Presupuestos vendo…
Se atribuye a quien fuera canciller alemán a finales del siglo XIX, Otto von Bismarck,
haber acuñado el término Realpolitik; que viene a ser la política de la
realidad, la que se basa en los intereses de un país de acuerdo con las
circunstancias del momento, en lugar de seguir principios filosóficos, teóricos
o morales.
La estruendosa irrupción de Podemos en
el panorama político nos hizo llegar a todos de manera inmediata su intrépido ideario
para cambiar el pecaminoso proceder de quienes consideran los viejos partidos,
anunciando para ello el asalto a los cielos. Sin embargo, en su aún corta
trayectoria, cada vez resultan más palpables sus contradicciones al oscilar entre
seguir el dogma de sus ideales o abrazar la política de los problemas reales y,
sobre todo, las soluciones realistas. Lo cierto es que la Realpolitik comparte
su enfoque filosófico con el pragmatismo, por eso lo que tal vez busca Podemos
es eso: ser práctico para trepar hasta los cielos. Solo así se explica que sean
capaces de elevar su nivel de exigencia en Euskadi para tratar de desgastar al
Gobierno Vasco, al mismo tiempo que lo rebajan en La Moncloa, donde perciben
haber alcanzado un nivel cercano a ese paraíso al que vaticinaron llegar.
Resulta desconcertante la contradicción
que supone la defensa que hizo hace una semana el secretario general de Podemos
en Euskadi, Lander Martínez, de los acuerdos “arrancados” al Gobierno de Pedro
Sánchez en la negociación de los presupuestos generales del Estado para 2019;
una alianza que ponderó como ejemplo a seguir en Euskadi y que, sin embargo, recoge
medidas de inferior calado a las que exigen al Ejecutivo del Lehendakari
Urkullu para apoyar los presupuestos del Gobierno Vasco, e incluso inferiores a
otras que ya se están aplicando en nuestra Comunidad. Medidas, sí, pero tomadas
con diferentes varas.
En sus particulares tablas de la ley, al
parecer de aplicación exclusiva en Euskadi, Martínez expuso quince quehaceres a
cumplir por el Gobierno Vasco. El primer mandamiento demanda el rescate público
de La Naval; una iniciativa loable, aunque su resolución es competencia del
Gobierno central y no del de Gasteiz, además de que presenta una enorme
complejidad económica y legal. Sin embargo, pese a la relevancia que se le
otorga en la negociación con el PNV, no ocupa una sola línea en el acuerdo
firmado entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez.
Además de lo insólito que resulta una
rúbrica entre un Gobierno, el de Sánchez, y un Grupo Parlamentario, el de
Podemos, no deja de sorprenderme la positiva visión que del acuerdo tienen los
correligionarios vascos de Iglesias. En el mismo, por ejemplo, nada se dice
contra las inversiones en el Tren de Alta Velocidad en Euskadi en contraste con
la oposición que muestran al impulso que se da al mismo en las cuentas en
Vitoria-Gasteiz. Estoy ansioso por saber qué posición tomarán los parlamentarios
vascos de Podemos cuando se voten en el Congreso y en el Senado: si se guiarán
por sus principios para Euskadi o si los mudarán para Madrid.
Tanto o más asombrosa aún es la asunción
sin crítica del incremento en base al IPC de las pensiones por parte de quienes,
hasta hace escasos días, denostaban sin paliativos el acuerdo que en similares términos
obtenía el Partido Nacionalista Vasco con el PP que sustentaba el Gobierno de
Mariano Rajoy. Y por si esto fuera poco, mientras, Lander Martínez y los suyos
se alinean con las plataformas de pensionistas para demandar el incremento de
las pensiones mínimas hasta los 1.080 euros en Euskadi cuando su partido no
reclama esa cantidad a quien de verdad compete fijar la prestación. ¿Era bueno
o no el incremento obtenido por el PNV en Madrid? ¿No era el acuerdo de Moncloa
el modelo a imitar en Euskadi? ¿En qué quedamos?
Tampoco es entendible
la calificación de “extrapolable a Euskadi” que Martínez atribuye al acuerdo en
Madrid si atendemos al supuesto carácter progresista del incremento de los
impuestos para reforzar el estado del bienestar. Lo digo porque, eso que ellos
venden como un logro obtenido gracias a su influencia, mantiene una presión
fiscal muy por debajo de la media europea y lejos de la que ya existe en la
Comunidad Autónoma Vasca. En este ámbito, tampoco hubiera estado de más, por
ejemplo, que una formación presuntamente progresista hubiera exigido a Sánchez
que pusiera coto a las Sicav como se lleva haciendo en Euskadi desde 2009, cuando
una reforma fiscal hizo que esas sociedades de inversión de capital variable
dejaran de tener una benévola tributación del 1% y pasaran a pagar lo mismo que
cualquier otra sociedad.
Es más fácil destruir
que construir; criticar que elaborar. El mismo Pedro Sánchez lo ha podido
comprobar nada más abandonar la oposición y encaramarse a atalaya de La
Moncloa. El ejemplo más claro lo tenemos en el firme anuncio de que se dejaría
de vender armas a Arabia Saudí que quedó en agua de borrajas al amenazar estos
con anular la compra de varias corbetas que se construyen en Navantia. Todavía
guardo en la memoria las declaraciones de la portavoz del Gobierno, la señora
Celaá, justificando esa venta de armamento basándose en la inteligencia que
este posee para destruir de manera selectiva. También en este caso se hizo
presente la doble alma ‘morada’, con la defensa que hizo de esta transacción el
alcalde gaditano, José María González ‘Kichi’, cuando anteriormente había sido
duramente crítico con regímenes como el del reino arábigo.
Son innumerables los
ejemplos que evidencian que una cosa es la política de salón y otra la política
real. Lo que no parece de recibo ni comprensible, y menos aún en esta era de
las comunicaciones globales, es que una misma formación diga una cosa y la
contraria; que defienda unos postulados en una institución y que defienda otros
en otra. No sé si era esto lo de la nueva política que anunciaban algunos o
solo se trataba de alcanzar, o mejor dicho trepar, hasta los cielos.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.
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