sábado, 24 de noviembre de 2018


Superimprovisación
Se atribuye a Shakespeare la afirmación de que la mejor improvisación es la que se prepara. A lo largo de los últimos días hemos vivido nuevos episodios de improvisación en la política española que, lamentablemente, no contaban con la preparación necesaria para evitar el fracaso y el ridículo.
La situación de la Justicia es un verdadero drama y el proceso de renovación del Consejo General del Poder Judicial ha contribuido a alimentar su grave estado con un sainete en el que se han sucedido sonrojantes filtraciones, vergonzosos whatsapps e improvisadas rectificaciones. Todo ello ha llevado a la renuncia, más forzosa que heroica, del juez Manuel Marchena a presidir el CGPJ y, de rebote, a la decisión del PP de dar por roto el acuerdo que había conchabado con el PSOE para situar a sus respectivos afines en el Consejo. Si el problema es grave, la presunta solución lo agrava aún más, porque el partido de Pablo Casado ha improvisado en el Senado una medida para pretender cambiar ahora el sistema de elección de las y los integrantes del organismo judicial.
A las puertas de la pomposa celebración del 40 aniversario de la Constitución Española, los populares pretenden romper con el precepto que se recoge en el artículo 117 de la Carta Magna. Este artículo establece que la Justicia emana del pueblo, tal y como se respeta ahora al ser los representantes del pueblo quienes elegimos a ocho de los veinte miembros del CGPJ. Este precepto es el que pretende cambiar ahora el PP, al defender que en adelante sean los propios jueces quienes elijan a sus representantes.
Con esta vuelta al modelo anterior a 1985, pretenden hacernos creer que es mucho más democrático que sean los jueces quienes se atribuyan una potestad que corresponde a la ciudadanía, en lugar de hacerlo ésta a través de sus representantes electos. Una cosa es el mal uso que los dos partidos mayoritarios han venido haciendo de este modelo y otra muy distinta es que este deba ser cambiado por otro que, en todo caso, no sería mejor. En ocasiones se cita el modelo de Estados Unidos, pero hay que recordar que allí los jueces se presentan a unas elecciones para que sean los ciudadanos quienes los elijan de forma directa.
La propuesta planteada no deja de ser, en todo caso, una nueva improvisación del Partido Popular, más interesado en ocultar su comportamiento que en acordar un nuevo modelo. No es de extrañar que pretendan desviar la atención porque el episodio del whatsapp enviado por el portavoz popular en el Senado no ha hecho más que dejar constancia por escrito de una práctica de mercadeo entre dos partidos que deja en el peor lugar posible tanto a la Justicia como al conjunto de los poderes del Estado. El problema, en realidad, no es el modelo de elección, tal y como ahora se pretende hacer ver, sino la forma partidista en que se ha llevado a la práctica.
El comportamiento errático del Partido Popular en relación a esta cuestión pone de manifiesto la falta de solidez que está imperando en su nueva etapa. El nerviosismo le está haciendo caer en la precipitación; su salida de La Moncloa, unida al auge de las corrientes más a su derecha le están jugando una mala pasada. Quizá su único consuelo pueda ser comprobar que tampoco el Partido Socialista está sabiendo actuar con el aplomo que demandarían sus nuevas responsabilidades. En realidad, también el PSOE y el Gobierno español se han apuntado a esta deriva de improvisaciones y rectificaciones constantes en una representación sin sentido ni fin. El resultado es un estado de desconcierto permanente que asombra a propios y extraños.
Esta misma semana, una indefinición o un desliz del Ministro Ábalos ha superado todas las marcas. Habíamos escuchado declaraciones del Gobierno central en el sentido de que la legislatura se agotaría en todo caso, también lo contrario. Habíamos escuchado afirmar que la aprobación de los presupuestos era condición necesaria para dar continuidad a la legislatura, también lo contrario. Habíamos escuchado plantear la convocatoria previa, posterior y coincidente con las elecciones en Andalucía. Habíamos escuchado las fechas de primavera y otoño de 2019, también marzo o junio de 2020. Creíamos haberlo escuchado todo, pero faltaba el ‘superdomingo’ del Ministro de Fomento; pues ya lo hemos escuchado. También lo han ratificado y, por supuesto, después han apuntado lo contrario. Un ‘superenredo’ que obedece a una llamativa querencia del Gobierno del Estado a la ‘superimprovisación’ sin ninguna preparación.
