Este
mes de junio se cumplen 50 años desde que Jorge Oteiza instalara en la fachada
del Santuario de Arantzazu sus icónicos catorce apóstoles. Precisamente catorce
fueron los años en los que las piezas del conjunto escultórico, que ya habían
comenzado a tomar forma, estuvieron varadas en una cuneta cercana al monumento
“durmiendo el sueño geológico” ante la prohibición eclesiástica de colocar un
friso, al parecer, excesivamente vanguardista para la época. La eliminación de
las características clásicas y reconocibles de los apóstoles y, sobre todo, el
atrevimiento de esculpir dos más de los doce habituales generaron un obstáculo insalvable
para la moral de la comisión diocesana de Arte Sacro del momento.
Afortunadamente, el veto se levantó y la idea del genial artista oriotarra de
mostrar la apostolicidad como comunidad abierta, representando dos nuevos
creyentes ganados por la predicación de los discípulos de Jesucristo pudo ver
la luz.
Coincidiendo
con este aniversario, estas últimas semanas estamos percibiendo el optimista
mensaje que nos llega desde el mundo de la cultura. Además del medio siglo de
los Apóstoles de Arantzazu, se ha reabierto Chillida Leku, Olatu Talka ha
cerrado su década de existencia de manera exitosa, se acerca el 80 aniversario
de la Quincena Musical, se han avanzado las novedades para Zinemaldia, los programas
de Tabakalera, Kursaal, Itsas Museoa, los Cursos de Verano, los conciertos
veraniegos y la guinda de la película que Woody Allen rodará en Donostia. La
cultura comunica vitalidad, crecimiento, formación, comunidad, innovación, un
compendio de valores positivos. Sin embargo, frente a esta oleada positiva de
la cultura, nos encontramos con un panorama desolador en el ámbito de la
“comunicación política”. Tras la doble cita electoral, la terminología
utilizada no puede ser más negativa: vetos, líneas rojas, trincheras, amenazas,
pulsos, choques, ultimátum, prohibiciones, suspensiones, impugnaciones,
exigencias, presiones, enmiendas a la totalidad, condiciones imposibles. Es
evidente que la “cultura política” no vive su mejor momento.
No
hay más que ver lo que viene ocurriendo en Europa, donde los principales
Estados de la Unión están viviendo sus propios conflictos. Alemania está viendo
peligrar su liderazgo continental y su capacidad de organización política
porque uno de los socios más importantes del CDU de Angela Merkel ha entrado en
una profunda crisis, cuestionando la continuidad de la coalición de gobierno.
En Francia se mantiene el conflicto y la tensión permanente que provoca el
movimiento de los ‘chalecos amarillos’, que han llevado a Emmanuel Macron a una
situación impensable hace dos años, cuando logró una clara victoria en las
elecciones presidenciales con un apoyo que alcanzó el 66,1% en la segunda vuelta
y que ahora se ve superado por el Frente Nacional de Marine Le Pen en el último
plebiscito europeo. Algo similar ocurre en Italia, con un gran desgaste del Gobierno
que ha llevado al primer ministro a amenazar con la dimisión si entre Salvini y
el Movimiento 5 Estrellas no dan con algún tipo de acuerdo. Gran Bretaña vive
sumida en el laberinto del Brexit, con el presidente americano Donald Trump creando
más crispación con sus declaraciones, faltando incluso al respeto a
representantes tan importantes como el alcalde de Londres en su propia casa.
Ni
qué decir tiene que este mismo clima es el que se respira en la política
española, con un lenguaje hosco, violento entre los partidos políticos y
provocando una tensión creciente. La constitución del nuevo Congreso de los
Diputados, sin opción de mayoría absoluta ni entre los dos partidos
tradicionales ni siquiera entre los dos grandes bloques ideológicos, provoca
agrios cruces de declaraciones que no llevan sino al veto y a la
obstaculización mutua. Es curioso comprobar cómo los grandes partidos que dicen
defender la unidad de España solo compiten en su propia desunión, se anulan
mutuamente y después arremeten contra quienes tratamos, como siempre, de dotar
de la mínima estabilidad a la vida institucional. Estos partidos se empeñan en
imputarnos el “manejo interesado” de la política española y vuelven a clamar
por un cambio en la ley electoral, como si esta fuera la solución para todos
sus males.
Veremos
cómo acaba esta pelea de gallos que poco tiene que ver con los hasta ahora
habituales ‘cortejos’ post electorales en busca de apoyos o alianzas. En
realidad el problema es que el desencuentro crece y cuanto más se ajusta el
foco y se desciende al escenario postelectoral de Navarra, Madrid, Cataluña,
Barcelona o cualquier otra Comunidad o Ayuntamiento del Estado más se encona la
situación de cara a la conformación de las diferentes instituciones. El clima
se sigue enrareciendo, las relaciones se enconan y los partidos políticos
parecen olvidar que su objetivo es, en realidad, representar a la ciudadanía y
trabajar para responder a sus necesidades en una sociedad que, esto es lo
importante, es cada día más plural y clama por los acuerdos entre diferentes.
Hace
cincuenta años, la Iglesia fue capaz de lanzar un mensaje de apertura alzando
la vista más allá de los cánones que encarcelaban su horizonte posibilitando la
creación de una obra tan carismática como es la fachada de la basílica de
Arantzazu. Catorce apóstoles que representan la vanguardia, la innovación, el
encuentro y la amplitud de miras, valores que deberían ser inherentes también a
la actividad política. Parafraseando al propio Jorge Oteiza, tal vez nos
encontremos en ese periodo de 14 años de “sueño ideológico” del que debemos
despertar. Esperemos que ese “despertar político” se produzca más pronto que
tarde, de forma que se recupere la vocación y dimensión de servicio público a
la ciudadanía que constituye la esencia de la auténtica cultura política.
Mi
artículo de opinión, hoy en www.diariovasco.com
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