El 155, una llamarada al diálogo
El término terrorismo incendiario ha
vuelto a saltar a la actualidad a lo largo de estos días a raíz de la oleada de
dramáticos incendios que han vuelto a asolar varias comarcas de Galicia, León y
Asturias. Estos tristes acontecimientos han irrumpido desgraciadamente en los
informativos en medio del encendido debate territorial catalán, donde tampoco
ha faltado quien ha preferido azuzar las llamas en lugar de aplacarlas.
No voy a extenderme en la opinión que
reiteradamente he expresado sobre la inutilidad de debatir ahora sobre lo que
se pudo haber hecho y no se hizo, aunque sí que comparto que la gravedad de los
incendios que se producen en verano, además de por la despreciable acción de
los pirómanos, aumenta como consecuencia de la inacción sobre el terreno
durante el resto del año. Y de inacción o incluso desatención en Catalunya sabe
mucho Mariano Rajoy.
Los indicios auguraban desde hace años, y
sobre todo en los últimos meses, un estallido del inconformismo de la sociedad
catalana. En mayor medida cuando su creciente descontento se trataba de sofocar
con medidas judiciales, policiales y de presión económica y mediática; simples
cortafuegos que no han sido suficientes para contener la multitudinaria demanda
catalana, cuya magnitud requería abrir caminos de diálogo político con
auténtica voluntad de alcanzar acuerdos y ofrecer una solución.
En realidad, la actitud del Gobierno
español ha supuesto echar más leña al fuego. Así cabe interpretar las agresivas
retiradas de urnas y papeletas, las violentas cargas policiales, la falta de
sensibilidad con los centenares de personas heridas, las órdenes de detención
de los líderes de la Asamblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural y la
persecución a la que ha sido sometido el mayor de los Mossos d'Esquadra.
Ha habido quien ha preferido ir más allá
y, a la par que con suma torpeza amenazaba al President Puigdemont con acabar
como el malogrado President Lluís Companys, ha llegado a reclamar la
ilegalización de los partidos que demandan la independencia o, en otros casos,
que se prohíba que esta reivindicación aparezca siquiera en sus programas
electorales. Desde el PP han deslegitimado tibiamente esta opinión de Xavier
García Albiol –no la anterior, de Pablo Casado–, y han vuelto a recurrir al
mantra de que dentro de la ley se pueden defender todas las ideas. En ese
sentido, el mismo presidente del Gobierno español ha remitido al President de
la Generalitat a buscar apoyos en el Congreso, a sabiendas, como los vascos
bien recordamos, de que eso llevaría a la locomotora catalana a la vía muerta
en la que ya arrinconaron el Nuevo Estatuto Político que defendió el Lehendakari
Ibarretxe en las Cortes sin ni siquiera admitirlo a trámite.
No ya solo dentro del Partido Popular,
sino desde diferentes frentes, hace mucho que eran legión quienes venían
apelando a la aplicación del Artículo 155 de la Constitución para intervenir la
autonomía de Catalunya, un hecho sin precedentes en 40 años. Ciudadanos,
incluso el PSOE y por supuesto los medios de comunicación de la capital, con
profusión de efectistas y tensionadores ‘ultimátums’, ‘chantajes’ y ‘amenazas’
en sus titulares, han venido presionando al Gobierno central, que, finalmente,
ha puesto en marcha la maquinaria prevista en la Carta Magna como medida
extrema, con las decisiones que conocimos tras el Consejo de Ministros de ayer.
Una solución injustificada, a la vista de que no se produjo una declaración
formal de independencia por parte del Parlament; una solución que en nada
contribuye a la distensión que requiere el momento histórico; una llamarada al
diálogo.
Estos días, la atención de la ciudadanía y
de los medios estará centrada, excepcionalmente, en el Senado. El próximo
viernes nos corresponderá ratificar o no las medidas que el Gobierno Central ha
determinado para Catalunya en virtud de la aplicación del ya celebérrimo
Artículo 155, una decisión que ha contado y contará con nuestro total
desacuerdo. A pesar de ello, se trata de una resolución que se da por
cumplimentada de antemano, ya que quienes dijeron sentirse abochornados con el
arrinconamiento que sufrieron los partidos de la oposición en el debate de la
Ley del Referéndum en el Parlament aplicarán una vez más el rodillo de su
mayoría absoluta en la Cámara Alta, al igual que ocurriría en la Cámara Baja a
la que invitan a Puigdemont a encallar democráticamente.
Este viernes se han cumplido seis años
desde que ETA declarase el cese definitivo de su actividad armada y esta misma
semana hemos conocido que la novela de Fernando Aranburu ‘Patria’ ha sido
galardonada con el premio nacional de narrativa. Sin pretender hacer un spoiler
a quienes aún no hayan leído esta obra que relata la convivencia de dos
familias vascas que se ve alterada drásticamente a consecuencia de la actividad
de la banda terrorista, de su lectura se puede concluir no solo la sinrazón de
la violencia sino también la de la falta de comunicación, la de la falta de
diálogo.
Es evidente que para resolver esta
situación, para responder al problema de fondo de la existencia de realidades
nacionales distintas en el marco del Estado, antes o después será necesario
sentarse y hablar. Rajoy podrá entablar un diálogo con Sánchez y Rivera, con
los que comparte punto de vista y no logrará nada más que enrocarse en su
posición, pero también tendrá que escuchar los argumentos de aquellos con
quienes disiente pero con quienes pretende convivir y debe atender y tratar de
entender. La intervención, bien sea selectiva o mediante ‘matarrasa’, sobre la
autonomía catalana puede ofrecer una salida de emergencia que tal vez sofoque
el incendio del bosque, pero sus raíces seguirán ardiendo. Tarde o temprano
será necesario un diálogo asentado en el realismo y la responsabilidad, sin
inasumibles condiciones previas y con voluntad de acuerdo. Anticipar los
problemas y contribuir a resolverlos desde el diálogo es la esencia de la
política.
Mi artículo de opinión, hoy en www.diario vasco.com y www.elcorreo.com
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