En una realidad completamente diferente, a tan solo ocho horas de vuelo que parecen años luz, esta semana he viajado hasta Angola donde he tenido la oportunidad de colaborar con el principal partido de la oposición, la UNITA, interesados en nuestro modelo municipal. El motivo de la visita era la preparación de las primeras elecciones locales democráticas que se celebrarán en este país en 2020. Hasta la fecha, los alcaldes son nombrados a dedo por la autoridad competente. Afrontan con ilusión una nueva etapa, si bien todavía no conocen la fecha exacta ni las condiciones en las que se organizarán estos comicios. He tenido, por lo tanto, una experiencia directa de auténtica ‘superimprovisación’.
Angola es un país esquilmado. Posee una gran riqueza en materias primas, su economía está basada en el petróleo y los diamantes, pero es uno de los países más pobres del mundo, con una actividad exclusivamente extractiva y una deuda en torno a los 29.000 millones de dólares. El país está corroído por la corrupción y el ejemplo es que la mujer de quien fuera su presidente durante 25 años, José Eduardo Dos Santos, es la tercera persona más rica de toda África y uno de sus hijos se encuentra encarcelado por corrupción. Desde 2017 le sustituye en la presidencia João Lourenço tras imponerse en unos comicios en los que se impidió la presencia de observadores internacionales y sobre los que recaen más que fundadas sospechas de irregularidades y fraude. No cabe duda de que el país tiene ante sí un largo y arduo recorrido para superar la improvisación y acometer un proceso de democratización real y duradera.

En poco tiempo he convivido con estas dos realidades que no admiten comparación, pero que me han hecho recordar el comentario que, en el marco de un Consejo de Europa, me hizo hace unos meses un Comisario europeo. Señalaba que la política necesita más libros y menos bolas de cristal porque hay demasiados pronósticos y muy poca gestión de las certezas. Tras una semana de intensa vivencia de la ‘superimprovisación’ entre el Senado y Angola, no tengo más remedio que confirmar su tesis.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.

sábado, 10 de noviembre de 2018


Un siglo de desunión europea
Se han cumplido 100 años desde que finalizara la Primera Guerra Mundial. Formalmente fue un día como hoy, a las 11:00 de la mañana exactamente. Es posible que a la gran mayoría esta fecha le resulte algo muy lejano, desconocido y fuera de tiempo. Es probable que solo se recuerde asociada a las aburridas clases de historia del colegio. Pero es importante recordar que la consecuencia de esta Guerra fueron millones de muertos, millones de heridos, millones de desahuciados.
Cuando comenzó la llamada Gran Guerra, nadie pensó que la contienda bélica fuera a durar cuatro años. Menos todavía que este conflicto mal resuelto acabaría siendo el germen de la Segunda Guerra Mundial que se iniciaría dos décadas más tarde. Fue en ese contexto de entreguerras, con un clima social lacerante, en el que Adolf Hitler logró hacerse con la riendas del partido nazi en Alemania y en el que Benito Mussolini llegaría al poder en Italia. Fue en ese escenario en el que comenzaron a fraguarse las bases de la segunda gran guerra.
En la actualidad estamos padeciendo un clima muy inestable; no voy a afirmar que vivimos un ambiente similar al del periodo de entreguerras, para nada, pero sí es cierto que estamos viviendo una época de incertidumbre y pobreza ideológica, aderezada de egoísmo y proteccionismo, muy poca generosidad con el diferente, demagogia y cortoplacismo. Una época de crisis continuada y de gran populismo, también una época en la que la migración, como ocurrió en el periodo de entreguerras, está resultando ser un elemento determinante.
Comencemos por la situación de la Unión Europea. Un proyecto que tenemos la sensación de que se resquebraja poco a poco, sin que acertemos a hacerle frente. No es fácil porque se trata de 28 Estados miembros, yuxtapuestos, que no están siendo capaces de gestionar la suma, la colaboración, la política común, la Unión. Europa no está siendo capaz de llegar a acuerdos amplios, de dar con fórmulas de respuesta compartida ante los problemas globales que plantea el cambio climático, la desigualdad, la falta de oportunidades de la juventud o la inmigración.
