Una actitud para el acuerdo en educación
¿Qué te llevarías a una isla desierta? Quién no habrá debatido en alguna distendida tertulia acerca de esta pregunta, una cuestión habitual también en entrevistas que buscan resultar amenas en los medios de comunicación. La primera pulsión suele ser responder con propuestas que tratan de ensalzar la amistad, la intelectualidad u otra virtud aparente pero, tras unos segundos de reflexión, lo habitual suele ser decantarse por algún tipo de instrumento o medio que nos permita escapar del aislamiento que imaginamos en la isla desierta.
Afortunadamente, ningún barco me ha llevado a naufragar en islote deshabitado alguno, pero mi vocación sí me ha llevado a navegar en las procelosas aguas de la política, donde gestionar los recursos de la ciudadanía para tratar de facilitarle una vida más adecuada y suficientemente confortable. Esta es una tarea más importante –siquiera, menos insólita- que subsistir o escapar de una isla. ¿Qué me llevaría yo a ese reto? Sin duda alguna, la piedra sobre la que erigiría esa sociedad mejor sería la educación.
Todo lo que invirtamos y toda actitud positiva que mantengamos hacia el desarrollo de la educación es un esfuerzo bien empleado. Compartimos la idea de que la educación es clave en la construcción de un país; no solo por lo que supone el aprendizaje de determinados conocimientos, sino como proceso integral de formación de ciudadanos y ciudadanas con capacidad de determinar su futuro. Tengo el convencimiento de que si somos modélicos en el ámbito educativo, estaremos construyendo una sociedad más equilibrada y justa, mejor formada, con más derechos y capacidades de desarrollo futuro.
Según datos de Eurostat, la tasa de abandono escolar temprano, es decir el porcentaje de personas entre 18 y 24 años que no han completado la enseñanza secundaria en Euskadi ha sido del 7% en 2017. Esta tasa es mucho más favorable que la media de la Unión Europea y mejor también que la de referentes mundiales a nivel educativo, como Finlandia o Alemania. En el ámbito del Estado, un estudio reciente sitúa a Euskadi como una de las tres Comunidades con mayor equidad en educación, por encima de los países de la OCDE.
La calidad en la enseñanza determina en gran medida la salud laboral de la ciudadanía, de la sociedad. Se produce una correlación directa entre las sociedades que cuentan con un buen sistema de enseñanza y las que tienen un mejor sistema de empleo. No digo nada nuevo si pondero el nivel de nuestra Formación Profesional, más de seis puntos por delante de Asturias, segunda comunidad autónoma con mejores datos. Tengo que reconocer que disfruto en mi atalaya en las Cortes Generales, cada vez que la FP Dual surge en el debate y todos los grupos citan Euskadi como el referente a seguir.
Soy muy consciente, desde luego, de la necesidad de una mejora continua en la enseñanza en la línea de avanzar más en nuestro bienestar y posibilidades de futuro, pero es imprescindible conocer y reconocer las bases con las que contamos tras más de 30 años de desarrollo de un sistema educativo propio.
Así, por ejemplo, el ratio por aula en Euskadi es el más positivo del estado, con 9,1 alumnos por cada profesor en el caso de la enseñanza secundaria. Nos encontramos a la cabeza, también, en las condiciones salariales y laborales de las personas profesionales de la Educación, en las horas de trabajo semanal o en el procedimiento de sustituciones por bajas. Esta base cierta y acordada, conocida por la sociedad, es la que dificulta poder llegar a entender el conflicto permanente provocado por determinados sindicatos en la enseñanza pública vasca.
No comparto ni entiendo que los sindicatos pretendan llevar este conflicto a las aulas a través de la organización de huelgas generales de forma continua. Menos aún, cuando lo hacen en épocas tan delicadas en el proceso de formación y aprendizaje como son el fin de curso o, anteriormente, en pleno periodo de matriculación. Esta situación genera incertidumbre, inestabilidad y desasosiego con respecto al sistema público en las familias, que se preguntan por qué se dan estos desencuentros aquí y no en otras comunidades que, comparativamente, se encuentran en una situación más desfavorable que Euskadi.
Hablan los sindicatos de diálogo, pero esta no puede ser solo una palabra que se pone sobre la mesa y que después no va acompañada de una serie de acciones consecuentes, de una voluntad efectiva de alcanzar acuerdos. No tiene sentido mantener la conflictividad generada por la convocatoria de un calendario de huelgas generales, mientras las mesas de negociación se encuentran abiertas y, además, se han empezado a alcanzar ya los primeros acuerdos.
¿Qué me llevaría yo a una isla desierta? Actitud; la actitud positiva para contribuir a la construcción de un futuro mejor a través de la educación. Actitud de trabajar por un reto que cuente con la ayuda de los agentes implicados. El éxito del sistema educativo en Euskadi tiene que ser un reto compartido; para ello, resulta imprescindible la colaboración de todos los estamentos implicados en el instrumento fundamental para la construcción de un pueblo: su gente. Está claro que estos estamentos no deben dejarse llevar por el conformismo para seguir perseverando en la búsqueda de la mejora continua del sistema educativo, pero tampoco pueden prescindir en su diagnóstico de la positiva realidad que disfrutan actualmente. La educación necesita, en definitiva, una actitud que revele auténtica voluntad de acuerdo.
