El epitafio de la
LOMCE
El Gobierno español está inmerso
en una dinámica negativa y acumula suspenso tras suspenso. Esta semana ha sido
el Tribunal Constitucional el que le ha puesto en su sitio, anulando por unanimidad
el sistema que había previsto la controvertida LOMCE para garantizar la
financiación pública a la enseñanza en castellano en los centros concertados de
Cataluña.
No debería representar ninguna
sorpresa porque la invasión de competencias de la Ley Orgánica de Mejora de la
Calidad Educativa en una atribución exclusiva de la Generalitat era de libro
pero, quizá por falta de costumbre, esta decisión del Constitucional, unánimemente
contraria a la posición del Ejecutivo central, ha cobrado especial relevancia.
Constituye, desde luego, el peor final posible para una Ley de Educación que
pasará a la historia por haber empezado mal y acabado peor. En el ámbito
educativo en el que debe primar el diálogo, el consenso y la mirada a largo
plazo, la ‘Ley Wert’ ha sido un ejemplo de cerrazón, disputa permanente e
imposición. La sentencia del Constitucional suspende al Gobierno y deja escrito
el epitafio de la LOMCE.
Esta noticia ha llegado solo unos
días después del anuncio de Moncloa en el sentido de que va a adoptar medidas
para garantizar un porcentaje en la oferta para poder aprender en castellano en
el sistema de educación catalán. Se trata de una flagrante extralimitación en
la aplicación del artículo 155 que no solo ha supuesto la suspensión de la
capacidad de autogobierno en Cataluña, sino que pretende ahora adoptar medidas
que ni competen al Gobierno español ni cuentan con el más mínimo respaldo de la
comunidad educativa y la sociedad catalana. El PP utiliza una situación coyuntural
de interinidad para tratar de imponer una medida estructural que quebraría el
sistema pedagógico de inmersión lingüística en Cataluña, un sistema que se
fundamenta en un amplio acuerdo político labrado entre la mayor parte de las
fuerzas parlamentarias en la década de los 80.
Lo que más ha sorprendido del
anuncio realizado por Méndez de Vigo, Ministro y Conseller de facto de
Educación, ha sido la inconcreción de su propuesta. Dice estar dispuesto a
garantizar la libertad y el derecho de los progenitores a escoger la lengua
vehicular en la que matricularán a sus hijos e hijas, pero no presenta ni el
más mínimo diagnóstico de situación, ni la evaluación preceptiva de los
resultados obtenidos hasta la fecha, ni un mínimo apunte que desvele el plan de
acción para llevarlo a efecto. En realidad mi única duda es si este anuncio
tiene más de globo sonda, brindis al sol o estrategia de distracción; lo
indudable es que vuelve a poner de manifiesto la pulsión centralizadora de un
Gobierno español más centrado en amplificar los problemas que en resolverlos.
Volviendo a la sentencia del
Tribunal Constitucional y realizando una lectura política de la misma, se confirma
que representa un nuevo ejemplo de marcha atrás a la hora de asumir la
auténtica realidad de un Estado que, pese a quien pese, es diverso, plural y
cuenta con la singularidad y riqueza que representan las lenguas oficiales
diferentes al castellano. Esta misma semana he tenido la oportunidad de
comprobar que esta dicotomía se extiende entre los partidos e, incluso, comentaristas
y tertulianos que participan en los medios de comunicación del Reino. Hablan mucho
de una España plural pero no hacen más que alimentar la idea del Estado único,
uniforme y homogéneo, sin acabar de asumir y reconocer la verdadera diversidad
de las realidades culturales que lo conforman.
Se habla de un Estado
descentralizado, pero se elude otorgarle el valor, significado y reconocimiento
que le corresponde. La experiencia estatutaria vasca es un buen ejemplo y,
precisamente por eso, una de las cuestiones que va a tener que clarificar la Ponencia
de Autogobierno es el ámbito competencial, dotando a las instituciones vascas
de instrumentos de garantía para momentos como el actual, en los que una pugna
política entre fuerzas políticas como Ciudadanos y el Partido Popular puede
conducir a decisiones unilaterales contrarias al espíritu y la letra de las
instituciones del Autogobierno.
En este sentido, el dictamen del supremo
órgano intérprete de la Constitución nos ha sorprendido en positivo, dado
que ha establecido una serie de claras limitaciones a la voluntad del Gobierno español
a la hora de aplicar la ‘Ley Wert’, que concluye su andadura más cuestionada,
si cabe, de lo que la inició. La educación fue uno de los muchos frentes en los
que la mayoría absoluta del PP trató de avasallar con una apisonadora que no
dio, ni ha dado, fruto positivo alguno. Ninguno. Todo lo contrario, en su día logró
incomodar y enojar a todos los sectores de la comunidad educativa con su
actitud impositiva y prepotente. Por si no hubiera suficiente, ahora consigue el
dudoso mérito de recibir una sonora bofetada del Tribunal Constitucional que
cuestiona las decisiones adoptadas por el Ejecutivo central en un tema tan
sensible como la lengua. Triste epitafio par la LOMCE y su mentor.
En realidad, si tuviéramos que seleccionar
los retos de futuro que demanda un amplio consenso, la educación ocuparía un
lugar destacado. Hoy la LOMCE se encuentra en la UCI y lo que esperamos es que
esta sentencia sirva para enterrarla definitivamente y poder trabajar, de
verdad y con seriedad, por una educación de calidad y con futuro. No es tan
difícil, es necesario apostar por una educación que valore realmente al
personal docente, invierta en la modernización y adaptación de sus recursos, otorgue
mayor autonomía a los centros y, desde luego, escuche y se construya de forma
consensuada con la comunidad educativa.
El tema de las lenguas es, desde
luego, fundamental en una comunidad bilingüe. Nos corresponde definir y acordar
los objetivos para garantizar la capacitación y los recursos que permitan
fortalecer la convivencia lingüística. A partir de ahí, son las y los
profesionales de la docencia quienes más capacitados están y mejor van a llevar
a buen puerto el dominio de las habilidades y competencias lingüísticas
suficientes y necesarias que puedan garantizar el derecho de todas las personas
a expresarse y vivir en el idioma que deseen.
Mi artículo de opinión, hoy en www.diariovasco.com
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