Día a día, año a año, son muchos los miles de personas que deciden alejarse de sus lugares de origen y buscar un futuro más esperanzador en una vieja Europa que no responde. También día a día, año a año, son muchas las personas que no consiguen cruzar la distancia que les separa entre dos territorios cuya principal diferencia es la renta per cápita; una renta al menos 500 veces mayor en una región que en otra. Son personas que, a menudo, se quedan en el camino, mueren ahogados en el mar o de sed sin conseguir cruzar el desierto.
Esta no es la Unión Europea que soñaron y por la que trabajaron los padres fundadores. Una Comunidad ideada para responder conjuntamente a los conflictos armados vividos en Europa. No hay más que ver situaciones como el Brexit con una serie de consecuencias impredecibles para todos, no solo para los británicos, todas negativas sin duda. En lugar de estar viviendo un proceso en el que los diferentes Estados muestren la voluntad de adherirse a un proyecto común, nos encontramos con que el Reino Unido, una de las economías más fuertes de la Unión, decide abandonar el proyecto de unidad.
Europa está cambiando a peor. Lo que hace unos años era extemporáneo, como la actividad del ultraderechista Jörg Haider, con políticas extremas y xenófobas pero con un lenguaje sencillo que fue capaz de llegar a mucha gente en un país como Austria, poco a poco, se está convirtiendo en algo cada vez más habitual en esta vieja Europa. Como la familia Le Pen, pionera de la política xenófoba y de la radicalidad extrema en Francia, que sigue ganando presencia y protagonismo.
En estos momentos, prácticamente en todos los Estados miembros de la Unión nos podemos encontrar con grupos políticos xenófobos y populistas, que de alguna manera u otra, están condicionando a sus respectivos Gobiernos, o bien están directamente gobernando. Un alto cargo europeo me lo decía hace unos días muy gráficamente: “En el último Consejo Europeo, en más de la mitad de los Estados miembros, los partidos xenófobos pueden condicionar las políticas de sus respectivos países”.
En política no se trata de trasladar a la gente lo que quiere oír en el corto plazo. Se trata de trasladar con responsabilidad una serie de valores y compromisos que se correspondan con los valores y las políticas universales construidas en los últimos decenios. A estas alturas creo que, al menos en esta parte del mundo, tenemos claros los objetivos en base a los compromisos internacionales que hemos ido adquiriendo a lo largo de la historia. El ejemplo de mayor actualidad es la Declaración Universal de Derechos Humanos en su 70 aniversario, y tal como define Unicef: “Los derechos humanos son normas básicas necesarias para vivir como un ser humano sin los cuales las personas no pueden sobrevivir y desarrollarse con dignidad. Son inherentes al ser humano, inalienables y universales.”
La situación que se vive en Hungría, Polonia o Italia se está trasladando también al Estado español. Las diferentes sensibilidades de derechas que, hasta ahora, dirimían sus latentes discrepancias en una sola formación han dado el pistoletazo de salida a su propia competición. Así, la Triple Alianza ideológica en la que se enmarcan el Partido Popular, Ciudadanos y Vox pugna por postularse como la formación más radicalmente de derechas.
Hace unos días el presidente francés, Emanuel Macron llamaba la atención ante la situación que vivimos: “Con una Europa miedosa y con las consecuencias que está provocando la crisis económica, el conjunto de la Unión Europea no ha sabido responder a las necesidades de la ciudadanía en general, ni ha sabido transmitir la necesidad de que la Unión sea una institución que sepa dotar de seguridad y estabilidad a las instituciones y comunidades en general”.
Hoy, 11 de noviembre, compartirán espacio y fotografía los grandes líderes mundiales, en recuerdo y homenaje a aquel día en que los representantes de Francia y Alemania firmaron el armisticio que ponía fin a la Gran Guerra a bordo de un tren francés. No sé cuál será la evolución de la política para los próximos años, pero lo que no puede ser es que el sufrimiento de hace 100 años se convierta en amenaza 100 años más tarde.
Mi artículo de opinión, hoy en Deia.