lunes, 23 de febrero de 2015

Sortu no crea puentes





Dice un proverbio galés que “el que quiera ser líder debe ser puente”; algo así debió pensar Hasier Arraiz hace cinco meses cuando expresó en el Parlamento Vasco su voluntad de realizar un nuevo planteamiento político que permitiera avanzar en el acuerdo entre las diferentes formaciones políticas vascas. El objetivo era, y sigue siendo loable: proponer una “nueva terminología” que limara aristas, aproximara posiciones  y permitiera alcanzar acuerdos de país en el ámbito de la Paz y la Convivencia.

Creo en la palabra y creo en los puentes; por eso precisamente tuve que leer dos veces las declaraciones que cualificados  portavoces de Sortu realizaron  el pasado fin de semana. Este es el primer pilar que proponen para el puente: Sortu acusa a la Ertzaintza de “haber formado parte de la maquinaría de guerra del Estado español”. No contentos con ello, calificaron a la Ertzaintza de “enemiga del pueblo”. A continuación afirmaban con la rotundidad que les caracteriza que el pacto de Ajuria Enea “ha dado cobertura política a la tortura”. Y para finalizar, de momento,  anclaban un último pilar declarando  en relación  a los partidos políticos vascos  que “algunos no quieren que el conflicto se solucione porque les permitió robar a manos llenas.” Fin de las citas, de los pilares y de los puentes.

Esta es la extraña manera de tender puentes y favorecer  acuerdos que practica Sortu; arremete e insulta sin ningún  miramiento a las instituciones vascas y cuando el Lehendakari publica un comunicado para  defenderlas, la reacción de Sortu no se hace esperar: más insultos y más descalificaciones, ahora también contra el propio Lehendakari. En cinco meses el viraje de Arraiz ha sido de 360 grados, toda una vuelta retórica para reinstalarse en su lugar de siempre, la soledad de quien se atrinchera en la comodidad de su dogmática ortodoxia.

La prioridad de Sortu no es una estrategia de acuerdos de País para la normalización de una sociedad castigada por la violencia durante muchos años. Su prioridad es táctica, elevan el volumen para afrontar las próximas elecciones municipales y forales con el  mayor ruido posible.  En realidad priorizan sus “asuntos internos”, tratando de impedir que se hable de sus propias disputas y  contradicciones, tratando de evitar una evaluación pública de la nefasta gestión realizada en unas instituciones que han pretendido gobernar a golpe de imposición permanente.

La izquierda abertzale tiene que asumir su propia responsabilidad, no puede pretender que la sociedad admita su pretensión de aplicar la exigencia máxima para los demás, eludiendo la suya propia. La sociedad vasca está esperando y va a exigir a Sortu lo que ha prometido, esto es, un “nuevo discurso en el terreno de la Paz y Convivencia.” Lo que se espera y procede es que Sortu  plantee un nuevo suelo ético y no lo que están haciendo: arrastrar de nuevo la ética por los suelos.

Las recientes afirmaciones de Sortu son incomprensibles en boca de quien habla de tender puentes y favorecer acuerdos. Pero, sobre todo, son injustas para las instituciones que han trabajado por tratar de superar un conflicto que durante medio siglo ha costado la vida y mucho sufrimiento a demasiadas personas.  Me vienen a la memoria, entre otras, imágenes como la de Juan Mari Jauregi y su familia; la viuda de Josu Leonet y su hija, con menos de un año el día que asesinaron a su padre un 22 de febrero; también la de Fernando Buesa o José Ramón Recalde a quienes se ha recordado y homenajeado esta misma semana, junto al Ertzaina Jorge Díaz. ¿Qué dice de esto la izquierda abertzale? ¿Lo de siempre? ¿No merece ninguna valoración ética o política? Ahora que se acercan las Elecciones Municipales, ¿no tienen nada que decir a los más de 2.500 concejales y miles de ciudadanos vascos que durante años han tenido que vivir escoltados por la amenaza de ETA?

Es indignante que quién calló ante estas realidades, hable ahora precisamente para pedir cuentas, para “hacer la autocrítica” a los demás. La izquierda abertzale no quiere acabar de asumir  que la ciudadanía vasca ha vivido todos estos años con una gran congoja. No quiere acabar de entender el sufrimiento padecido por tanta gente que ha visto, y sigue viendo, condicionada su vida. Es muy difícil trabajar una política común con quien no sabe o no quiere escuchar al diferente. Con esta estrategia del grito, el insulto y la provocación quizá logren apretar sus filas, pero desde luego se están encerrando en su propia orilla. Si esa es su pretensión, al menos,  que no nos hablen de puentes.

A la vista de toda esta sinrazón de Sortu, tanto el Lehendakari como el Partido Nacionalista Vasco han querido poner de manifiesto la defensa y dignidad de las instituciones vascas. La reacción de Sortu ha sido, una vez más, la peor de las posibles. Se vuelven a equivocar, porque en realidad lo que necesitan es  ser  conscientes de que son deudores más que acreedores de una explicación a una sociedad vasca que cada vez atiende y entiende menos a quien retrocede en lugar de avanzar, a quien se encierra sobre sí mismo y destruye los puentes que en realidad debería contribuir a crear.


sábado, 14 de febrero de 2015

INNOVACIÓN POLÍTICA