miércoles, 31 de agosto de 2016


Pleno de investidura. Segunda parte.
Nada ha cambiado en las últimas 48 horas. Se han consumido dos jornadas de debate de investidura y una primera votación fallida pero todo sigue igual. Nada se ha salido del guion previsto tanto para los discursos como para los votos obtenidos. De hecho, visto lo visto, ni siquiera ha habido el más mínimo esfuerzo para que ocurriera otra cosa por parte del máximo responsable de formar Gobierno, Mariano Rajoy.
Así lo ha dejado ver ante los portavoces de los principales partidos y así se lo ha dicho, directamente, a nuestro representante. “Todo el mundo sabía que el PNV no nos votaría”, ha espetado el candidato Rajoy para justificar la nula referencia hacia nosotros en su discurso de investidura. Y no lo digo yo, el propio presidente en funciones lo ha reconocido: “No he dicho ni una palabra del PNV, ni ayer ni hoy”, se ha jactado ante la contrariedad mostrada por Aitor Esteban.
Nuestro portavoz, para despejar las dudas que algunos decían tener sobre la posición que adoptaría EAJ-PNV, ha enumerado una larga lista de agravios e incumplimientos que justifican sobradamente el ‘no’ a la investidura del candidato popular. “¿Por qué habríamos de apoyarles?”, ha repetido en decenas de ocasiones articulando un discurso serio y pleno de argumentos contrarios a una candidatura con una inequívoca trayectoria recentralizadora y que todavía resultará más perjudicial para Euskadi tras las aportaciones de Ciudadanos que reafirman aún más esa negativa.  
Nada ha cambiado, pero precisamente eso es lo que parece llevarnos irremediablemente a la celebración de nuevas elecciones en diciembre. Rajoy ha vuelto a exhibir sus supuestos logros durante el último mandato y su mayor número de escaños para llevar al PSOE a un callejón sin salida que le obligue a posibilitar su investidura. Burlándose de Pedro Sánchez con una retórica más propia de un monólogo del Club de la Comedia que de una institución como el Congreso (menos aún en un momento político tan delicado), ha buscado despreciar su posición tal vez tratando de embaucar a los sectores críticos de la formación socialista.
Tanta locuacidad, convenientemente jaleada por la clá de la bancada derecha, ha animado tanto a Rajoy que ha desvelado que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, le ha invitado a la histórica firma del acuerdo de paz entre el Ejecutivo y las FARC el día 26 de septiembre. Este desliz, ofreciendo una fecha que Santos mantenía en secreto, ha abierto todos los medios digitales del país sudamericano.
No sé si el presidente colombiano confiará en adelante en Rajoy, pero en lo que todos los portavoces de los Grupos del Congreso han coincidido es en que ellos no se fían “ni de él, ni de su palabra”. Quedaba la duda de la posición de Podemos, que ha dejado claro que no busca acuerdo alguno con los socialistas; más bien que trata de que estos acaben echándose en brazos de los populares para arrogarse el papel de formación líder de la oposición. Intencionadamente o no, Pablo Iglesias ha encadenado dos frases en las que primero agradecía al PSOE que rechace apoyar a Rajoy y seguidamente ha deslizado que, al no hacerlo, “este nos lleva a nuevas elecciones”.
Al escaso interés de la formación morada de pactar con el PSOE se ha unido otra circunstancia desfavorable para la formación de una posible alternativa liderada por Pedro Sánchez. El portavoz de Esquerra, Joan Tardá, ha roto la monotonía invitándole a construir esa alternativa llamada de izquierdas, aunque la exigencia de un referéndum para la independencia de Cataluña, un aspecto que no admitirá jamás el PSOE, aborta antes de nacer esa posibilidad.
Así pues, de las tres posibilidades planteadas ayer, solo quedan dos. Y ambas quedan en manos del PSOE: o ser responsable de dejar gobernar a su rival natural e histórico, o ser responsable de llevar a los ciudadanos una vez más a las urnas. PP y Podemos esperan su decisión para culparles bien de una cosa bien de la contraria. Las caras largas de los primeros espadas socialistas eran el fiel espejo de sus decaídas almas.

martes, 30 de agosto de 2016





Pleno de investidura. Primera parte.


“Seguro que ahí están todos los gilipollas, para no hacer nada”. Es lo primero que he oído, de labios de una señora, nada más salir del Congreso de los Diputados tras presenciar el discurso de Rajoy en la primera jornada para su posible investidura. No me ha molestado. Es el fiel reflejo del hastío de la ciudadanía ante la situación política en el Estado español. Y menos mal que, por lo que he deducido, la crítica ciudadana no ha seguido la alocución del candidato a presidente del Gobierno, porque su discurso previsible y carente de novedades sin duda hubiera hecho aumentar el grosor de su exabrupto.
Su autocomplacencia y su exhibición de superioridad numérica no han sido dignos de un partido que necesita recabar más apoyos que los que dispone actualmente, por lo que pocas adhesiones habrá logrado hoy. Tal vez se le ha olvidado que dispone de 170 apoyos de los 350 diputados y diputadas que conforman el Congreso, por lo que no debería desdeñar a quienes, al menos en número, representan una mayoría en la Cámara baja, aunque Rajoy estime que “no hay otra alternativa razonable” más allá del PP.
Se ha jactado el candidato popular de que tras las elecciones del 26 de junio “nunca, salvo con las mayorías absolutas, había habido una distancia mayor entre el primer y el segundo partido en número de escaños”. Añadiría yo que nunca habrá habido una distancia mayor a nivel político, porque el Partido Popular ha despreciado incluso el diálogo durante la última legislatura con quienes ahora quiere lograr acuerdos. Rajoy ha asegurado que “desde el primer momento, tanto tras el 20-D como tras el 26-J, he buscado el consenso con total y absoluta convicción”.  Pues podía haber empezado cuatro años antes para resultar al menos creíble.
Y eso que el candidato ha apelado a la necesidad de un Gobierno, entre otras cosas, creíble. Basta con ver la credibilidad que le ofrece a su principal apoyo, Ciudadanos, para imaginarse la que podemos tener el resto. La formación naranja casi ha mutado a rojo de vergüenza para justificar su apoyo e incluso el propio Girauta ha reconocido tras la sesión que Rajoy no es la persona más apropiada para luchar contra la corrupción. Nadie confía en él e incluso se han escuchado abucheos cuando ha asegurado que no parará hasta recuperar el último euro robado.
En el caso de Euskadi, el PP ha consumido toda una legislatura de afán recentralizador que nos ha tenido enfrente para ponerle freno. A raíz del discurso de hoy, poco más podemos decir, puesto que las referencias de Rajoy a nuestra comunidad han sido nulas. Ni una sola vez se ha mencionado a Euskadi. Y que aún haya quien piense que EAJ-PNV podría dar su apoyo a estas formaciones…
A falta de referencias directas, tal vez debamos guiarnos de las realizadas sobre Cataluña para barruntar lo que el señor Rajoy guarda para nosotros. Unidad de España, igualdad y convivencia parecen innegociables. Exaltar la grandeza de la unidad de la nación con conceptos que parecían sacados del No-Do (sangre, destino, unidad…) y despreciar la reivindicación independentista catalana tomando como referencia el escaso apoyo de sus representantes en las elecciones generales y obviando que en las autonómicas alcanzó el 48% de los votos no parece la mejor manera de afrontar los problemas. Por si acaso se ha cuidado mucho de no recordar que el PP fue la quinta fuerza en ambos comicios.
Casi una y media después, lo único que ha dejado claro el candidato a presidente es que pretende repartir la responsabilidad de conformar Gobierno entre todas las formaciones y hacer caer sobre los demás la culpa de una hipotética repetición de elecciones. Una “responsabilidad ineludiblemente compartida”, ha citado tratando de ocultar a la ciudadanía que el máximo responsable de formar Gobierno es él y su partido. Si quiere pavonearse de que se ha logrado la mayor distancia de la historia entre el primer y el segundo partido político también deberá asumir la responsabilidad que ello le confiere; y si no logra una mayoría suficiente para gobernar, lo que será histórico será el fracaso que habrá acumulado.