Superimprovisación
Se atribuye
a Shakespeare la afirmación de que la mejor improvisación es la que se prepara.
A lo largo de los últimos días hemos vivido nuevos episodios de improvisación
en la política española que, lamentablemente, no contaban con la preparación
necesaria para evitar el fracaso y el ridículo.
La
situación de la Justicia es un verdadero drama y el proceso de renovación del
Consejo General del Poder Judicial ha contribuido a alimentar su grave estado
con un sainete en el que se han sucedido sonrojantes filtraciones, vergonzosos
whatsapps e improvisadas rectificaciones. Todo ello ha llevado a la renuncia,
más forzosa que heroica, del juez Manuel Marchena a presidir el CGPJ y, de
rebote, a la decisión del PP de dar por roto el acuerdo que había conchabado
con el PSOE para situar a sus respectivos afines en el Consejo. Si el problema
es grave, la presunta solución lo agrava aún más, porque el partido de Pablo
Casado ha improvisado en el Senado una medida para pretender cambiar ahora el
sistema de elección de las y los integrantes del organismo judicial.
A las
puertas de la pomposa celebración del 40 aniversario de la Constitución Española,
los populares pretenden romper con el
precepto que se recoge en el artículo 117 de la Carta Magna. Este artículo
establece que la Justicia emana del pueblo, tal y como se respeta ahora al ser
los representantes del pueblo quienes elegimos a ocho de los veinte miembros
del CGPJ. Este precepto es el que pretende cambiar ahora el PP, al defender que
en adelante sean los propios jueces quienes elijan a sus representantes.
Con esta
vuelta al modelo anterior a 1985, pretenden hacernos creer que es mucho más
democrático que sean los jueces quienes se atribuyan una potestad que
corresponde a la ciudadanía, en lugar de hacerlo ésta a través de sus representantes
electos. Una cosa es el mal uso que los dos partidos mayoritarios han venido
haciendo de este modelo y otra muy distinta es que este deba ser cambiado por
otro que, en todo caso, no sería mejor. En ocasiones se cita el modelo de
Estados Unidos, pero hay que recordar que allí los jueces se presentan a unas elecciones
para que sean los ciudadanos quienes los elijan de forma directa.
La
propuesta planteada no deja de ser, en todo caso, una nueva improvisación del
Partido Popular, más interesado en ocultar su comportamiento que en acordar un
nuevo modelo. No es de extrañar que pretendan desviar la atención porque el
episodio del whatsapp enviado por el portavoz popular en el Senado no ha hecho más que dejar constancia por
escrito de una práctica de mercadeo entre dos partidos que deja en el peor
lugar posible tanto a la Justicia como al conjunto de los poderes del Estado.
El problema, en realidad, no es el modelo de elección, tal y como ahora se
pretende hacer ver, sino la forma partidista en que se ha llevado a la
práctica.
El
comportamiento errático del Partido Popular en relación a esta cuestión pone de
manifiesto la falta de solidez que está imperando en su nueva etapa. El
nerviosismo le está haciendo caer en la precipitación; su salida de La Moncloa,
unida al auge de las corrientes más a su derecha le están jugando una mala pasada.
Quizá su único consuelo pueda ser comprobar que tampoco el Partido Socialista
está sabiendo actuar con el aplomo que demandarían sus nuevas responsabilidades.
En realidad, también el PSOE y el Gobierno español se han apuntado a esta
deriva de improvisaciones y rectificaciones constantes en una representación
sin sentido ni fin. El resultado es un estado de desconcierto permanente que
asombra a propios y extraños.
Esta misma
semana, una indefinición o un desliz del Ministro Ábalos ha superado todas las
marcas. Habíamos escuchado declaraciones del Gobierno central en el sentido de
que la legislatura se agotaría en todo caso, también lo contrario. Habíamos
escuchado afirmar que la aprobación de los presupuestos era condición necesaria
para dar continuidad a la legislatura, también lo contrario. Habíamos escuchado
plantear la convocatoria previa, posterior y coincidente con las elecciones en
Andalucía. Habíamos escuchado las fechas de primavera y otoño de 2019, también
marzo o junio de 2020. Creíamos haberlo escuchado todo, pero faltaba el ‘superdomingo’
del Ministro de Fomento; pues ya lo hemos escuchado. También lo han ratificado
y, por supuesto, después han apuntado lo contrario. Un ‘superenredo’ que
obedece a una llamativa querencia del Gobierno del Estado a la ‘superimprovisación’
sin ninguna preparación.
En una
realidad completamente diferente, a tan solo ocho horas de vuelo que parecen años
luz, esta semana he viajado hasta Angola donde he tenido la oportunidad de
colaborar con el principal partido de la oposición, la UNITA, interesados en
nuestro modelo municipal. El motivo de la visita era la preparación de las primeras
elecciones locales democráticas que se celebrarán en este país en 2020. Hasta
la fecha, los alcaldes son nombrados a dedo por la autoridad competente. Afrontan
con ilusión una nueva etapa, si bien todavía no conocen la fecha exacta ni las
condiciones en las que se organizarán estos comicios. He tenido, por lo tanto,
una experiencia directa de auténtica ‘superimprovisación’.
Angola es un
país esquilmado. Posee una gran riqueza en materias primas, su economía está
basada en el petróleo y los diamantes, pero es uno de los países más pobres del
mundo, con una actividad exclusivamente extractiva y una deuda en torno a los
29.000 millones de dólares. El país está corroído por la corrupción y el ejemplo
es que la mujer de quien fuera su presidente durante 25 años, José Eduardo Dos
Santos, es la tercera persona más rica de toda África y uno de sus hijos se
encuentra encarcelado por corrupción. Desde 2017 le sustituye en la presidencia
João Lourenço tras imponerse en unos comicios en los que se impidió la
presencia de observadores internacionales y sobre los que recaen más que
fundadas sospechas de irregularidades y fraude. No cabe duda de que el país
tiene ante sí un largo y arduo recorrido para superar la improvisación y acometer
un proceso de democratización real y duradera.
En poco
tiempo he convivido con estas dos realidades que no admiten comparación, pero que me han hecho recordar el comentario que, en el
marco de un Consejo de Europa, me hizo hace unos meses un Comisario europeo. Señalaba
que la política necesita más libros y menos bolas de cristal porque hay
demasiados pronósticos y muy poca gestión de las certezas. Tras una semana de
intensa vivencia de la ‘superimprovisación’ entre el Senado y Angola, no tengo
más remedio que confirmar su tesis.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.
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