A vista del 155
Una
y otra vez me preguntan en Euskadi cuál es el ambiente que se vive en el foro
madrileño: qué se escucha en los corrillos de los pasillos, cómo es la relación
que tenemos con representantes de otros partidos o qué se respira por allí.
Tengo que reconocer que convivir con la política capitalina no es fácil, menos
en el Senado, un parlamento maniatado por la mayoría absoluta del PP y con
escaso interés para los grandes partidos. Una cámara territorial que, en
realidad, no ejerce como tal.
En
cualquier caso, paso muchas horas viendo y analizando actitudes desde la
atalaya del 155. Lo digo así porque, ironías de la vida, ese es precisamente el
número del escaño que ocupo en la Cámara Alta. Desde allí he contemplado todo
tipo de gestos, desaires y poses de dudoso gusto. En líneas generales, prima la
falta de rigor a la hora de abordar los problemas que se tratan, más allá del
artículo 155 que ha acaparado la atención desde el fatídico 27 de octubre en
que se debatió y autorizó su aplicación.
Ese
día asistí preocupado a momentos inquietantes, que rozaban lo patético. El
Senado, deshonrando su esencia de cámara de representación territorial,
aprobaba sin rubor una decisión excepcional y extrema que suponía negar la
capacidad política de autogobierno a las instituciones de Catalunya. La Cámara
Alta adoptaba, en cuestión de horas, una decisión de gran trascendencia
histórica y política que suponía herir en lo más profundo el honor y orgullo de
la sociedad catalana.
Fue
un día de honda tristeza desde el punto de vista personal, pero también desde
la óptica institucional y política. Un día cuyo recuerdo perdurará durante
años, condicionando las relaciones políticas futuras. Un día triste porque no
es de recibo contemplar a representantes electos del Partido Popular, puestos
en pie, prorrumpir en aplausos ante esta decisión. No puedo entender que se
ovacione al Presidente del Gobierno español cuando anuncia el cese del
President de la Generalitat elegido por la ciudadanía catalana en unas
elecciones democráticas. Sentí tristeza, desilusión y vértigo por la frivolidad
con que se vitoreaba una decisión que en modo alguno representa los valores de
la cultura democrática.
Sentí
un profundo desasosiego, consciente de que los aplausos alentaban una fractura
muy difícil de recomponer. Desde mi escaño, argumenté la ilegalidad e
inconstitucionalidad de la medida, porque afecta al
principio de autonomía política, socava los cimientos del Estado democrático y
altera el sistema de equilibrio de poderes y su separación. El artículo
155 contraviene
el Estatuto de Autonomía y la propia Constitución, que tanto afirman defender.
Critiqué la decisión por discrecional, desproporcionada y, por lo tanto,
injusta. Quise dejar constancia de que suponía, en realidad, la
suspensión de la Autonomía de Catalunya, como así ha quedado demostrado.
Insistí en que una decisión de este calado solo se podía adoptar tras la
declaración del estado de alarma, excepción o sitio, algo que no se había
producido. Sugerí que las medidas eran, en realidad, un castigo a Catalunya.
Pero
el PP no quería escuchar, no quería dialogar ni entender, y menos acordar. Solo
quería imponer una decisión excepcional por la vía rápida. Mi pesadumbre se
acrecentó con la actitud del PSOE, acompañante acrítico en este viaje a ninguna
parte. Me apenó ver a los socialistas acomplejados, ocultando la cabeza bajo el
escaño. No encuentro sentido a su actitud, y menos aún cuando tras aprobar la
aplicación del 155, Pedro Sánchez afirma que “no hay soluciones penales para
problemas políticos”. Es una obviedad, pero carece de crédito en boca de quien
no ha hecho nada para evitar las vías penales, sino todo lo contrario, y se ha
manifestado incapaz de encauzar una vía de solución política.
En
el debate, me llegó al alma que los representantes del PP utilizasen el Nuevo
Estatuto aprobado por el Parlamento Vasco, el denominado “Plan Ibarretxe”, como
ejemplo a seguir. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Pretendían
consolidar el argumento de que en democracia cualquier idea se puede defender a
través de la palabra y con respeto a la ley. Lo que se les olvidó decir a los
“trileros” del Grupo Popular es que dieron un portazo a aquella propuesta, que
ni siquiera admitieron a trámite. No quieren escuchar, no quieren asumir la
realidad, pretenden ocultar la evidencia de que las realidades nacionales vasca
y catalana existen, que las voluntades sociales mayoritarias se expresan de
forma diferenciada en Euskadi, Cataluña y el Estado. Mientras no acepten,
asuman y comprendan esta realidad no se resolverá este problema de estricta
naturaleza política.
La
vida sigue y también la actividad parlamentaria en el Senado, donde el
desafuero del PP no tiene límites. Esta semana han aprobado una moción en la
que se felicita a la Guardia Civil y a la Policía Nacional por su “maravillosa”
actuación el día 1 de octubre en Catalunya. Parece una broma de mal gusto, pero
es algo mucho peor porque, en realidad, pone de manifiesto que la obsesión del
Partido Popular por modificar la realidad no tiene límites. No les ha importado
que los medios de comunicación internacionales recogiesen las noticias de aquel
vergonzoso día con preocupación, ni que los líderes políticos de toda Europa
mostrasen su enfado por la inusitada violencia con la que actuaron ambos
cuerpos policiales.
Siento
mucha tristeza, porque tanto el PP como el PSOE cierran los ojos ante la
evidencia de lo que ocurre en Catalunya. En estos momentos, ambos gobiernan a
merced de la presión de los medios de comunicación. El mismo 2 de octubre, el
PSOE presentó una iniciativa en el Congreso para promover la reprobación de la
Vicepresidenta del Gobierno entendiendo que era la responsable de la
indefendible carga policial del día anterior, pero semanas después la ha
acabado retirando, permitiendo la aplicación del 155 y votando, además,
afirmativamente el apoyo a las fuerzas de seguridad del Estado. Por si fuera
poco, ha terminado acordando con el PP unos incrementos retributivos que venían
reclamando estos cuerpos policiales durante más de una veintena de años. Lo que
la política española no había conseguido, lo ha logrado en tiempo récord la
política catalana. En este contexto, si esto no es un premio por su actuación
el día 1 de octubre, se le parece mucho, demasiado.
En
definitiva, estas semanas hemos vivido unos debates en los que la política
catalana ha importado bien poco. Lo que verdaderamente ha preocupado ha sido
obtener una buena foto de cara a las próximas elecciones, en la que tanto el PP
como el PSOE y Ciudadanos se mostrasen ante la ciudadanía española como los
adalides de la sacrosanta unidad española y como el partido que con más
rigor aplica el artículo 155. Poco, por no decir nada, les ha importado buscar
una solución sincera para Catalunya. Este miércoles he tenido la oportunidad de
hablar con el señor Montilla, anteriormente President de la Generalitat, que me
transmitió su gran preocupación por la fragmentación social y por las
repercusiones negativas en la economía. He coincidido también con quien fuera
líder de Uniò, el señor Durán i Lleida, también preocupado por lo que ocurrirá
en los próximos meses. Veremos qué pasa pero, desde la atalaya del 155, no
observo en los grandes partidos el giro radical necesario para recomponer las
relaciones, establecer un diálogo con auténtica voluntad de acuerdo e iniciar
una nueva etapa con el realismo, la responsabilidad y la altura de miras que el
problema de fondo de la crisis del modelo de Estado exige.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias.
www.noticiasdegipuzkoa.com - www.deia.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario