domingo, 23 de abril de 2017





El “cambio radical” que Euskadi exige


Mariano Rajoy no olvidará fácilmente esta semana de Pascua. Mientras paseaba plácidamente por la Ruta de la Piedra, fue citado como testigo por el ‘caso Gürtel’ y tendrá que dar explicaciones ante la Audiencia Nacional. A su vuelta a Madrid, le han salpicado el estallido de la ‘operación Lezo’, la detención de Ignacio González y la declaración ante el fiscal de Esperanza Aguirre. La losa de la corrupción amenaza al PP y atenaza a Rajoy.

Durante estos últimos años, el presidente del Gobierno español y del PP ha tratado de sortear la cuestión, eludiendo ofrecer las explicaciones que la sociedad le demanda. Ignoramos si lo habrá hecho en la intimidad de la ejecutiva de su partido, pero sabemos que lo ha evitado desde el Ejecutivo y que lo ha eludido en el Legislativo. Ahora no le queda más remedio que explicar ante el poder Judicial lo que ha ocurrido… y lo que ha conocido como testigo privilegiado.

La citación de Rajoy es una noticia positiva: porque ha de contribuir a que en el futuro no se repitan casos como ‘Gürtel’; porque es necesario que el PP ofrezca una explicación seria, rigurosa y completa de lo acaecido estos años en el ámbito de la corrupción; y porque espero que este baño de realidad contribuya al “cambio radical de actitud” que desde EAJ-PNV demandamos al PP y a su ejecutiva, al Gobierno español y a su presidente.

La pasada legislatura se mantiene todavía como una pesada losa. Tanto en el Congreso como en el Senado, el Grupo Parlamentario Vasco trató de establecer una dinámica de diálogo y acuerdo. En el mejor de los casos, nos encontramos con la callada por respuesta. El PP disfrutaba de una mayoría absoluta que entonces imaginaba eterna, pues ni por asomo se planteaba la hipótesis de encontrarse algún día en la situación de debilidad y necesidad en la que se halla hoy. Fue una legislatura frustrante para cualquier parlamentario que se precie. Además, cuatro ministras o ministros se vieron obligados a dimitir, ya fuera por problemas de gestión o por tratar de escabullirse de la alargada sombra de la corrupción que se cernía sobre ellas y ellos. Pero fue, sobre todo, una legislatura peor que mala para los intereses de Euskadi.

Ninguno de los objetivos planteados en la ‘Agenda Vasca’ obtuvo respuesta. Lehendakari, Grupo Parlamentario y Partido proponían, documentaban y razonaban, y la respuesta era invariable: no, no y no. Recibimos un ‘no’ a los planteamientos económicos, energéticos e industriales; un ‘no’ a las iniciativas de paz y convivencia; un ‘no’ al avance en autogobierno. La respuesta siempre era ‘no’. Esta fue la actitud de un Gobierno español y de un PP “sin complejos”, ensoberbecidos con su mayoría absoluta. Una oportunidad perdida para encauzar el futuro desde unas relaciones de mutua confianza.

De modo que ahora, perdidos el rodillo y la mayoría absoluta tras la doble cita electoral, el PP se ha visto en la obligación de empezar de cero porque antes no supo ni quiso labrarse ninguna relación de confianza con la oposición, en general, y con el PNV, en particular. El PP y el Gobierno español dominan las matemáticas, y son muy conscientes de su situación de minoría y de la necesidad, ahora, de abrir cauces de diálogo y acuerdo. Y en ello están. Van a tener que ejercitarse mucho, porque su falta de práctica tras cuatro años de monólogo y rodillo es evidente. Pero la incuestionable realidad es que en las últimas semanas se ha iniciado una nueva etapa. Ahora resulta que la pesada losa que el PP de la mayoría absoluta había colocado sobre nosotros, el PNV, se ha convertido en una pequeña chinita que puede permitir al Gobierno español emprender el camino presupuestario con paso firme… o acabar colapsado sin posibilidades de avanzar.

La legislatura perdida por la prepotencia del PP podía haber enrocado al PNV en la comodidad del distanciamiento y la fría indiferencia, pero no: la experiencia de años ha forjado en nosotros una actitud diferente, abierta siempre al diálogo y el entendimiento. Con ese espíritu hemos afrontado la nueva legislatura. Con esa estrategia tratamos de gestionar nuestra nueva correlación de fuerzas con un Gobierno y un PP en debilidad: sin olvidar el pasado pero centrados en el futuro, siempre con la defensa de los intereses de Euskadi como principio y fin. Y los resultados comienzan a llegar. A los hechos me remito. En pocas semanas hemos logrado arrancar importantísimos compromisos, como la finalización del Tren de Alta Velocidad (y su acceso a nuestras capitales) y de la Variante Sur Ferroviaria; la retirada del recurso contra la Ley Municipal; o el desbloqueo de las promociones de laErtzaintza. Pero tenemos más tareas pendientes: una liquidación del Cupo satisfactoria para Euskadi, la redacción de una nueva Ley Quinquenal, el establecimiento de tarifas eléctricas justas y competitivas para nuestras empresas o la conquista de competencias pendientes nos ocupan y nos preocupan estos días a las mujeres y hombres del PNV. Por eso, ni nos vamos a obsesionar con el pasado, ni nos vamos a enredar en el regate en corto ahora que voces demagógicas (y sus coros mediáticos) piden al PNV que deje de hacer lo que lleva haciendo más de 100 años: defender los intereses de los vascos y de las vascas.

Siendo muy importantes, desde el PNV miramos más allá de los Presupuestos de un año concreto. Lo que aspiramos a obtener del PP y de su Gobierno es un cambio radical, sí, pero también verdadero y duradero en su actitud hacia Euskadi, y no un simple retoque cosmético con el que despachar el trance presupuestario. El PP y el Gobierno español tienen mucho que explicar sobre el pasado, cierto. Pero tienen también que rectificar en profundidad para propiciar un nuevo futuro. Y, en lo que a Euskadi respecta, disponen en los próximos días de una oportunidad pintiparada para demostrar si el suyo es, de verdad, el cambio radical que demandamos o el maquillaje de la señorita Pepis. La realidad social, económica, institucional, política y de convivencia de nuestro País demanda recuperar el diálogo y la altura de miras, el compromiso y la capacidad de pacto. Es el camino de la política. No hay otro.




