domingo, 9 de junio de 2019


Este mes de junio se cumplen 50 años desde que Jorge Oteiza instalara en la fachada del Santuario de Arantzazu sus icónicos catorce apóstoles. Precisamente catorce fueron los años en los que las piezas del conjunto escultórico, que ya habían comenzado a tomar forma, estuvieron varadas en una cuneta cercana al monumento “durmiendo el sueño geológico” ante la prohibición eclesiástica de colocar un friso, al parecer, excesivamente vanguardista para la época. La eliminación de las características clásicas y reconocibles de los apóstoles y, sobre todo, el atrevimiento de esculpir dos más de los doce habituales generaron un obstáculo insalvable para la moral de la comisión diocesana de Arte Sacro del momento. Afortunadamente, el veto se levantó y la idea del genial artista oriotarra de mostrar la apostolicidad como comunidad abierta, representando dos nuevos creyentes ganados por la predicación de los discípulos de Jesucristo pudo ver la luz.
Coincidiendo con este aniversario, estas últimas semanas estamos percibiendo el optimista mensaje que nos llega desde el mundo de la cultura. Además del medio siglo de los Apóstoles de Arantzazu, se ha reabierto Chillida Leku, Olatu Talka ha cerrado su década de existencia de manera exitosa, se acerca el 80 aniversario de la Quincena Musical, se han avanzado las novedades para Zinemaldia, los programas de Tabakalera, Kursaal, Itsas Museoa, los Cursos de Verano, los conciertos veraniegos y la guinda de la película que Woody Allen rodará en Donostia. La cultura comunica vitalidad, crecimiento, formación, comunidad, innovación, un compendio de valores positivos. Sin embargo, frente a esta oleada positiva de la cultura, nos encontramos con un panorama desolador en el ámbito de la “comunicación política”. Tras la doble cita electoral, la terminología utilizada no puede ser más negativa: vetos, líneas rojas, trincheras, amenazas, pulsos, choques, ultimátum, prohibiciones, suspensiones, impugnaciones, exigencias, presiones, enmiendas a la totalidad, condiciones imposibles. Es evidente que la “cultura política” no vive su mejor momento.
No hay más que ver lo que viene ocurriendo en Europa, donde los principales Estados de la Unión están viviendo sus propios conflictos. Alemania está viendo peligrar su liderazgo continental y su capacidad de organización política porque uno de los socios más importantes del CDU de Angela Merkel ha entrado en una profunda crisis, cuestionando la continuidad de la coalición de gobierno. En Francia se mantiene el conflicto y la tensión permanente que provoca el movimiento de los ‘chalecos amarillos’, que han llevado a Emmanuel Macron a una situación impensable hace dos años, cuando logró una clara victoria en las elecciones presidenciales con un apoyo que alcanzó el 66,1% en la segunda vuelta y que ahora se ve superado por el Frente Nacional de Marine Le Pen en el último plebiscito europeo. Algo similar ocurre en Italia, con un gran desgaste del Gobierno que ha llevado al primer ministro a amenazar con la dimisión si entre Salvini y el Movimiento 5 Estrellas no dan con algún tipo de acuerdo. Gran Bretaña vive sumida en el laberinto del Brexit, con el presidente americano Donald Trump creando más crispación con sus declaraciones, faltando incluso al respeto a representantes tan importantes como el alcalde de Londres en su propia casa.
Ni qué decir tiene que este mismo clima es el que se respira en la política española, con un lenguaje hosco, violento entre los partidos políticos y provocando una tensión creciente. La constitución del nuevo Congreso de los Diputados, sin opción de mayoría absoluta ni entre los dos partidos tradicionales ni siquiera entre los dos grandes bloques ideológicos, provoca agrios cruces de declaraciones que no llevan sino al veto y a la obstaculización mutua. Es curioso comprobar cómo los grandes partidos que dicen defender la unidad de España solo compiten en su propia desunión, se anulan mutuamente y después arremeten contra quienes tratamos, como siempre, de dotar de la mínima estabilidad a la vida institucional. Estos partidos se empeñan en imputarnos el “manejo interesado” de la política española y vuelven a clamar por un cambio en la ley electoral, como si esta fuera la solución para todos sus males.
Veremos cómo acaba esta pelea de gallos que poco tiene que ver con los hasta ahora habituales ‘cortejos’ post electorales en busca de apoyos o alianzas. En realidad el problema es que el desencuentro crece y cuanto más se ajusta el foco y se desciende al escenario postelectoral de Navarra, Madrid, Cataluña, Barcelona o cualquier otra Comunidad o Ayuntamiento del Estado más se encona la situación de cara a la conformación de las diferentes instituciones. El clima se sigue enrareciendo, las relaciones se enconan y los partidos políticos parecen olvidar que su objetivo es, en realidad, representar a la ciudadanía y trabajar para responder a sus necesidades en una sociedad que, esto es lo importante, es cada día más plural y clama por los acuerdos entre diferentes.
Hace cincuenta años, la Iglesia fue capaz de lanzar un mensaje de apertura alzando la vista más allá de los cánones que encarcelaban su horizonte posibilitando la creación de una obra tan carismática como es la fachada de la basílica de Arantzazu. Catorce apóstoles que representan la vanguardia, la innovación, el encuentro y la amplitud de miras, valores que deberían ser inherentes también a la actividad política. Parafraseando al propio Jorge Oteiza, tal vez nos encontremos en ese periodo de 14 años de “sueño ideológico” del que debemos despertar. Esperemos que ese “despertar político” se produzca más pronto que tarde, de forma que se recupere la vocación y dimensión de servicio público a la ciudadanía que constituye la esencia de la auténtica cultura política.
Mi artículo de opinión, hoy en www.diariovasco.com

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