La luz en las víctimas
Esta semana he
tenido la oportunidad de visitar la ‘Ciudad de la luz’, París, ejemplo de
modernidad y futuro. En estas grandes urbes, uno puede encontrarse con otra
dimensión social y urbana con la que no estamos
habituados a vivir; llaman la atención las grandes infraestructuras culturales
o de movilidad, las playas en pleno centro de la ciudad, la convivencia de
personas de origen, condición y raza diferente, también la obsesión por la
seguridad. Esta última es la cuestión que quiero subrayar porque ocupa gran
parte de la agenda política, tanto de la capital como del Estado francés, tras
haber sufrido de cerca la violencia extrema. El terrorismo ha adquirido otro
nivel, se ha convertido en un riesgo global; nadie puede sentirse seguro en
ninguna parte del mundo. Hoy puede ser París, mañana Londres, Madrid o
cualquier capital de Oriente Próximo. La globalización ha extendido, ampliado y
amplificado el riesgo. La única respuesta posible es la unidad, también global,
trabajar de manera conjunta, sumar todas las capacidades de todos los Gobiernos
y organizaciones para tratar de garantizar la seguridad de las personas estén
donde estén.
El 17 de agosto
del pasado año el terrorismo golpeó Barcelona y Cambrils. Un año después, he
participado en el acto de recuerdo y solidaridad organizado en la capital
condal bajo el lema ‘Barcelona, ciudad de paz’. Lo hice en compañía de Aitor
Esteban y en nuestra condición de portavoces del Partido Nacionalista Vasco en
el Congreso y el Senado. Nuestra primera impresión fue constatar la escasa
participación de los diferentes grupos parlamentarios y representantes de las
Cortes Generales en este homenaje.
Esta situación
anómala me trajo a la memoria la reunión que, siendo concejal de Tolosa,
mantuvimos todos los representantes del Ayuntamiento con los familiares de Josu
Leonet, trabajador de Elektra asesinado por ETA. Recuerdo que, con toda
crudeza, los familiares nos reprocharon atenderles solo cuando la luz y los
focos de los medios de comunicación permanecían encendidos, para desaparecer a
continuación dejando a las familias en la más absoluta de las soledades. Me
costó aceptarlo, pero debo reconocer que fue una enseñanza de vida que nunca
agradeceré lo suficiente a la familia Leonet-Tadeo. Una enseñanza que me ha
servido y ayudado a lo largo de mi vida porque, desgraciadamente, ha sido mucha
y larga la experiencia de terror y dolor que me ha tocado vivir.
En el acto de
Barcelona teníamos a nuestro lado el sufrimiento de las víctimas y al otro lado
se encontraban las personas que decidieron acompañarles en este primer
aniversario de recuerdo. Estaba claro que ese día el único protagonismo
correspondía a las víctimas y sus familiares. Nadie más debía tener ninguna
relevancia especial. Sin embargo no fue así y la controversia institucional,
social y política encontró su espacio con pancartas, banderas y eslóganes a voz
en grito que ni tenían sentido ni habían sido invitadas. Ese día no tocaba. Ese
día era para homenajear a las víctimas del terrorismo y no para alimentar una
confrontación que desplaza la luz y el foco de lo único importante, el
acompañamiento a las familias que hace un año, en un segundo y sin razón alguna, perdieron a un ser
querido.
Muy cerca de
nosotros, un grupo de personas muy poco respetuosas con la situación que
estábamos viviendo, no hacían más qué interferir en el acto, gritar y provocar;
pretendían defender al Rey y reivindicar la unidad de España, pero no era el
momento ni el lugar. Era una minoría, pero muy ruidosa, molesta y fuera de
lugar. Podrán aducir que “respondían” a una pancarta crítica con el Rey de
España, pero está claro que no improvisaban y que respondían a una organización
premeditada con sus banderas españolas, pancartas y eslóganes perfectamente
preparados. Les daba igual que los organizadores del sentido acto estuviesen
tratando de crear un clima de respeto y cercanía a las víctimas y sus familias.
Eran personas que no estaban dispuestas a escuchar, ni tan siquiera la canción
interpretada en el acto, ‘Qual se vol nit por sortir el sol’ (Cualquier noche
puede salir el sol), de Jaume Sisa, cuyo estribillo tiene un mensaje totalmente
inclusivo: “Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo. Mi
casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien”. Quienes trataban de
caldear el ambiente no han entendido la letra de ‘Imagine’, de John Lennon,
otra de las canciones que se interpretaron: “Imagina que no hay países...
imagina toda la gente viviendo en paz”. Esta canción lanzaba un mensaje a todos
quienes defendemos que Cataluña merece un tiempo de distensión: “Imagina toda
la gente compartiendo un mundo, podrás decir que soy un soñador, pero no soy el
único; espero que algún día te nos unas y el mundo será uno”.
Las letras de
las canciones interpretadas nos hablaban de amigos que se dan la mano, mientras
la actitud de un determinado grupo de personas era justo la contraria. Me
desagradó especialmente que algunos representantes políticos abandonaran el
sentido del momento y se acercaran a saludar a ese grupo que había intentado
reventar un acto que consistía en acompañar el sufrimiento de las víctimas.
Cataluña vive una situación de mucha tensión y PP y Ciudadanos no pueden, o no
deben, pugnar por ver quién demuestra una mayor capacidad de generar tensión.
El pueblo catalán necesita justo lo contrario, una nueva luz. La clave es
promover una distensión que permita a los partidos políticos catalanes
recomponer su situación interna, dialogar, retomar unas relaciones
constructivas y establecer una
estrategia a futuro. Incluso desde la complicidad y el entendimiento no será
fácil encontrar una salida, pero desde el enfrentamiento es imposible avanzar.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.
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