domingo, 2 de abril de 2017


Surcos en Colombia
Situarse con rigor y criterio en el conflicto armado de Colombia no es una cuestión sencilla. Han sido 50 años de violencia armada, con el resultado de 300.000 víctimas mortales y más de seis millones de personas desplazadas por la presión de grupos criminales. Esta semana he tomado parte en una visita  al país sudamericano como miembro del Intergrupo de Derechos Humanos del Senado. Mi primera percepción es que la preocupación sobre la situación que existe  en el ámbito internacional tiene también su reflejo en el interior del propio país. Quiero dejar constancia de que no todos los problemas que se están viviendo se pueden considerar, en exclusiva, consecuencia del conflicto. Además de los problemas derivados de años de violencia, el país afronta graves problemas económicos, ligados a la bajada del precio del petróleo, y también sociales, con un ensanchamiento de las diferencias entre ricos y pobres, una de las más acusadas del mundo.
El día 2 de octubre del pasado año supuso un punto de inflexión en la política colombiana. Ese día tuvo lugar el plebiscito en el que se pedía opinión a la ciudadanía en relación al Acuerdo firmado en La Habana entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC de Rodrigo Londoño, alias Timochenko. La cruda realidad se impuso y después de que decenas de jefes de Estado, organismos internacionales, prensa nacional e internacional, agentes sociales y un sinfín de colectivos se posicionasen en favor del SI al Acuerdo, la ciudadanía se inclinó por el NO. El resultado muestra una situación muy polarizada, ya que la diferencia fue inferior al 0,5% de los votos para un total de 13 millones de votantes. De todas formas, a la victoria del NO al Acuerdo, se sumó la bajísima participación del 40%. Esta participación no anula la constitucionalidad del plebiscito, pero evidencia el bajísimo interés de la ciudadanía en relación a una decisión política de primerísimo nivel.
Son muchas las “verdades” que se ocultan tras este grave conflicto. Mi visita ha coincidido con una manifestación en Bogotá, una auténtica demostración de fuerza en contra del Acuerdo de La Habana que reunió a cientos de miles de personas en la calle. Fueron convocadas, a través de twitter, por quien fuera presidente del país y es, en estos momentos, responsable del único partido político del arco parlamentario contrario al Acuerdo de paz, Álvaro Uribe. Mi presencia me permitió conversar directamente con muchas personas que tenían voluntad de manifestarse y pude comprobar que tanto en el plebiscito como en las manifestaciones posteriores subyace, de fondo, una pugna entre el actual presidente y el anterior, una lucha protagonizada por Santos y Uribe. Muchas de las personas que se movilizaban lo hacían, en realidad, en manifestación crítica con la fuerza política gobernante.
El NO en el referéndum ha permitido desvelar parte de las intrigas y juegos de interés que se han producido a los largo de todo el proceso. Hoy se recuerda que el presidente Santos no tenía ninguna obligación de convocar el plebiscito, dado que contaba con la competencia para aprobar un Acuerdo como el que se había negociado con las FARC. De hecho, hoy se sabe, que fueron muchos los organismos y asesores que desaconsejaron la vía de la consulta; pero el Presidente y su Gobierno creían firmemente en el respaldo de la ciudadanía y, sobre todo, entendían que el apoyo social supondría tanto impulsar el proceso con reforzar su posición política. El resultado ha sido el contrario al deseado, la victoria del NO unida a la baja participación, han debilitado la credibilidad del presidente y del Acuerdo. En cualquier caso, todos los partidos políticos, a excepción del de Álvaro Uribe, son proclives a proseguir con el Acuerdo. 
Esta es una de las grandes contradicciones que está viviendo Colombia en relación a este débil proceso de paz. En realidad lo relevante es que el país se va acercando a las elecciones presidenciales de 2018 y, aunque ninguna de las dos principales fuerzas tiene todavía candidato, sí tienen programa: mostrarse a favor o en contra del proceso de paz. El problema de fondo radica en que los objetivos electorales a corto plazo se están imponiendo a la oportunidad de cerrar de forma rigurosa, ordenada y definitiva más de cinco décadas de violencia en el país.
El proceso de paz sigue adelante y esta misma semana se ha puesto en marcha la Comisión de seguimiento para la implementación del Acuerdo alcanzado en La Habana. Tanto Felipe González, nombrado miembro de la Comisión a propuesta del Gobierno Santos, como José Mujica, nombrado a instancias de las FARC, compartirán la responsabilidad de elaborar informes sobre los avances o los incumplimientos en la implementación de los acuerdos. El objetivo principal de esta Comisión es la interpretación del Acuerdo en caso de conflicto entre las partes, además de tener la responsabilidad de evaluar  el cumplimiento de las leyes y reformas legislativas que sea necesario acometer.
Han sido muchas las personas con quienes me he podido reunir estos días. Destacaré el encuentro mantenido con el ex presidente Álvaro Uribe, quien trasladó su malestar con el Gobierno de Mariano Rajoy por su respaldo a las posiciones del Ejecutivo Santos favorables al proceso de paz en Colombia. Esta posición vista desde nuestra perspectiva, es relevante porque resulta paradójico e incoherente que el mismo Rajoy que durante todo un lustro ha alardeado de su inflexibilidad ante el cese definitivo del terrorismo de ETA, sea quien respalde y apoye  el diálogo y el Acuerdo con las FARC en Colombia.
Más de ocho millones de víctimas  en Colombia han vivido y viven algún tipo de sufrimiento como consecuencia del conflicto, una cifra que sigue creciendo día a día, a pesar de que haya concluido el plazo que se pactó para poder declararse como víctima. El final a todo este dolor requiere superar un proceso complejo que necesitará del apoyo de todos para que el bien germine en tierras colombianas; de forma que tal y como expresa su himno, refiriéndose evidentemente a épocas pretéritas, “en surcos de dolores el bien germina ya”.