domingo, 4 de marzo de 2018

La memoria, un deber compartido
Semana a semana, nos encontramos con fechas en las que nos vienen a la memoria los nombres de personas que murieron a consecuencia de la actividad criminal de ETA. La semana pasada resultó muy intensa desde el punto de vista de las víctimas: el 22 de febrero recordamos los asesinatos de Fernando Buesa y Jorge Díaz, así como también de los trabajadores de Elektra Josu Leonet y José Ángel Santos. En esas jornadas sufrimos, una vez más, la polémica suscitada a raíz del recibimiento que dispensaron días antes en Andoain a dos presos de la organización terrorista tras cumplir su condena por haber facilitado información para atentar contra Joseba Pagazaurtundua.
Es fácil comprender el dolor que deben sentir las víctimas al contemplar un acto, llámese homenaje o recibimiento, que supone una victimización añadida al irreparable desconsuelo de la violenta e injusta pérdida de un ser querido. Considero que la empatía y la capacidad para establecer un vínculo sincero con las personas son condiciones indispensables en política y quienes promueven estos actos deberían practicar ambas virtudes de cara a allanar el camino para avanzar hacia la normalización política y la convivencia en Euskadi.
De la misma manera, considero que en la construcción de una memoria justa y verdadera, es necesario analizar nuestro pasado con una mirada basada en el pluralismo memorial. Una mirada que trate de lograr un ámbito de diálogo democrático en el que se encuentren todas las miradas y, por lo tanto, se haga sitio también al punto de vista de las y los otros. Ni el sincretismo memorial, que concibe el pasado y la memoria como una fusión de todas las memorias para dar como resultado un único relato indiferenciado en el que todo se diluye, ni el antagonismo memorial, que lo entiende como una oposición frontal entre trincheras del pensamiento que considera incompatible cualquier punto de encuentro entre distintas perspectivas, favorecen en modo alguno el avance. Necesitamos que la política comparta con la sociedad un modelo democrático de pluralismo memorial, porque este es el auténtico modelo de interrelación democrática para una sociedad que quiere construir una convivencia con memoria y con determinación de futuro, con voluntad de no repetición. Una convivencia asentada sobre unos principios éticos que conforman consensos mayoritarios en la sociedad vasca.
En esa línea interpelamos a Mariano Rajoy en el último pleno del Senado, requiriéndole que su Ejecutivo trabaje en la construcción de una memoria compartida en el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo en Vitoria-Gasteiz. Esto es algo que, en este momento, no está ocurriendo. Es más, en ocasiones está aflorando incluso un sesgo ideológico que no beneficia al futuro de la convivencia, al promover construcciones memoriales aisladas, incomunicadas o acotadas sólo a un sector ideológico-político de la sociedad.
Tengo que reconocer que, una vez más, su respuesta tuvo poco que ver con la pregunta planteada. Rajoy se volvió a refugiar en el socorrido mantra de la necesidad de no confundir entre víctimas y victimarios, eludiendo el fondo de la cuestión. En la práctica, nuestra invitación a trabajar de manera conjunta para poder aunar voluntades en torno a una misma memoria se vio correspondida con una evidente falta de voluntad para poder llegar a un acuerdo y compartir una única vía de trabajo de cara a futuro.
Recordaba bien Rajoy que el Centro para la Memoria de las Víctimas se gestó con pluralidad y colaboración, ya que en la Fundación que lo gestiona participan instituciones como el Gobierno español, el Gobierno vasco, otras Comunidades autónomas, las asociaciones de víctimas y la propia sociedad civil; recordaba también que obtuvo un amplio consenso entre las diversas fuerzas políticas. Desgraciadamente, ese acuerdo plural no se está plasmando en hechos: para empezar, no se está contando con las instituciones vascas a la hora de aunar esfuerzos en la búsqueda de la memoria compartida. El ejemplo más flagrante es la falta de comunicación interna; así, en ocasiones, el Gobierno vasco se ha enterado de informaciones relevantes a través de los medios de comunicación. En una gestión transparente y leal, resulta imprescindible que la dirección ofrezca a quien, no lo olvidemos, es miembro de su Patronato, información anticipada sobre los proyectos y actividades que desarrolla en Euskadi. Esto no se está produciendo y, además, es evidente que el Centro debe realizar un mayor esfuerzo de pluralidad a la hora de preparar y convocar sus actividades, así como de componer sus equipos y desarrollar sus iniciativas.
Respeto, aunque evidentemente no comparto, la opinión expresada esta misma semana por la Directora General de Víctimas del Gobierno español, en la que discrepaba de mi punto de vista al respecto y afirmaba que mis “declaraciones ponen en entredicho esa pluralidad” por lo que “no tiene ningún sentido hacerlas en este momento”. Discrepo porque, en realidad, no son las declaraciones sino los hechos los que ponen en entredicho el cumplimiento de los objetivos y si algún momento es el indicado para realizar estos planteamientos es precisamente ahora, cuando, a la par que está erigiendo la sede en la capital alavesa, también se están estableciendo las bases del Centro para la Memoria de las Víctimas. Es ahora cuando es pertinente garantizar un relato compartido que tome en consideración la realidad social, institucional y política vasca. En caso de no hacerlo, el Centro corre el riesgo de elaborar un proyecto aislado, algo que no es positivo ni para la convivencia, ni para el futuro, ni para la memoria, ni para las víctimas.
Aunque el impacto del terrorismo de ETA y de la violencia ha sido muy importante en todo el Estado, y sobre todo en Euskadi, afortunadamente, a día de hoy podemos hablar en pasado, al menos en lo sustantivo. Después de tantos años de dolor, sufrimiento y desesperanza, nos toca construir una convivencia sana y de futuro. Nos toca saber interpretar la esperanza que en estos momentos vivimos en Euskadi, una esperanza que tenemos que traducir en futuro e ilusión. Afortunadamente, vivimos tiempos que nada se parecen a los de la Euskadi de hace diez años.
En este contexto, entendemos que el trabajo de la memoria es fundamental para consolidar la paz y la convivencia en Euskadi. Una memoria que, además, tiene que cumplir la condición de rechazar la legitimación o minimización de cualquier forma de terrorismo, violencia o vulneración de derechos humanos.
Una frase de Primo Levi preside el frontispicio de la página web del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo: “Meditar sobre lo que pasó es deber de todos”. Comparto esta reflexión y su sentido más profundo. Solicitar su aplicación práctica y su incorporación real al ideario del Centro fue el objetivo de mi interpelación en el Senado al presidente Mariano Rajoy. Mi conclusión, tras su respuesta, es que esta idea sigue presidiendo la web de la entidad pero que todavía no se ha incorporado a sus contenidos y actividades. Mi propuesta era que se atendiera la diversidad de puntos de vista que cohabitan en la sociedad vasca y la respuesta que recibí eludió absolutamente la cuestión. No voy a cejar en el empeño y seguiré apelando a Primo Levi hasta conseguir que el Centro cuente con la pluralidad de sensibilidades democráticas que existen en Euskadi para hacer un relato completo y veraz sobre lo que pasó, de forma que se pueda asentar una memoria sólida y con voluntad de futuro. La memoria es y debe ser un deber compartido, de todas y todos.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias.
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