Los pilares de la tierra catalana
Resulta extraño analizar los
resultados de las elecciones catalanas en vísperas de Nochebuena, con los ecos
de los tradicionales villancicos y tras el soniquete del sorteo de la lotería
que nos sigue perforando los oídos y nos recuerda que es una pena conocer la
música, pero no la letra, de la melodía que cantan los niños de San Ildefonso.
En Cataluña tampoco conocíamos la
letra en su totalidad y el estribillo, tras las elecciones, podríamos decir que
parece ser el mismo. Es cierto que ha sorprendido el buen resultado obtenido
por Puigdemont desde Bruselas pero, a grandes rasgos, los resultados han sido
los que veníamos barruntando desde semanas atrás y han confirmado una realidad
incontestable. Si hablamos de bloques, estos se mantienen tan parejos como los
que se conformaron tras los anteriores comicios y que abrieron una legislatura
que Mariano Rajoy decidió cerrar imponiendo el artículo 155, “ocupando” las
funciones de President de la Generalitat y convocando a la ciudadanía a las
urnas.
De la misma forma que en las
elecciones de 2010, 2012 y 2015, también ahora será necesario, más que nunca,
el consenso entre diferentes fuerzas políticas para conformar un Gobierno
estable. Hay siete grupos con representación parlamentaria, todos con una
posición muy definida y serán necesarios al menos tres partidos políticos para
que, por activa o por pasiva, se posibilite la acción de un Gobierno con viabilidad
futura. Imagino que el primer paso tendrá que venir dado por tratar de recomponer
las relaciones y alcanzar una base de acuerdo entre los partidos de base nacionalista.
A partir de ahí, imagino también, se tratarán de eludir los esquemas de incomunicación
y política de frentes que primaron la anterior legislatura porque las consecuencias
que ya conocemos no son del gusto de nadie y, sobre todo, no han servido para
dar respuesta a la cuestión política de fondo.
Es evidente que tras las heridas
abiertas durante la campaña electoral, este acuerdo de base entre los partidos
nacionalistas no va a resultar fácil y, aún más complicado, será el
acercamiento al Gobierno Español y al Partido Popular. No solo por su pésimo resultado
electoral sino, sobre todo, por sus antecedentes. Los resultados han ratificado
el radical rechazo social a una formación que está en el origen de la convulsión
y que ha sido incapaz de rectificar desde la nefasta recogida de firmas contra
el Estatut hasta la incomprensible actitud de arrogarse con orgullo los méritos
de haber “descabezado” a ERC y PDeCAT y “liquidado” el independentismo. La ciudadanía
catalana ha dado el más sonoro y severo de los correctivos al PP, formación
castigada con los peores resultados de su historia en Cataluña. Un ámbito territorial
en el que, al igual que ocurre en Euskadi, el PP no ofrece un proyecto propio y
diferenciado, no encuentra el aval de la sociedad y su presencia va
languideciendo. Lo que es peor, Ciudadanos parece haber llegado para
sustituirle y apunta, además, a extender su influencia al conjunto del Estado.
Esta realidad sí que preocupa a los populares de cara a unas elecciones a
Cortes generales.
El temor latente ante el nuevo
escenario político catalán es que se produzca un recrudecimiento del frentismo,
se desencadene una disputa de bloques y se consagre el bloqueo infinito. Una
situación que perjudica al conjunto de la imagen institucional y política, que
consolida el descrédito de unos representantes públicos incapaces de dialogar y
acordar, incapaces de abrir un nuevo tiempo de soluciones políticas acordadas y
pactadas. El día 6 de abril llama a la puerta, es la fecha límite para la investidura
del President de la Generalitat y la conformación de su nuevo Govern. No va a
ser fácil porque a la dificultad en la búsqueda de acuerdos parlamentarios para
constituir las instituciones, se añaden los problemas que muchas y muchos
electos van a tener con la Justicia, comenzando por el propio President
Puigdemont. La ciudadanía catalana ha demostrado gran madurez, la participación
ha sido histórica, se ha producido una evidente llamada al compromiso político,
a la necesidad de ofrecer soluciones políticas, no judiciales o penales. Espero
que este mensaje sea entendido y gestionado con la altura de miras que el
momento demanda.
El pasado lunes la vicepresidenta
del Gobierno español defendió en el Senado la aplicación del tristemente famoso
artículo 155 y se vanaglorió de sus supuestos beneficios para Cataluña.
Pretendió trasladar una imagen de normalidad en la gestión, obviando que se ha
tratado de una actuación desproporcionada y sin parangón en una democracia
europea hasta este momento. Tres días después las urnas catalanas hablaron con
claridad, la vicepresidenta cayó y calló, los partidarios del 155 deberán reconocer
su estrepitosa derrota.
Participo en el Consejo de Europa y
he podido constatar, en muchas intervenciones de representantes de diferentes
Estados, la velada crítica ante el inoperante proceder del Gobierno Español. La
cultura democrática se asocia con la capacidad de dar cauce de solución a los
conflictos a través del diálogo y la negociación. En Europa cuesta comprender
que no existan cauces de relación institucional estable entre dos Gobiernos
democráticos de un mismo Estado y no hay más que leer la prensa internacional
estos días para intuir una mayor exigencia al Gobierno Español para que encauce
una cuestión que, tras la histórica cifra de participación y la reiteración de
los resultados, ha vuelto a colocarse en primera página de actualidad.
El jueves se celebraron las
Elecciones y los resultados hablan por sí mismos. El viernes cantaron los niños
de San Ildefonso y conocer los números ya no nos sirve para comprar los décimos
premiados. En otras palabras, los errores cometidos en la gestión del conflicto
catalán ya no se pueden enmendar, por eso es absolutamente necesario mirar al
futuro y hacerlo con otra perspectiva, tono, actitud y voluntad. De nada sirven
las amenazas, de nada sirve blandir la espada de Damocles del artículo 155 si
no se aborda el problema de fondo, esto es, la existencia de un sentimiento de pertenencia
nacional distinto que pide respeto, reconocimiento y una vía de diálogo para
dar cauce de expresión a una demanda arraigada y legítima que las elecciones democráticas
han vuelto a confirmar con una participación histórica.
El primer quehacer es asumir los
resultados, saber interpretarlos correctamente y con realismo, abrir cauces
estables de relación y diálogo que permitan restablecer y asentar los pilares
de un puente de comunicación entre las diferentes sensibilidades para propiciar
un nuevo escenario de entendimiento y acuerdo. Aunque hoy suene inocente, no
hay otra solución: la cuestión de fondo se mantiene, la novedad debe venir por
otra forma de hacer política, que parta de un diálogo con voluntad de acuerdo y
demuestre capacidad para ofrecer soluciones políticas. Mismo fondo, nuevas
formas. Esta es mi esperanza para asentar los pilares de la tierra catalana.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.
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