Las debilidades de la democracia española
El 15 de julio de 1799, el teniente
francés Pierre-François Bouchard descubrió en la localidad de Rosetta el fragmento
de una antigua estela egipcia con un texto repetido en tres escrituras distintas: jeroglíficos egipcios, escritura
demótica y griego antiguo. Gracias a la conocida como Piedra de Rosetta se llegó al entendimiento de los jeroglíficos egipcios que hasta entonces se habían descifrado en base a interpretaciones erróneas, como la de ‘Hieroglyphica’, obra publicada por el sacerdote Horapolo en el
siglo V. Esta obra fue toda
una referencia durante
años pero, en la
práctica, resultó
ser un freno en el proceso
de comprensión de aquella desconocida escritura.
Recientemente se ha conmemorado en el Estado español
el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas. Fue uno de los hitos más icónicos de una época tan ensalzada como la transición española, que estableció las bases del actual Estado de Derecho. Sin embargo, esas bases, como ocurriera con el estudio de Horapolo, no son todo lo apropiadas que deberían ser. No debemos olvidar que estos cimientos se erigieron en el contexto del final de una sangrienta dictadura y que, cuatro décadas después, conviene volver a analizar los mismos con una visión contextualizada, pero también crítica
con el resultado.
Esa visión contextualizada sirve para recordar
que solo el conocido como
“ruido de sables” puede explicar que exista un artículo 8 de la Constitución que concede a las Fuerzas
Armadas la potestad de ser garante de “la soberanía e independencia de España, de
defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Ese mismo “ruido” explica
que penda sobre las Comunidades Autónomas la amenaza de la “intervención” del Estado
si alguna de ellas “actuare de forma que atente gravemente al interés general de
España”. También explica que la LOAPA rompiera por la fuerza el pacto entre Euskadi
y el Estado en nombre de una “armonización” cuyo único objetivo era contentar tanto
a los militares como a otros sectores retrógrados que sobrevivieron al dictador. Llama la atención que, cuarenta
años después, la actual
Ministra de Defensa,
María Dolores de Cospedal,
recupere el citado artículo 8 de la
Carta Magna como posible
“respuesta” a la situación que se está viviendo en Catalunya. Este es un buen ejemplo de los endebles
cimientos del Estado de Derecho y del bajo nivel de calidad de la democracia cuatro décadas después.
Otro ejemplo de esta debilidad es la indisimulada
interconexión que se mantiene entre los poderes del Estado, clara herencia de un régimen dictatorial y de la inercia de un Estado que no acaba de fortalecer su modelo. Así, se mantiene un Legislativo supeditado al Ejecutivo y una Judicatura dirigida por los partidos políticos mayoritarios en el Gobierno. Esta circunstancia quiebra la imparcialidad judicial en tantos
casos que se llega
a poner en duda su nivel democrático y, desde luego, la administración de una justicia verdaderamente justa.
Los ejemplos de debilidad política son de primer
nivel. Ningún país de Europa occidental hubiera permitido la continuidad de un Ministro de Interior tras escuchar grabaciones en la que trataba de construir, junto con la Policía, pruebas para hacer frente a un adversario político. Ningún país hubiera permitido
la continuidad en su cargo de un Ministro
de Justicia que obstaculiza causas por delitos relacionados con la corrupción. Todo esto ha ocurrido en España,
pero ya sabemos que desde hace más de 40 años, “Spain is diferent”.
Las debilidades de la democracia se observan también
en el ámbito de la convivencia. Esta misma semana, con motivo de los actos de recuerdo
y homenaje a Miguel Ángel Blanco, hemos tenido una muy buena prueba de ello, asistiendo
a disputas políticas e institucionales
incomprensibles más de seis años después de que ETA declarara el cese definitivo
de su acción armada. En este
nuevo contexto, más valdría
a determinados dirigentes políticos atender a los objetivos que recoge la Constitución
Española en orden a favorecer la reconciliación y la convivencia, en lugar de seguir
tratando de utilizar
el inexistente terrorismo como arma arrojadiza.
