Franqueo en el Valle
de los Caídos
En el Valle de los Caídos,
hasta los errores son de parte. En la página web que detalla los pormenores e
historia del monumento se afirma que el retablo gótico flamenco de la Capilla
del Santísimo se halla “franqueado” por las imágenes de seis apóstoles. Lo
cierto es que utilizar en el citado contexto el verbo ‘franquear’ en lugar de
‘flanquear’ no deja de ser una anecdótica errata, significativa eso sí, dentro
del monumental despropósito que supone la propia existencia de un mausoleo de
inequívoca significación franquista en pleno siglo XXI.
Hoy, 1 de abril, se
cumplen 59 años desde que Franco inaugurara oficialmente el bautizado como
Monumento a los Caídos. La fecha no fue elegida casualmente, como tampoco fue
casual que 19 años antes el dictador hubiera organizado ese día una
inauguración simbólica del mismo en San Lorenzo del Escorial. De hecho, fue
elegida por ser el día en que las tropas golpistas sublevadas contra la
legítima República ganaron la Guerra civil en 1939. Una fecha en la que, según
establece el convenio con la Abadía Benedictina de Silos que gestiona el monumento,
es obligatorio ‘cantar una misa solemne de acción de gracias’ con motivo del
día ‘en que terminó nuestra cruzada’ (sic).
Resulta comprensible
que, en el contexto histórico del 29 de mayo de 1958, estos términos pudieran
recogerse en el citado convenio. Ahora bien, lo que es difícilmente
justificable es que casi 60 años después de su firma, y más de 40 años después
del final de la dictadura que amparó esta inmoralidad, siga aún en vigor. Por
ese motivo, el 20 de marzo, en el último pleno del Senado, reclamé al Ministro de
Justicia que pusiera en marcha los mecanismos para subsanar una realidad que no
se ajusta a derecho; que previera cuándo y cómo iniciar el procedimiento de actualización
de un nuevo acuerdo que sustituya al de 1958. Solicité un calendario,
contenidos e instrumentos de participación para dar cauce a una decisión que
cuenta con amplio consenso social y político.
No por resultar
recurrente y obvio voy a dejar de utilizar el argumento de que a nadie se le
ocurriría que en Alemania o Italia pudiera existir un monumento de exaltación
de Hitler o Mussolini. Sin embargo, en el Estado español, el mausoleo erigido
en honor a quien provocó la Guerra civil y con ella miles de muertes no solo
sigue en pie sino que el concierto que rige su uso sigue otorgando respaldo
oficial a cometidos como la celebración de una misa el día de la ‘exaltación de
Franco a la jefatura del Estado’ o en el aniversario de su muerte. Resulta
inaceptable leer la propia razón de ser de este convenio: ‘Rogar a Dios por las
almas de los muertos en la cruzada nacional’, tal y como literalmente recoge el
texto.
Mi predisposición a la
empatía es inquebrantable y soy consciente de la incomodidad que despierta en
los responsables del Partido Popular afrontar una cuestión histórica ante la
que parte de sus potenciales votantes mantienen un punto de vista que dista
mucho de lo que debiera ser admisible en un Estado que se llame de derecho. En
cualquier caso, mi decepción ante la respuesta que Rafael Catalá dio en el
pleno del Senado a mi pregunta fue absoluta; más aún cuando, dos semanas antes,
la Secretaria de Estado de Justicia me había adelantado en la propia Cámara
Alta la disposición del Ejecutivo central a revisar el citado convenio.
Más allá de presuntas
trabas y dificultades, al menos discutibles, el responsable de la cartera de
Justicia consideró que, en este asunto, la mejor defensa era un ataque, y me
echó en cara que, habiendo sido alcalde de Tolosa, tampoco yo toqué un panteón
carlista en el cementerio de mi localidad. No lo hice, porque ni siquiera
tenía, ni tengo, constancia de la existencia de tal monumento. De hecho, me
remito a lo que el propio Partido Carlista ha hecho público en relación a esta
afirmación del Ministro: “No existe tal panteón al que se refiere Rafael Catalá
Polo en el cementerio de la localidad guipuzcoana de Tolosa. Por lo que el señor
Ministro de Justicia desconoce de lo que habla o directamente miente. En cualquier
caso algo no muy apropiado para una persona con tal tipo de responsabilidad”
(fin de la declaración).
