martes, 31 de octubre de 2017


¿Hace ruido un árbol al caer si no hay nadie para escucharlo?
Esta mañana he llegado al Senado y la actividad era la habitual en los pasillos y salas de la Cámara. Hoy es día de reunión de la Junta de Portavoces y de la Mesa del Senado, también hay una ponencia de estudio sobre el desperdicio alimentario en el Estado español y varias comisiones: de Cooperación Internacional para el Desarrollo, para las Políticas Integrales de la Discapacidad, y la de Investigación sobre la financiación de los partidos políticos. Pero no hay ruido.
Me he cruzado con varios representantes de diferentes partidos políticos, no tantos como los que asistirán al Pleno de la semana que viene, aunque igual de atareados que en jornadas precedentes. Las moquetas colocadas a finales de verano por los empleados de la Cámara siguen amortiguando el ruido de nuestros pasos, los visitantes recorren los pasillos del edificio antiguo escuchando respetuosamente las explicaciones de las atentas guías de la casa, los senadores y senadoras van y vienen de sus despachos a las salas de reuniones, donde debaten, acuerdan, disienten…
Todo parece ser una jornada de trabajo más en la Cámara Alta, aunque hoy retumba en nuestros oídos la silenciosa ausencia de los trabajadores de los medios de comunicación que la semana pasada bullían de actividad, reclamando insistentemente nuestras opiniones. La atribución exclusiva de la Constitución al Senado para aplicar el artículo 155 de la Constitución, nos había puesto en el foco de la noticia y la actualidad nos reclamaba.
¿Hace ruido un árbol al caer si no hay nadie para escucharlo? Las leyes de la física se mantienen inalterables aunque no haya nadie que lo corrobore. La pasada, fue una semana de mucho trabajo, pero no más que en las que acogen Plenos de otro orden. Estos se celebran cada dos semanas, hay Comisiones cada día, abundan las reuniones de diferente índole; se alcanzan acuerdos, se toman decisiones… Aunque no haya medios de comunicación interesados en recoger esa actividad.
Respeto que haya quien estime que el Senado no desarrolla una labor adecuada; de hecho, comparto la idea de que es necesaria su redefinición para que pase de ser poco más que una Cámara de segunda lectura a ser una verdadera Cámara de representación territorial en un Estado descentralizado. Lo que no respeto ni comparto es que algunos medios, unos pocos, hayan menospreciado a las personas que llevamos a cabo nuestra labor aquí.
Reirse porque el nombre de tal o cual senador resulta desconocido, cuando ese desconocimiento es achacable únicamente a que su actividad y la del resto de nosotros es sistemáticamente silenciada en los medios es una falta de respeto; tampoco tiene justificación menospreciar a un expresident de la Generalitat, político de gran experiencia y conocimientos, únicamente porque desarrolla su labor en una Cámara depreciada desde su nacimiento a raíz de las atribuciones que le confiere una Constitución que, precisamente, fue aprobada tal día como hoy, en 1978, en Cortes Generales.
Tal día como hoy, también, se celebra en muchos lugares la fiesta de Halloween, día que la cadena AMC aprovechó en 2010 para emitir el primer episodio de la serie The Walking Dead; una expresión, la de ‘muertos vivientes’, que también nos fue aplicada la semana pasada por un presentador que afirmó que “nunca antes tuvo la cámara alta tal actividad y tal interés de los medios”. Se equivocaba a medias: el Senado sí ha tenido muchas veces tanta actividad como el pasado 27 de octubre; sí que es cierto, en cambio, que nunca ha despertado tanto su interés y el de sus colegas.
Entiendo a quienes consideran que la actividad del Senado, salvo recientes excepciones, no merece un espacio en sus informativos; no comparto, sin embargo, que se dé a entender que quienes aquí trabajamos solo lo hicimos la semana pasada de manera excepcional. Si colocasen en el Senado sus grabadoras cualquier día, comprobarían que también aquí el árbol hace ruido al caer. 

domingo, 22 de octubre de 2017


El 155, una llamarada al diálogo
El término terrorismo incendiario ha vuelto a saltar a la actualidad a lo largo de estos días a raíz de la oleada de dramáticos incendios que han vuelto a asolar varias comarcas de Galicia, León y Asturias. Estos tristes acontecimientos han irrumpido desgraciadamente en los informativos en medio del encendido debate territorial catalán, donde tampoco ha faltado quien ha preferido azuzar las llamas en lugar de aplacarlas.
No voy a extenderme en la opinión que reiteradamente he expresado sobre la inutilidad de debatir ahora sobre lo que se pudo haber hecho y no se hizo, aunque sí que comparto que la gravedad de los incendios que se producen en verano, además de por la despreciable acción de los pirómanos, aumenta como consecuencia de la inacción sobre el terreno durante el resto del año. Y de inacción o incluso desatención en Catalunya sabe mucho Mariano Rajoy.
Los indicios auguraban desde hace años, y sobre todo en los últimos meses, un estallido del inconformismo de la sociedad catalana. En mayor medida cuando su creciente descontento se trataba de sofocar con medidas judiciales, policiales y de presión económica y mediática; simples cortafuegos que no han sido suficientes para contener la multitudinaria demanda catalana, cuya magnitud requería abrir caminos de diálogo político con auténtica voluntad de alcanzar acuerdos y ofrecer una solución.
En realidad, la actitud del Gobierno español ha supuesto echar más leña al fuego. Así cabe interpretar las agresivas retiradas de urnas y papeletas, las violentas cargas policiales, la falta de sensibilidad con los centenares de personas heridas, las órdenes de detención de los líderes de la Asamblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural y la persecución a la que ha sido sometido el mayor de los Mossos d'Esquadra. 
Ha habido quien ha preferido ir más allá y, a la par que con suma torpeza amenazaba al President Puigdemont con acabar como el malogrado President Lluís Companys, ha llegado a reclamar la ilegalización de los partidos que demandan la independencia o, en otros casos, que se prohíba que esta reivindicación aparezca siquiera en sus programas electorales. Desde el PP han deslegitimado tibiamente esta opinión de Xavier García Albiol –no la anterior, de Pablo Casado–, y han vuelto a recurrir al mantra de que dentro de la ley se pueden defender todas las ideas. En ese sentido, el mismo presidente del Gobierno español ha remitido al President de la Generalitat a buscar apoyos en el Congreso, a sabiendas, como los vascos bien recordamos, de que eso llevaría a la locomotora catalana a la vía muerta en la que ya arrinconaron el Nuevo Estatuto Político que defendió el Lehendakari Ibarretxe en las Cortes sin ni siquiera admitirlo a trámite.
No ya solo dentro del Partido Popular, sino desde diferentes frentes, hace mucho que eran legión quienes venían apelando a la aplicación del Artículo 155 de la Constitución para intervenir la autonomía de Catalunya, un hecho sin precedentes en 40 años. Ciudadanos, incluso el PSOE y por supuesto los medios de comunicación de la capital, con profusión de efectistas y tensionadores ‘ultimátums’, ‘chantajes’ y ‘amenazas’ en sus titulares, han venido presionando al Gobierno central, que, finalmente, ha puesto en marcha la maquinaria prevista en la Carta Magna como medida extrema, con las decisiones que conocimos tras el Consejo de Ministros de ayer. Una solución injustificada, a la vista de que no se produjo una declaración formal de independencia por parte del Parlament; una solución que en nada contribuye a la distensión que requiere el momento histórico; una llamarada al diálogo.
Estos días, la atención de la ciudadanía y de los medios estará centrada, excepcionalmente, en el Senado. El próximo viernes nos corresponderá ratificar o no las medidas que el Gobierno Central ha determinado para Catalunya en virtud de la aplicación del ya celebérrimo Artículo 155, una decisión que ha contado y contará con nuestro total desacuerdo. A pesar de ello, se trata de una resolución que se da por cumplimentada de antemano, ya que quienes dijeron sentirse abochornados con el arrinconamiento que sufrieron los partidos de la oposición en el debate de la Ley del Referéndum en el Parlament aplicarán una vez más el rodillo de su mayoría absoluta en la Cámara Alta, al igual que ocurriría en la Cámara Baja a la que invitan a Puigdemont a encallar democráticamente.
Este viernes se han cumplido seis años desde que ETA declarase el cese definitivo de su actividad armada y esta misma semana hemos conocido que la novela de Fernando Aranburu ‘Patria’ ha sido galardonada con el premio nacional de narrativa. Sin pretender hacer un spoiler a quienes aún no hayan leído esta obra que relata la convivencia de dos familias vascas que se ve alterada drásticamente a consecuencia de la actividad de la banda terrorista, de su lectura se puede concluir no solo la sinrazón de la violencia sino también la de la falta de comunicación, la de la falta de diálogo.
Es evidente que para resolver esta situación, para responder al problema de fondo de la existencia de realidades nacionales distintas en el marco del Estado, antes o después será necesario sentarse y hablar. Rajoy podrá entablar un diálogo con Sánchez y Rivera, con los que comparte punto de vista y no logrará nada más que enrocarse en su posición, pero también tendrá que escuchar los argumentos de aquellos con quienes disiente pero con quienes pretende convivir y debe atender y tratar de entender. La intervención, bien sea selectiva o mediante ‘matarrasa’, sobre la autonomía catalana puede ofrecer una salida de emergencia que tal vez sofoque el incendio del bosque, pero sus raíces seguirán ardiendo. Tarde o temprano será necesario un diálogo asentado en el realismo y la responsabilidad, sin inasumibles condiciones previas y con voluntad de acuerdo. Anticipar los problemas y contribuir a resolverlos desde el diálogo es la esencia de la política.



