jueves, 26 de noviembre de 2015

El valle del fascismo



No pensé que iba a sentir tanta indignación y tristeza al visitar el Valle de los Caídos. Ayer fui por primera vez, y creo que será la última. No lo hice por gusto, sino por conocer de primera mano ese vergonzoso lugar del que tanto hemos debatido en el Senado por tratarse de un monumento de humillación para quienes murieron defendiendo la legalidad vigente en 1936 tras el golpe de estado dado por el dictador.

Triste, porque esa es la sensación que me embargó la visita realizada. Basta aproximarse a la basílica, para advertir el despropósito de esta obra. Grande por fuera, desgraciada por dentro. El paisaje exterior es excepcional; la basílica se define sobrecogedora, fría, dura. Me recuerda a las peores imágenes del nazismo.

Dos escudos preconstitucionales con el águila imperial dan la bienvenida a la explanada principal. Nada más entrar, un cartel que conmemora la inauguración del templo muestra el nombre del dictador acompañando al del Papa Juan XXIII. Incomprensible. Todavía me sorprende que la propia Iglesia no retire una placa en la que aparece definida su connivencia con el significado de una mugre de Estado.


Indignante, porque tras avanzar por un edificio interminable escarbado bajo la montaña gracias a los forzados trabajos de sufridos presos republicanos, las tumbas del dictador y del fundador de la Falange ocupan el lugar preferencial de la zona principal, del altar. En la lápida del primero hay un ramo de flores; en la del segundo, dos. ¿Quién en su sano juicio puede depositar ramos de flores a un dictador, un asesino? ¿Qué Gobierno puede permitir un incumplimiento tan flagrante de la Ley de memoria histórica? ¿Qué gobierno puede ser tan permisivo en contra del sentido común, del pensar de la ciudadanía?



Una persona custodia el templo; o tal vez solo las tumbas de tan ignominiosos personajes, a tenor del marcaje visual al que me somete cada vez que me desplazo por la estancia. Le pregunto por el lugar donde están depositados los cadáveres de los más de 50.000 asesinados como consecuencia de la acción de ese dictador enterrado en un lugar principal de la basílica, pero asegura desconocer la respuesta.

Es extraño que sea tan complicado conocer su ubicación, tratándose de un monumento que, en teoría, homenajea a todos los caídos. Me fui triste e indignado del lugar, tratando de imaginar, si yo me sentía así, qué podrán pensar al ver este monumento quienes perdieron a un ser querido por culpa de la acción del asesino dictador, quienes en contra de su voluntad mantienen enterrados a sus allegados junto al cadáver del máximo responsable de su temprana e injusta muerte.


Antes de salir, pasé por la tienda de la basílica; todavía me entristecí más al ver dos postales publicadas por Patrimonio Nacional donde se podían ver, discreta pero sin duda intencionadamente, las tumbas de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco; en las fotos, ambas se ven adornadas con ramos de flores. ¿Es este el significado de la reconciliación? Incumplir la ley y recordar a un dictador. A eso se le llama Fascismo puro.

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