Dicho esto, es
precisamente la alta y singular responsabilidad que ostenta el Ministro de
Justicia la que debería haberle impedido utilizar un argumento de tan ínfimo
nivel. Más aún, teniendo en cuenta que forma parte del Gobierno de un país,
España, que acredita el dudoso honor de ocupar el segundo puesto en el mundo,
tras Camboya, en número de personas desaparecidas cuyos restos no han sido
recuperados ni identificados. Por si esto fuera poco, el presidente de su
Gobierno se jacta públicamente de no haber invertido un solo euro en cumplir
los mandatos de la Ley de Memoria Histórica.
El nulo respeto de los
máximos mandatarios del Estado ante la citada Ley supera todo lo permisible y
el propio Consejo de Europa ha apercibido al Ejecutivo central por sus incumplimientos,
reclamando la pertinencia de una revisión de la misma tras diez años de tan
escaso rendimiento. He compartido la incredulidad y frustración que sienten los
familiares de las víctimas, con quienes nos hemos reunido en innumerables
ocasiones, ante las reiteradas promesas incumplidas y los vacuos llamamientos a
la reconciliación que pierden todo su sentido porque nunca llega. Han pasado cuarenta
años desde el fin de una dictadura que duró otros cuarenta años y aún hay familiares
que siguen viviendo con la frustración de saber que su padre o abuelo se
encuentra enterrado en el Valle de los Caídos y la Administración pública se
resiste a adoptar medidas que les permitan localizarlos.
Los familiares de los
hermanos Lapeña sí lograron que el juzgado de San Lorenzo del Escorial
autorizase la exhumación de sus cuerpos, aunque el prior de la Abadía Benedictina
de Silos la bloqueó presentando un recurso contencioso administrativo en la
Audiencia Nacional. Afortunadamente, Santiago Cantera accedió la semana pasada
a retirar dicho recurso y, también, a reunirse con los familiares de las personas
enterradas en el mausoleo sin su permiso. Ambas exigencias eran, precisamente,
las que el Partido Nacionalista Vasco había trasladado en la Comisión de
Justicia de la Cámara Alta, Comisión a la que declinó acudir proponiendo, a
cambio, que fuéramos los senadores quienes visitáramos Cuelgamuros.
Afortunadamente, su rectificación hace innecesaria nuestra asistencia al
megalómano panteón y nos ahorra tener que tolerar insultos como los que algunos
nostálgicos del totalitario régimen nos dedicaron allí semanas atrás en una
visita oficial de varios europarlamentarios, entre los que se encontraba
Izaskun Bilbao y, sobre todo, tener que volver a constatar que la tumba del
dictador es adornada, cada día, con un ramo de flores frescas.
Volviendo al Ministro
Catalá, justificaba la demora en renovar el Convenio que rige la gestión del
Valle de los Caídos, amparándose en la necesidad de una capacidad económica y
de un consenso político y social, al que hacía referencia el informe de 2011 de
la Comisión de expertos. Al margen de que el presupuesto que requeriría tal
actualización es irrelevante, resulta paradójico y triste que, cuarenta años
después de la muerte de Franco, los principales partidos del Estado carezcan de
voluntad política real para asumir el sinsentido de la existencia de un
mausoleo que acoge sus restos en el altar principal, lo que hace que siga siendo
considerado un monumento de homenaje al dictador, tanto simbólica como
oficialmente. La resignificación del Valle de los Caídos es un quehacer
ineludible; debe dejar de ser un monumento de parte y pasar a ser, lo antes
posible, un monumento para la paz que recoja las sensibilidades de todos los
contendientes. Fueran vencedores o vencidos, todos
perecieron en una guerra sin sentido.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias.
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