferente y auténticamente inclusiva. Así, es muy
relevante que nuestras sociedades asuman y pongan en marcha unas políticas de
integración dirigidas a incorporar con normalidad a aquellas personas con un
origen diferente al nuestro.
Tal y como ha
quedado indicado, un eje estratégico que va a requerir nuevas respuestas en el
futuro inmediato es el que tiene que ver con la seguridad. Hemos conocido,
durante la segunda mitad del siglo XX, un orden mundial sustentado sobre el
equilibrio entre dos bloques. Hemos conocido también, en el arranque del siglo
XXI, un equilibrio asentado en una relación multipolar, pero con un claro
liderazgo de los EEUU. Hoy comprobamos la influencia que el terrorismo
internacional está ejerciendo en diferentes actores. Así, hay quien considera
que lo que está ocurriendo en Siria es algo muy parecido a lo que podría
definirse como una III Guerra Mundial. Es un conflicto local, pero dada la
cantidad de actores que intervienen en el mismo y vistas sus consecuencias, su
dimensión es global. En la propia Unión Europea, estamos viviendo la
incapacidad de dar una respuesta integral al drama de las personas refugiadas.
Es
imprescindible que Europa se replantee su posicionamiento ante esta realidad;
en mayor medida, si atendemos a la influencia futura que van a tener dos
realidades próximas como son la salida del Reino Unión de la Unión Europea o el
hecho de que Donald Trump vaya a ser en breve el Presidente de los EEUU.
Iniciamos un nuevo año con la certeza de que vamos a vivir acontecimientos que
van a influir y tener consecuencias que afectan a la seguridad y a la defensa
de Europa. Se hace más necesaria una política europea de seguridad y defensa
común ante temas con el terrorismo, los ciberataques, la situación en Oriente
Medio o las relaciones con Rusia. Son problemas de nuestro día a día que
demandan una gestión compartida y exigen mucha prudencia, sensibilidad y visión
a medio plazo.
Este es el
panorama general al que se enfrentan los diferentes Gobiernos a la hora de
establecer las prioridades para el futuro más inmediato y, más a corto plazo,
en el momento de elaborar el plan de legislatura y aprobar un proyecto de
presupuestos. Estas son cuestiones básicas a la hora de establecer una
estrategia y, algo que tenemos que tener muy en cuenta, las previsiones
económicas con que contamos.
La economía
es global, está interconectada, y la incertidumbre ocupa un espacio clave. La
UE no puede perder esta perspectiva. Todos los Gobiernos tienen que tener una
referencia clara a futuro. Es cierto que, tanto en Euskadi como en España, se
está afianzando la recuperación económica; si la UE ha crecido a un ritmo del
2,3%, la economía española lo ha hecho a un 3,2%, Francia a un 1,3% e Italia a
un 0,8%. Euskadi ha crecido un 3%. La tendencia para 2017 se prevé similar,
pero con unas cifras de crecimiento algo inferior.
La Unión
Europea se ha visto favorecida por los bajos precios del petróleo, la política
monetaria expansiva y la propia debilidad del euro. Pero Europa tiene sus
propias incertidumbres, la citada crisis de refugiados, los tipos de interés
negativo, la política de austeridad y la previsión de que el Reino Unido
abandone la Unión Europea.
En este
panorama, nada fácil, entiendo que responder a las necesidades básicas de las
personas tiene que ser un principio irrenunciable de la acción de todo
Gobierno. Esta respuesta demanda escucha, cercanía y complicidad. En este
sentido, comparto el pronóstico realizado por el Think Tank Laboratoire
Européen d'Anticipation Politique, que predice el fracaso de la Unión Europea
si no se democratiza. Este es, sin duda, el reto de todos los retos, porque en
la era global más democracia significa también mayor capacidad de escucha y de
respuesta a las necesidades de las personas.
Artículo publicado el pasado miércoles en
Vozpopuli.
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