Se mueren
La acerada realidad que nos muestran los miles de inmigrantes y refugiados
que llegan a Europa tras sortear la muerte en el Mediterráneo es una pesada
losa. Permanece sobre nuestras conciencias a modo de responsabilidad y golpea
de forma permanente nuestro sentir más íntimo. Son imágenes que entran en
nuestras abotargadas mentes reivindicando una respuesta ante esta dramática
situación.
Es posible que haya mucha gente que muestre indiferencia, pero la
responsabilidad de quienes asumimos la representación de la sociedad consiste
en buscar y ofrecer respuestas, en los momentos fáciles y en los no tan
fáciles. En este caso nuestra responsabilidad nos obliga a buscar soluciones
ante una situación muy dura para tantas y tantas personas, muy especialmente
para los niños, los más desamparados, que necesitan una especial protección.
La pérdida continua de vidas
humanas muestra lo dramático de la situación que se está produciendo en el
Mediterráneo. La respuesta, tan apresurada como poco meditada, por parte de la
Unión Europea, fue la firma de un Acuerdo con Turquía que no ha logrado más que
desviar la responsabilidad ante la llegada de refugiados y que no está teniendo
en cuenta el impacto de esta decisión sobre los derechos humanos. El
compromiso, a cambio de 3.000 millones de euros, se centraba en que los
solicitantes de asilo e inmigrantes que pasaran de Turquía a Grecia y, cuyas
solicitudes hubieran sido declaradas inadmisibles, serían devueltos a Turquía.
Este país se comprometía, además, a tomar medidas para evitar que se pudieran
abrir nuevas rutas marítimas o terrestres de migración irregular.
La protección de los
refugiados y la salvaguarda de vidas humanas debiera de haber sido el principio
esencial de nuestra política común europea, pero lo cierto es que la seguridad
ha sido el eje exclusivo sobre el que se han desarrollado durante estos dos
años todas y cada una de las medidas que los Gobiernos europeos han acordado.
Una política que, en realidad, solo se diferencia en los matices de la que
tanto criticamos al otro lado del Atlántico.
La propia
Defensora del Pueblo Europeo, Emily O'Reilly, pedía recientemente a la Comisión
Europea que llevara a cabo una evaluación más exhaustiva del impacto sobre los
derechos humanos del Acuerdo, cerrado en marzo de 2016. La Defensora del Pueblo
considera, como muchos de nosotros, que los riesgos en esta materia son
numerosos y preocupantes, y que las instituciones de la UE no pueden eludir su
responsabilidad. De la misma forma, el Parlamento Europeo hacía una llamada de
atención sobre la situación de los derechos humanos en Turquía y demandaba, el
pasado noviembre, la suspensión temporal de las negociaciones para su adhesión
a la Unión.
Es evidente que Turquía no está demostrando el nivel de exigencia obligado
en materia de derechos humanos y libertades fundamentales. Es un país en estado
de excepción que se aleja a pasos agigantados de los valores democráticos que
sostienen la Unión Europea. Resulta difícil pensar que un acuerdo con un socio
tan cuestionado pueda ser el fundamento sobre el que vayamos a conseguir
gestionar mejor los flujos migratorios y, sobre todo, proteger a los
inmigrantes y mejorar sus condiciones de vida. La Unión Europea
necesita aprobar con urgencia una política común de migración y asilo. El
conjunto de la Unión es responsable, y cada Estado miembro, España incluida,
también lo es.
Entiendo que pueda haber personas que no compartan estas
reflexiones. Ahora bien, me consta que muchas otras, la mayoría, se avergüenzan
de esta situación, declaran su impotencia, comparten la necesidad de actuar y
expresan, incluso, su disposición a ayudar directamente. Así es; hay muchos
ciudadanos europeos dispuestos a realizar una aportación, personas dispuestas a
abrir sus casas, pero los Gobiernos, que cuentan con gran cantidad de recursos,
tanto humanos como materiales, no encuentran la manera de responder a esta
demanda social.
Se trata de algo tan sencillo como entender que la única
manera de no tener personas refugiadas nos exige reconocer la dignidad de todos
los seres humanos. En esta línea quiero subrayar una iniciativa loable adoptada
por el Lehendakari Iñigo Urkullu, quien se ha trasladado a Italia para poder
conocer, de primera mano, la experiencia de los corredores humanitarios puestos
en marcha por la comunidad de Sant'Egidio. Esta comunidad ha
conseguido cerrar un acuerdo con el Gobierno italiano para poner en marcha
estos corredores que permiten acoger a cientos de personas refugiadas de una
manera segura. A través de esta
fórmula, esta pequeña comunidad religiosa está consiguiendo resultados que, por
paradójico que parezca, los grandes Estados europeos no han tenido capacidad de
poner en marcha.
Otro ejemplo reseñable en esta misma línea se ha
producido en mi propio pueblo, en Tolosa (Gipuzkoa). Esta última semana he
tenido la oportunidad de conocer y sentir de cerca el sentido de la solidaridad
práctica de todo un pueblo. Un grupo de personas ha unido sus fuerzas y, en
unas pocas horas, ha demostrado capacidad para recoger suficiente ropa como
para llenar tres camiones. Ahora van a necesitar cinco días para llegar a
Belgrado, donde han organizado ya la infraestructura necesaria como para repartir
la ropa recogida. En esas mismas pocas horas, han recibido también 15.000 euros
en donaciones particulares. Este grupo de personas -Josu, Pablo, Nagore o Kike-
representan los valores más profundos de una sociedad solidaria. Han sido
capaces de reconducir la impotencia que siente la ciudadanía, transformarla en
positivo y ponerla al servicio de la ayuda a quien más lo necesita. Son un
auténtico ejemplo.
La semana pasada participé en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de
Europa. Concluyo este artículo con las palabras de una parlamentaria griega, que
afirmó que, si Picasso viviera hoy, el “Guernica” sería la representación del
drama de los refugiados. Esta declaración que comparto es un recordatorio
permanente para todos los dirigentes y responsables políticos europeos, es
importante que seamos conscientes de que nuestra obligación pública debe
asentarse en un compromiso con las personas, con los principios y valores de la
dignidad humana. Si algún día no respetamos o no somos coherentes con estos
valores, habremos fracasado. Recordemos por lo tanto el “Guernica” y tratemos
de paliar el drama cotidiano de tantas y tantas personas que solo buscan
refugio y ayuda para mantener una vida digna.
Artículo publicado el pasado miércoles en Vozpopuli.
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