domingo, 9 de diciembre de 2018


El eco de la política populista
Vivimos tiempos políticos de incertidumbre, en muchas ocasiones frustración y, sobre todo, tiempos de enfado y malestar. Son sentimientos que la ciudadanía vive día a día. La mayor parte de las personas con responsabilidades políticas, también vivimos este momento con gran desazón. En esta época de las redes sociales y la comunicación inmediata, donde prima lo rápido ante lo reflexivo, es necesario que los partidos bajemos unos decibelios el ruido que estamos generando y cambiemos el tono. Los insultos, el trazo grueso, la falta de respeto a las instituciones no son el mejor camino para recuperar la credibilidad perdida.
En este río revuelto en el que se ha convertido el debate político, el pasado domingo, Vox dio la sorpresa en Andalucía. Han acertado a combinar los mensajes de un modelo social egoísta y el rechazo total a la inmigración con  la recuperación del nacionalismo español y anticatalán en un cóctel que les ha otorgado una inesperada acumulación de escaños en el parlamento andaluz. Esta irrupción ha coincidido con las reuniones de la Comisión para las migraciones, refugiados y personas desplazadas del Consejo de Europa en las que he tomado parte esta semana. Compañeros de esta Comisión, miembros de diferentes  parlamentos europeos me han mostrado su preocupación por el futuro de esta fuerza política de claro perfil xenófobo.
La irrupción de Vox en Andalucía y su previsible capacidad de influencia en la gobernabilidad de la Comunidad nos obliga a recordar el ejemplo de Alemania. Allí, el partido xenófobo, Alternativa para Alemania, AfD,  llegó al Bundestag en 2017 con un 12,7% de los votos. En aquellas mismas Elecciones, el Partido Socialista Alemán y su máximo responsable entonces Martin Schultz se habían comprometido en campaña a no pactar con el partido de Angela Merkel. Ahora bien, la presión política y social provocó la convocatoria de un congreso extraordinario del Partido Socialista, que decidió amparar un acuerdo con la CDU de Merkel. Este acuerdo se adoptó  en aras a un bien mayor, esto es, impedir que la acción de Gobierno se viera condicionada por el partido xenófobo, aunque ello supusiera ir en contra de lo prometido a sus votantes. En un momento comprometido primó la coherencia, seriedad, responsabilidad y el compromiso con un ideario superior.
Recientemente, Angela Merkel ha anunciado su marcha al finalizar la actual legislatura; probablemente no sea parte del acuerdo adoptado con el Partido Socialista previamente, pero es innegable  que lo primero que han hecho los dos adversarios políticos tradicionales en Alemania, ha sido reconocerse mutuamente. Este reconocimiento democrático al adversario político es muestra de un diagnóstico certero y acordado sobre la posición política a mantener ante los extremismos y los radicalismos.
En el Estado español queda por saber cómo responderá el Partido Popular ante la situación originada en Andalucía. Resultaría llamativo que el PP priorizase una relación con un partido como Vox que se sitúa fuera de la Constitución española, con el único objetivo de desembarazarse de un PSOE que sí se identifica con los valores de la misma. En los últimos meses, la formación mayoritaria del centro-derecha español se había dejado influenciar por el naranja diablillo que desde su hombro derecho le empujaba a radicalizar sus políticas, pero resulta que ahora le ha aparecido otro diablillo aún más a la derecha. Con tal de cumplir el anhelo de echar a Susana Díaz de la Junta de Andalucía, ¿se aliará el PP con Ciudadanos y con un partido como Vox que defiende en su ideario  la derogación de la ley contra la violencia de género, la expulsión de los inmigrantes sin papeles, la derogación de la Ley del Aborto o de la Ley de Memoria Histórica? El posible respaldo a este ideario es una cuestión que preocupa en Europa.
Esta preocupación va más allá en Euskadi porque la prioridad del partido de Santiago Abascal es la unidad de España. Así se desprende de un programa que reclama directamente la centralización de un Estado Unitario en el que desaparecerían las Comunidades Autónomas. Un Estado centralista y centralizado que procedería a “reconquistar” las competencias de Educación, Sanidad, Seguridad y la Administración de Justicia. No solo eso, porque Vox plantea también recuperar la soberanía cedida por España a la Unión Europea. En este sentido es oportuno recordar que hace unas semanas, en el marco del Consejo de Europa, el Grupo Popular, de común acuerdo con el resto de Grupos parlamentarios, aprobó una resolución que defiende la descentralización y la profundización en el principio de subsidiariedad como herramienta más eficaz en la búsqueda del bienestar de los ciudadanos, esto es,  justo el camino contrario al planteado por Vox.
La fama y el eco hacen grande lo pequeño. Un discurso xenófobo novedoso en el Estado ha tenido eco en los medios de comunicación y ha calado en una ciudadanía descontenta, para  la que han sido suficientes unos machacones mensajes negativos contra el independentismo, la inmigración o la corrupción. En Euskadi no se auguran grandes éxitos a la formación de Santiago Abascal, conocido por su papel como concejal en Llodio, Juntero en Araba y Parlamentario en Gasteiz por el PP. Una persona  que en su nuevo ideario obvia o menosprecia valores constitucionales como la libertad, la solidaridad o la igualdad, y reniega ahora de los propios  Derechos Históricos que la Constitución ampara y respeta.
Los partidos políticos que creen verdaderamente en la democracia y la representación institucional, tienen la responsabilidad  de  tomar la iniciativa política y tratar de acabar con el descontento generalizado que alimenta a estos grupos populistas. La ciudadanía no pide más que certidumbre, estabilidad y decisiones centradas en la resolución de los principales  problemas y necesidades sociales. Estos problemas están diagnosticados, solo se necesita altura de miras para hacerles frente: la cuestión de la migración, la corrupción, la violencia machista o  la crisis del modelo territorial y su enquistamiento en relación a Catalunya. No hacemos nada con radicalizar el mensaje; solo se consigue generar tensión y dividir a la ciudadanía, además de crear más incertidumbre e inseguridad.
La política exige paciencia y visión de largo plazo. No creo en los cambios radicales y, cuando estos se producen, siempre tienen consecuencias negativas para todos los actores: unas veces podrán gana unos y otras veces ganarán otros, pero a la larga perdemos todos. El sistema democrático no es perfecto; tiene fallos, pero funciona. Lo que necesita, sobre todo, es que el parlamentarismo, el diálogo con voluntad de acuerdo, sea la base de todo aquello que vayamos a construir. Esa es la voz que debe tener eco en nuestra sociedad.
Mi artículo de opinión, hoy en Deia.

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