Mi artículo de opinión, hoy en www.diario vasco.com y www.elcorreo.com

sábado, 7 de octubre de 2017

Catalunya, un nudo sin desenlace

Estuve en Catalunya el pasado fin de semana. Viví el 1 de octubre en Barcelona con la sensación de asistir a un acontecimiento no sé si histórico, pero sí extraordinario. Recorrí sus calles, charlé con sus gentes. Compartí sus sueños, sus esperanzas, sus dudas, sus miedos, su incomprensión... Lo que más llamó mi atención fue la ilusión de miles y miles de catalanes ante la inminencia de poder expresar su opinión. Visité varios colegios el sábado. El ambiente festivo reinaba entre las personas que trataban de garantizar que al día siguiente votara quien quisiera hacerlo. La misma atmósfera presidía la mañana del domingo cuando, tras abrir los colegios, pareció esfumarse el riesgo del cierre por la fuerza. Nada hacía presagiar lo que después ocurrió. Se confiaba en que prevaleciera el bien superior, la seguridad de las personas, de ahí que sorprendiera e indignara la brutal respuesta de las fuerzas policiales, que cargaron contra quienes solo pretendían votar de forma pacífica. Y lo que empezó como una fiesta ciudadana, cívica y pacífica acabó como el rosario de la aurora.
Las imágenes de las cargas policiales han recorrido Europa y el mundo, donde pocos llegan a comprender esa inusitada violencia. El error del Gobierno español fue mayúsculo: si la violencia no impidió que la mayor parte de la ciudadanía catalana votase sin problemas, el resultado combinado de las ‘porras españolas’ frente a las ‘urnas catalanas’ ha incrementado el descrédito de la imagen de España.
Más de dos millones de personas no están por la labor de dar más margen al Estado español. Se sienten desilusionadas. La desatención, el desinterés y la desidia permanentes de los poderes centrales les han distanciado tanto del Estado español que ya no lo sienten como propio. El Gobierno de Rajoy no ha sabido leer esa situación y se ha limitado a esgrimir como único argumento el del más estricto cumplimiento de la ley, sin caer en la cuenta de que la situación actual demanda altura de miras.
Mi labor como senador me llevó el lunes de Barcelona a Madrid, y el giro fue copernicano. El número de banderas españolas en los balcones de la Corte se ha disparado. Pero ni en sus calles ni en su Cámara Alta detecté la ilusión y el ánimo que percibí en Catalunya. Al contrario. Compañeros de otros partidos me trasladan estos días incertidumbre y pesimismo, tanto por la inestabilidad en el corto plazo como por las consecuencias en el largo. En los pasillos, los senadores del PP no disimulan su enfado por la posición del PSOE, que aceptó jugar como partido de Estado y se alineó inicialmente con el Gobierno de Rajoy para, a renglón seguido, criticar la labor policial e instigar la reprobación de la vicepresidenta del  Gobierno. A estas alturas, nadie debería rasgarse las vestiduras por el hecho de que algunos partidos se vayan posicionando de cara a unas eventuales elecciones. Su actitud, eso sí, nos llena de pesimismo pues anteponen su ‘juego pre-electoral’ a su deber de resolver el problema de Catalunya. Lo considero una grave irresponsabilidad.
Quien sí ha sorprendido ha sido el rey Felipe VI. Y muy negativamente. A diferencia del President Puigdemont, que en su mensaje televisado llamó al entendimiento, el Monarca se alejó más de Catalunya no tanto por su férrea defensa del cumplimiento de la ley (que también) sino por sus olvidos. Los dos más flagrantes, la ausencia de mención alguna a los cientos de personas heridas el 1-O y su consciente renuncia a pronunciar la palabra “diálogo” o cualquiera de los muchos sinónimos que le brinda la lengua española, la única que utilizó. El Rey desatendió su función de “arbitrar y moderar las instituciones”, que es la que le atribuye el artículo 56 de una Constitución que a los demás exige cumplir. Si en algún momento de la tarde del martes llegamos a albergar una mínima esperanza de que su intervención fuera a servir para alumbrar una salida, esta se desvaneció muy pronto con su indisimulado posicionamiento a favor de uno de los dos ámbitos institucionales en litigio.
