Seis
días, 50 años; ¿Hasta cuándo?
“Mientras unos y
otros se acusan de haber lanzado la primera piedra, Oriente Medio se desangra,
los muros crecen y todos aquellos que pueden emigran… Oriente Medio se parte en
pedazos cada vez más pequeños”. Este es un
extracto del libro ‘Oriente Medio, Oriente Roto’, publicado estos días por Mikel
Ayestaran, corresponsal en ese territorio desde 2005.
Israelíes y palestinos conmemoran estos días un 50
aniversario con dos visiones muy distintas. Hoy, 5 de junio, se cumple medio
siglo del inicio de la Guerra árabe-israelí de los Seis Días. La victoria hebrea
en este conflicto se tradujo en un triunfalismo desmedido en el que se fueron
perdiendo las oportunidades de resolver el conflicto y dejó una herida
permanente que derivó en nuevos enfrentamientos; unos enfrentamientos que a día
de hoy aún continúan lastrando la vida de muchas personas, imposibilitando dar
con una solución que termine con un conflicto tan prolongado.
El éxito militar significó para los israelíes el
sobrepaso de los acuerdos hasta entonces obtenidos; los objetivos territoriales
del sionismo se ampliaron, logrando, entre otras cosas, la anexión de Jerusalén
Este, que antes se encontraba bajo el control de Jordania, y consumando la unificación
de su capital eterna. Para añadir una mayor complicación al eterno conflicto,
en Jerusalén se encuentran tres espacios religiosos: el Santo Sepulcro, la
Explanada de las Mezquitas y el Muro de las Lamentaciones.
Pero, para los palestinos, este aniversario no es más
que el recordatorio de la ocupación de sus tierras, la ‘Naksa’, como ellos la
conocen, significó la huida de casi medio millón de ciudadanos que buscaron
cobijo en Jordania, Siria y Egipto para convertirse en refugiados durante
generaciones. Hoy es mucho mayor el número de refugiados; probablemente la
mayor parte de ellos nunca puedan volver a sus hogares, porque Israel, no sólo
hizo suya toda Jerusalén, sino que también se anexionó la península del Sinaí, Cisjordania
y los Altos del Golán, además de la franja de Gaza.
Es difícil tener un relato único y no impregnar de
una perspectiva personal cualquier análisis del trágico conflicto entre
israelíes y palestinos. Coincidiendo con el inicio del Ramadán, finalizaba una
huelga de hambre que se prolongó durante 40 días y en la que habían participado
cerca de 1.600 presos palestinos. La protesta, encabezada por Barghuti, el
líder más popular de Al Fatah y rival de Abu Mazen, y con la que pretendían
denunciar internacionalmente la falta de garantías y de respeto de los
estándares internacionales en materia de detenciones, alertó a responsables de
Naciones Unidas así como de la Unión Europea, que hicieron un preocupado
llamamiento a Israel e instaron al respeto de los principios de derecho
internacional. Nuevamente el derecho a una existencia de soberanía, pero sobre
todo, una vida de dignidad, se confrontaba a lo que desde el otro lado se ve
como las consecuencias ineludibles de las supuestas amenazas a sus consabidas
condiciones de seguridad. Por fin se consiguió que el gobierno israelí se
aviniera a negociar, logrando superar la amenaza de abrir un nuevo conflicto
que tuviese una serie de consecuencias impredecibles.
Y en un contexto de continua tensión, ¿es posible la
reactivación de las conversaciones de paz? ¿Es posible abrir nuevamente el
diálogo entre las comunidades árabe-israelíes? Algunas señales indican que
existe todavía una puerta abierta para la esperanza; una posibilidad de
resucitar las negociaciones es el aparente propósito de Donald Trump por
reactivar el acuerdo, al igual que lo es la manifestación del interés del Papa
por aportar su intermediación y promover los esfuerzos de paz en la visita que
realizará en los próximos meses. Tenue esperanza, porque no creo que ninguna
intervención pueda funcionar si no hay, por una parte, un verdadero
convencimiento de los dos pueblos de que hay que dejar el miedo a un lado para
afrontar una nueva página de la historia, y por otra parte, un verdadero empuje
internacional para convencer a Israel de la necesidad de lograr una paz
definitiva con el pueblo palestino.
"Dos Estados,
una esperanza: en contra de 50 años de ocupación", era el lema de la última manifestación que llenaba las calles de Tel
Aviv, reuniendo a miles de israelíes. Una concentración de gente que quería
mostrar su oposición a la ocupación y un apoyo a la solución de los dos estados
para dos pueblos.
Parece que Trump, felizmente, no va a cumplir con la
promesa que hizo en campaña electoral de trasladar la embajada estadounidense de
Tel Aviv a Jerusalén. Dentro de su incomprensible y general proceder político,
parece que todavía le queda un halo de prudencia, entendiendo que el equilibrio
en Oriente Medio pende de un hilo muy fino, y que el cuestionamiento de
cualquier elemento puede quebrar ese equilibrio, con unas consecuencias muy
graves para todos los ciudadanos del área.
Son muchos los elementos a considerar en una posible
solución: la verdadera voluntad, primeramente, tanto por parte de Israel como
de Palestina, de dar con una salida real y sincera a este prolongado conflicto;
pero el equilibrio entre la Realpolitik y la defensa de los Derechos Humanos es
una cuestión, una incógnita, de una complicada ecuación que la política
internacional va a tener que resolver.
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