Un siglo de desunión europea
Se han cumplido
100 años desde que finalizara la Primera Guerra Mundial. Formalmente fue un día
como hoy, a las 11:00 de la mañana exactamente. Es posible que a la gran
mayoría esta fecha le resulte algo muy lejano, desconocido y fuera de tiempo.
Es probable que solo se recuerde asociada a las aburridas clases de historia
del colegio. Pero es importante recordar que la consecuencia de esta Guerra
fueron millones de muertos, millones de heridos, millones de desahuciados.
Cuando comenzó
la llamada Gran Guerra, nadie pensó que la contienda bélica fuera a durar
cuatro años. Menos todavía que este conflicto mal resuelto acabaría siendo el
germen de la Segunda Guerra Mundial que se iniciaría dos décadas más tarde. Fue
en ese contexto de entreguerras, con un clima social lacerante, en el que Adolf
Hitler logró hacerse con la riendas del partido nazi en Alemania y en el que
Benito Mussolini llegaría al poder en Italia. Fue en ese escenario en el que
comenzaron a fraguarse las bases de la segunda gran guerra.
En la
actualidad estamos padeciendo un clima muy inestable; no voy a afirmar que
vivimos un ambiente similar al del periodo de entreguerras, para nada, pero sí
es cierto que estamos viviendo una época de incertidumbre y pobreza ideológica,
aderezada de egoísmo y proteccionismo, muy poca generosidad con el diferente,
demagogia y cortoplacismo. Una época de crisis continuada y de gran populismo,
también una época en la que la migración, como ocurrió en el periodo de
entreguerras, está resultando ser un elemento determinante.
Comencemos por
la situación de la Unión Europea. Un proyecto que tenemos la sensación de que
se resquebraja poco a poco, sin que acertemos a hacerle frente. No es fácil
porque se trata de 28 Estados miembros, yuxtapuestos, que no están siendo
capaces de gestionar la suma, la colaboración, la política común, la Unión.
Europa no está siendo capaz de llegar a acuerdos amplios, de dar con fórmulas
de respuesta compartida ante los problemas globales que plantea el cambio
climático, la desigualdad, la falta de oportunidades de la juventud o la
inmigración.
Día a día, año
a año, son muchos los miles de personas que deciden alejarse de sus lugares de
origen y buscar un futuro más esperanzador en una vieja Europa que no responde.
También día a día, año a año, son muchas las personas que no consiguen cruzar
la distancia que les separa entre dos territorios cuya principal diferencia es
la renta per cápita; una renta al menos 500 veces mayor en una región que en
otra. Son personas que, a menudo, se quedan en el camino, mueren ahogados en el
mar o de sed sin conseguir cruzar el desierto.
Esta no es la
Unión Europea que soñaron y por la que trabajaron los padres fundadores. Una
Comunidad ideada para responder conjuntamente a los conflictos armados vividos
en Europa. No hay más que ver situaciones como el Brexit con una serie de
consecuencias impredecibles para todos, no solo para los británicos, todas
negativas sin duda. En lugar de estar viviendo un proceso en el que los diferentes
Estados muestren la voluntad de adherirse a un proyecto común, nos encontramos
con que el Reino Unido, una de las economías más fuertes de la Unión, decide
abandonar el proyecto de unidad.
Europa está
cambiando a peor. Lo que hace unos años era extemporáneo, como la actividad del
ultraderechista Jörg Haider, con políticas extremas y xenófobas pero con un
lenguaje sencillo que fue capaz de llegar a mucha gente en un país como
Austria, poco a poco, se está convirtiendo en algo cada vez más habitual en esta
vieja Europa. Como la familia Le Pen, pionera de la política xenófoba y de la
radicalidad extrema en Francia, que sigue ganando presencia y protagonismo.
En estos
momentos, prácticamente en todos los Estados miembros de la Unión nos podemos
encontrar con grupos políticos xenófobos y populistas, que de alguna manera u
otra, están condicionando a sus respectivos Gobiernos, o bien están
directamente gobernando. Un alto cargo europeo me lo decía hace unos días muy
gráficamente: “En el último Consejo Europeo, en más de la mitad de los Estados
miembros, los partidos xenófobos pueden condicionar las políticas de sus
respectivos países”.
En política no
se trata de trasladar a la gente lo que quiere oír en el corto plazo. Se trata
de trasladar con responsabilidad una serie de valores y compromisos que se
correspondan con los valores y las políticas universales construidas en los
últimos decenios. A estas alturas creo que, al menos en
esta parte del mundo, tenemos claros los objetivos en base a los compromisos
internacionales que hemos ido adquiriendo a lo largo de la historia. El ejemplo
de mayor actualidad es la Declaración Universal de Derechos Humanos en su 70
aniversario, y tal como define Unicef: “Los derechos humanos son normas básicas
necesarias para vivir como un ser humano sin los cuales las personas no pueden
sobrevivir y desarrollarse con dignidad. Son inherentes al ser humano,
inalienables y universales.”
La situación
que se vive en Hungría, Polonia o Italia se está trasladando también al Estado
español. Las diferentes sensibilidades de derechas que, hasta ahora, dirimían
sus latentes discrepancias en una sola formación han dado el pistoletazo de
salida a su propia competición. Así, la Triple Alianza ideológica en la que se
enmarcan el Partido Popular, Ciudadanos y Vox pugna por postularse como la
formación más radicalmente de derechas.
Hace unos días
el presidente francés, Emanuel Macron llamaba la atención ante la situación que
vivimos: “Con una Europa miedosa y con las consecuencias que está provocando la
crisis económica, el conjunto de la Unión Europea no ha sabido responder a las
necesidades de la ciudadanía en general, ni ha sabido transmitir la necesidad
de que la Unión sea una institución que sepa dotar de seguridad y estabilidad a
las instituciones y comunidades en general”.
Hoy, 11 de
noviembre, compartirán espacio y fotografía los grandes líderes mundiales, en
recuerdo y homenaje a aquel día en que los representantes de Francia y Alemania
firmaron el armisticio que ponía fin a la Gran Guerra a bordo de un tren
francés. No sé cuál será la evolución de la política para los próximos años,
pero lo que no puede ser es que el sufrimiento de hace 100 años se convierta en
amenaza 100 años más tarde.
Mi artículo de opinión, hoy en Deia.
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