En este punto quiero dejar clara constancia de
que no pretendo obviar la insoslayable responsabilidad que tienen ETA y su entorno más próximo. En su mano estuvo no matar;
en su mano estuvo también, aunque tarde, pedir perdón por el daño injusto causado y acogerse a medidas de reinserción. No lo han hecho y hace
escasos días supimos que el colectivo de presos, EPPK, dio libertad a sus miembros
para acogerse a las vías legales para enjugar sus penas; es un paso
positivo aunque, como todo en la absurda existencia de ETA, llega incomprensiblemente
tarde.
En todo caso, cuarenta años después de las primeras
elecciones democráticas, seis años después del final definitivo de ETA y cuando la banda desalmada ya está desarmada no es tiempo de continuar con medidas penitenciarias de excepción que extienden
las penas de las personas
presas a sus familiares, a través
de una política extemporánea de alejamiento. Tampoco es tiempo de recurrir
a la ingeniería jurídica para construir una cadena perpetua camuflada bajo el eufemismo de la prisión
permanente revisable, ni de solicitar
penas de cárcel desproporcionadas y vengativas como las pedidas por la fiscalía
en el caso del inaceptable caso de Altsasu.
Las debilidades de la democracia las sufrimos
también en el ámbito político en Euskadi. Hay que recordar a los adalides de la
legalidad española que han pasado
ya 38 años desde que se refrendara el Estatuto de Gernika. Una ley orgánica que el Estado español sigue incumpliendo consciente y reiteradamente.
Las competencias del Estatuto siguen aún sin
transferirse, única
y exclusivamente porque así lo han querido los diferentes Gobiernos españoles tanto
de UCD como del PP o del PSOE. La debilidad
de la democracia se explica por su falta de voluntad para fortalecerla.
El contador de la debilidad suma y sigue. El último episodio lo hemos
tenido este jueves con el
poco edificante ejemplo dado en el Senado en la Comisión
de Investigación de la Financiación de los Partidos Políticos, un pomposo nombre para enmascarar
el paripé creado por el Partido Popular.
Su única intención era aprovechar su mayoría absoluta en la Cámara Alta para tratar de contrarrestar
la Comisión creada en el Congreso para investigar sus cuentas. Utilizar las instituciones
en beneficio propio para poner en marcha el “ventilador” y tratar de hacer ver que todos los partidos políticos están
“manchados” no va a lograr
ocultar, ni hacernos olvidar, que el
PP es el primer partido imputado por corrupción en la historia de la democracia. Nuestra respuesta ha sido clara, nos hemos negado a tomar parte en una comisión cuya inequívoca intencionalidad
política y de reproche recíproco contamina todo objetivo positivo y propositivo
que pudiera tener.
Cuatro décadas después, pese a las celebraciones,
parabienes y lisonjas más propias del “papel couché”, las debilidades y costuras de la transición española se hacen muy visibles. Aún quedan demasiadas cosas por hacer para fortalecer la democracia
y asentar un auténtico Estado de Derecho. Soy muy consciente de que no existe una piedra Rosetta que nos
vaya a descubrir las claves y resolver todos los problemas. Ahora bien, a la ‘Hieroglyphica’ que se ha instalado en la política española le vendría muy
bien poner en práctica la voluntad inequívoca de asumir las debilidades del modelo,
primer paso imprescindible para arbitrar las medidas que permitan construir una sociedad más justa
y democrática.
Mi artículo de opinión en Grupo Noticias
http://www.deia.com/2017/07/15/opinion/tribuna-abierta/debilidades-de-la-democracia-espanola
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2017/07/16/politica/las-debilidades-de-la-democracia-espanola
http://www.deia.com/2017/07/15/opinion/tribuna-abierta/debilidades-de-la-democracia-espanola
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2017/07/16/politica/las-debilidades-de-la-democracia-espanola
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