Creo adivinarla, pero me gustaría conocer la opinión de Montesquieu ante el modo en que los tres poderes del Estado vienen operando en el asunto catalán. Es un pequeño alivio constatar que, al menos, el Partido Popular no controla totalmente el legislativo. De hecho, no ha recabado el apoyo del Congreso a su política territorial en Catalunya. Esto debería hacerle reflexionar sobre la bondad y la necesidad de escuchar otras voces que posibiliten una mayor adhesión y un acuerdo en clave democrática. 
La semana pasada reclamé a Soraya Sáenz de Santamaría un gesto que contribuyese a vislumbrar un futuro más optimista para las sociedades española y catalana. Ni lo hizo ni lo ha hecho. Es complejo, pero necesario, comprender que el otro está en una dificultad muy grande para aceptar el postulado del uno. Asumo que es casi imposible que Rajoy acepte un referéndum que pueda llevar a la independencia de Catalunya, del mismo modo que es muy improbable que Puigdemont acepte un acuerdo que no recoja la expresión explícita de la ciudadanía catalana. Pero ante una dificultad tan manifiesta, es imprescindible una disposición positiva al diálogo y el acuerdo.
No es ya tiempo de confrontar entre quienes cumplen la ley y quienes la incumplen. Esto ya no va de reprochar lo que se pudo haber hecho y no se hizo. La situación es extrema. Los puntos de vista son antagónicos y no hay ningún canal de comunicación abierto entre los Gobiernos español y catalán. En este contexto, y sin pecar de ingenuos, todas las opciones que permitan la construcción de puentes serán bienvenidas. Aplaudo todos y cada uno de los ofrecimientos de mediación. Y creo que la solución pasa por un foro en el que participen Rajoy y Puigdemont, con voluntad positiva y sin prejuicios ni condicionantes previos que limiten las posibilidades de acuerdo. Acuerdos a corto y a largo plazo: a corto, para aliviar la enorme tensión que reina hoy en Catalunya y en no pocos puntos de España; y a largo, para hacer posibles y viables opciones que hoy se nos presentan como imposibles de alcanzar.
A principios del siglo XX, quien fuera canciller y presidente federal austriaco, Karl Renner, describió los límites que el principio mayoritario establecía en los contextos de pluralidad nacional. Renner constataba que, dentro de Estados constitucionales, los partidos que representan a naciones demográficamente minoritarias no tienen perspectivas de triunfar en su lucha al resultar complicado que sus partidarios aumenten por encima de la demografía siempre mayoritaria del Estado al que pertenecen. Sin embargo, subrayaba que “tal lucha no queda eliminada, sino que la hace aún más encarnizada”. El Gobierno central no ofrece hoy ningún guiño a la sociedad catalana que se siente arrinconada y el discurso del Rey, enrocado, acrecienta aún más la desafección y la canaliza hacia esa “lucha encarnizada”. Ilustraba Aristóteles que para soltar un nudo primero hay que saber cómo está hecho. Es comprensible el desapego de una gran parte de la ciudadanía catalana, por lo que resulta necesario ser capaces, a través de la política y el diálogo, de ofrecer una salida sugerente, aceptando que, antes o después, cualquier solución deberá permitir pactar que tanto el pueblo de Catalunya, como el vasco, puedan decidir su futuro.
Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias.

http://m.deia.com/2017/10/07/opinion/tribuna-abierta/catalunya-un-nudo-sin-desenlace