Afortunadamente, ningún barco me ha llevado a naufragar en islote deshabitado alguno, pero mi vocación sí me ha llevado a navegar en las procelosas aguas de la política, donde gestionar los recursos de la ciudadanía para tratar de facilitarle una vida más adecuada y suficientemente confortable. Esta es una tarea más importante –siquiera, menos insólita- que subsistir o escapar de una isla. ¿Qué me llevaría yo a ese reto? Sin duda alguna, la piedra sobre la que erigiría esa sociedad mejor sería la educación.
Todo lo que invirtamos y toda actitud positiva que mantengamos hacia el desarrollo de la educación es un esfuerzo bien empleado. Compartimos la idea de que la educación es clave en la construcción de un país; no solo por lo que supone el aprendizaje de determinados conocimientos, sino como proceso integral de formación de ciudadanos y ciudadanas con capacidad de determinar su futuro. Tengo el convencimiento de que si somos modélicos en el ámbito educativo, estaremos construyendo una sociedad más equilibrada y justa, mejor formada, con más derechos y capacidades de desarrollo futuro.
Según datos de Eurostat, la tasa de abandono escolar temprano, es decir el porcentaje de personas entre 18 y 24 años que no han completado la enseñanza secundaria en Euskadi ha sido del 7% en 2017. Esta tasa es mucho más favorable que la media de la Unión Europea y mejor también que la de referentes mundiales a nivel educativo, como Finlandia o Alemania. En el ámbito del Estado, un estudio reciente sitúa a Euskadi como una de las tres Comunidades con mayor equidad en educación, por encima de los países de la OCDE.
La calidad en la enseñanza determina en gran medida la salud laboral de la ciudadanía, de la sociedad. Se produce una correlación directa entre las sociedades que cuentan con un buen sistema de enseñanza y las que tienen un mejor sistema de empleo. No digo nada nuevo si pondero el nivel de nuestra Formación Profesional, más de seis puntos por delante de Asturias, segunda comunidad autónoma con mejores datos. Tengo que reconocer que disfruto en mi atalaya en las Cortes Generales, cada vez que la FP Dual surge en el debate y todos los grupos citan Euskadi como el referente a seguir.
Soy muy consciente, desde luego, de la necesidad de una mejora continua en la enseñanza en la línea de avanzar más en nuestro bienestar y posibilidades de futuro, pero es imprescindible conocer y reconocer las bases con las que contamos tras más de 30 años de desarrollo de un sistema educativo propio.
Así, por ejemplo, el ratio por aula en Euskadi es el más positivo del estado, con 9,1 alumnos por cada profesor en el caso de la enseñanza secundaria. Nos encontramos a la cabeza, también, en las condiciones salariales y laborales de las personas profesionales de la Educación, en las horas de trabajo semanal o en el procedimiento de sustituciones por bajas. Esta base cierta y acordada, conocida por la sociedad, es la que dificulta poder llegar a entender el conflicto permanente provocado por determinados sindicatos en la enseñanza pública vasca.
No comparto ni entiendo que los sindicatos pretendan llevar este conflicto a las aulas a través de la organización de huelgas generales de forma continua. Menos aún, cuando lo hacen en épocas tan delicadas en el proceso de formación y aprendizaje como son el fin de curso o, anteriormente, en pleno periodo de matriculación. Esta situación genera incertidumbre, inestabilidad y desasosiego con respecto al sistema público en las familias, que se preguntan por qué se dan estos desencuentros aquí y no en otras comunidades que, comparativamente, se encuentran en una situación más desfavorable que Euskadi.
Hablan los sindicatos de diálogo, pero esta no puede ser solo una palabra que se pone sobre la mesa y que después no va acompañada de una serie de acciones consecuentes, de una voluntad efectiva de alcanzar acuerdos. No tiene sentido mantener la conflictividad generada por la convocatoria de un calendario de huelgas generales, mientras las mesas de negociación se encuentran abiertas y, además, se han empezado a alcanzar ya los primeros acuerdos.
¿Qué me llevaría yo a una isla desierta? Actitud; la actitud positiva para contribuir a la construcción de un futuro mejor a través de la educación. Actitud de trabajar por un reto que cuente con la ayuda de los agentes implicados. El éxito del sistema educativo en Euskadi tiene que ser un reto compartido; para ello, resulta imprescindible la colaboración de todos los estamentos implicados en el instrumento fundamental para la construcción de un pueblo: su gente. Está claro que estos estamentos no deben dejarse llevar por el conformismo para seguir perseverando en la búsqueda de la mejora continua del sistema educativo, pero tampoco pueden prescindir en su diagnóstico de la positiva realidad que disfrutan actualmente. La educación necesita, en definitiva, una actitud que revele auténtica voluntad de acuerdo.
Mi artículo de hoy, en Diario Vasco
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