En política, demagogias, las justas
Ayer
acudí a la presentación del libro ‘Noticias,
las justas’; un trabajo que aborda el reto de adaptar el lenguaje jurídico –también
el científico o el tecnológico- para que pueda ser trasladado al conjunto de la
sociedad de una manera divulgativa. El dilema es claro: trasladar una argumentación
rigurosa que puede ser complicada de entender, o sintetizar el mensaje a riesgo
de hacerlo simplista o incluso inexacto. El equilibrio justo, evidentemente, no
es sencillo, aunque, como explicó el coordinador del trabajo, el periodista Sergio
Martín, exige la actuación de “gente valiente dispuesta a realizar ese esfuerzo”.
Traigo
a colación este tema porque es un dilema que también afecta a la política. De
hecho, aunque nuestra labor principal sea legislar, gestionar y controlar,
también es cierto que nos corresponde trasladar nuestra actuación a la sociedad
que nos elige periódicamente y a la que representamos en las instituciones. Así
pues, a esa sociedad nos debemos y ella será quien nos juzgue, por lo que es
importante saber comunicar nuestro proceder a quienes han delegado en nosotros
la toma de decisiones que les afectan en su día a día.
Hasta
hace pocos años se venía imponiendo la gris argumentación rigurosa, pero poco a
poco el marketing ha motivado que todos hayamos moldeado nuestro discurso para
hacerlo más cercano a la ciudadanía. Sin embargo, la irrupción de nuevos partidos
políticos acompañados por el frenético avance de los medios de comunicación y
de la manera de comunicar, han provocado un exceso de simplificación de los
mensajes, limitándolos a frases llamativas, a titulares buscados o a reflexiones
de 140 caracteres.
Como
bien aconsejó ayer la periodista María Eizagirre Comendador en su alocución acerca
de su capítulo del libro, “debemos ir más allá de los titulares; en el cuerpo
de la noticia están los matices importantes”. Y es que últimamente se prodigan
en exceso en política las declaraciones rimbombantes y que endulzan los oídos de
la ciudadanía, de los electores, pero que, sin embargo, no profundizan en los
contenidos: las propuestas, las soluciones, los impedimentos que existen… Quienes
toman decisiones no siempre pueden agradar a todos, no siempre alcanzan hasta
donde el propio dirigente hubiera querido llegar, no siempre comunicarán temas
que gusten oír a toda la ciudadanía…
Efectivamente,
y también en política, hay que ser valiente para comunicar bien, pero también
hay que ser valiente para comunicar con razonamientos y argumentaciones completas,
y con veracidad (a no ser que se prefiera seguir la torticera doctrina de
Maquiavelo); se lo debemos a las personas que nos eligen y a las que
representamos.
Es
evidente que también nosotros debemos realizar el esfuerzo de adaptar el lenguaje
a la manera de comunicar del siglo XXI para divulgar nuestra labor como
representantes públicos, pero no debemos dejar de lado el rigor y la exactitud
en ese proceder con el único objetivo de obtener un beneficio electoral. Parafraseando
el título del libro: demagogias, las justas.
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