viernes, 6 de enero de 2017


Crisis, Unión Europea y futuro

Nos ha correspondido vivir un tiempo de cambio en todos los órdenes de la vida: cambios sociales, económicos, también cambios políticos; todo ello en un nuevo escenario global, más abierto y competitivo. Tras ocho años de crisis y paulatino empobrecimiento, esperábamos que 2016 supusiera el final de un ciclo y pudiéramos iniciar el nuevo año sobre unas bases más sólidas y estables, especialmente en el terreno económico. Ahora comienza un nuevo año y constatamos que se ha producido un avance, pero sabemos también que los próximos años van a seguir siendo de incertidumbre y, nuevamente, de cambio.
La crisis económica que tanto nos ha hecho sufrir en estos últimos tiempos sigue presente y presagia amenazas en el horizonte; se mantiene la preocupación por el envejecimiento que sufre Europa; hemos conocido nuevos datos que nos preocupan, cuestiones como el cambio climático o el terrorismo que últimamente estamos sufriendo de una manera más acuciante, se mantienen en la agenda y generan gran inseguridad e inestabilidad en la mirada al futuro. Se trata de asuntos que nos obligan a repensar nuestro modelo y a volver a plantear la recuperación de unos valores que asienten una convivencia más armónica.
Es evidente que vivimos en una sociedad de riesgos globales; esto significa que las soluciones que apliquemos deberán incorporar esa visión global, responder a una estrategia compartida y aplicarse de forma conjunta. Este debe ser el criterio para responder de una forma efectiva a las necesidades de la sociedad en el siglo XXI. Esta formulación es válida para Euskadi, también para España y para el conjunto de la Unión Europea.
Uno de los grandes desafíos a los que vamos a tener que hacer frente y responder es el de la demografía. Euskadi es un buen botón de muestra en relación a esta cuestión, porque coexiste una de las esperanzas de vida más elevadas del mundo con uno de los índices de fecundidad más bajos. Hoy en Euskadi, la demografía ha pasado a formar parte de la agenda institucional y política como una de las cuestiones que demandan una estrategia compartida.
La esperanza de vida en la Unión Europea es de 79 años para los hombres y 85 para las mujeres; en el Estado español, es de 80 y 86 años respectivamente. Los expertos afirman que la esperanza de vida presenta una tendencia de crecimiento paulatino y podrá aumentar unos 3 o 4 meses por año. Esto nos lleva a constatar una evidencia: la caída vertiginosa del coeficiente de población activa/inactiva. Las consecuencias en el corto y medio plazo son evidentes, por lo que los Gobiernos tienen que actuar de una manera urgente en relación a cuestiones básicas como la natalidad y el apoyo a las familias.
El diagnóstico de situación es claro y compartido: si no se adoptan medidas rápidas y adecuadas, si no se invierte esta tendencia de forma eficaz, es inevitable que algunas de las bases del estado del bienestar se vean cuestionadas. No va a ser posible, en las circunstancias actuales, garantizar la perdurabilidad y sostenibilidad del estado de bienestar que hemos conocido hasta la fecha. Estamos hablando de la garantía de las pensiones, de la prestación de los servicios públicos esenciales y, en general, del sistema de protección social.
Es ineludible asumir que para repartir riqueza es necesario crearla. La economía occidental del bienestar demanda un sistema productivo que la sustente, una reactivación de la capacidad de generar riqueza y una política fiscal eficiente, tanto en su contribución a la generación de actividad como en su vertiente redistributiva.
Nos consta que no vamos a ser capaces de responder únicamente con parámetros de natalidad; el debate sobre la inmigración lo vamos a tener que analizar y solucionar. Tenemos que dilucidar desde una visión compartida las vías para construir una sociedad más abierta al diferente y auténticamente inclusiva. Así, es muy relevante que nuestras sociedades asuman y pongan en marcha unas políticas de integración dirigidas a incorporar con normalidad a aquellas personas con un origen diferente al nuestro.
Tal y como ha quedado indicado, un eje estratégico que va a requerir nuevas respuestas en el futuro inmediato es el que tiene que ver con la seguridad. Hemos conocido, durante la segunda mitad del siglo XX, un orden mundial sustentado sobre el equilibrio entre dos bloques. Hemos conocido también, en el arranque del siglo XXI, un equilibrio asentado en una relación multipolar, pero con un claro liderazgo de los EEUU. Hoy comprobamos la influencia que el terrorismo internacional está ejerciendo en diferentes actores. Así, hay quien considera que lo que está ocurriendo en Siria es algo muy parecido a lo que podría definirse como una III Guerra Mundial. Es un conflicto local, pero dada la cantidad de actores que intervienen en el mismo y vistas sus consecuencias, su dimensión es global. En la propia Unión Europea, estamos viviendo la incapacidad de dar una respuesta integral al drama de las personas refugiadas.
Es imprescindible que Europa se replantee su posicionamiento ante esta realidad; en mayor medida, si atendemos a la influencia futura que van a tener dos realidades próximas como son la salida del Reino Unión de la Unión Europea o el hecho de que Donald Trump vaya a ser en breve el Presidente de los EEUU. Iniciamos un nuevo año con la certeza de que vamos a vivir acontecimientos que van a influir y tener consecuencias que afectan a la seguridad y a la defensa de Europa. Se hace más necesaria una política europea de seguridad y defensa común ante temas con el terrorismo, los ciberataques, la situación en Oriente Medio o las relaciones con Rusia. Son problemas de nuestro día a día que demandan una gestión compartida y exigen mucha prudencia, sensibilidad y visión a medio plazo.
Este es el panorama general al que se enfrentan los diferentes Gobiernos a la hora de establecer las prioridades para el futuro más inmediato y, más a corto plazo, en el momento de elaborar el plan de legislatura y aprobar un proyecto de presupuestos. Estas son cuestiones básicas a la hora de establecer una estrategia y, algo que tenemos que tener muy en cuenta, las previsiones económicas con que contamos.
La economía es global, está interconectada, y la incertidumbre ocupa un espacio clave. La UE no puede perder esta perspectiva. Todos los Gobiernos tienen que tener una referencia clara a futuro. Es cierto que, tanto en Euskadi como en España, se está afianzando la recuperación económica; si la UE ha crecido a un ritmo del 2,3%, la economía española lo ha hecho a un 3,2%, Francia a un 1,3% e Italia a un 0,8%. Euskadi ha crecido un 3%. La tendencia para 2017 se prevé similar, pero con unas cifras de crecimiento algo inferior.
La Unión Europea se ha visto favorecida por los bajos precios del petróleo, la política monetaria expansiva y la propia debilidad del euro. Pero Europa tiene sus propias incertidumbres, la citada crisis de refugiados, los tipos de interés negativo, la política de austeridad y la previsión de que el Reino Unido abandone la Unión Europea.
En este panorama, nada fácil, entiendo que responder a las necesidades básicas de las personas tiene que ser un principio irrenunciable de la acción de todo Gobierno. Esta respuesta demanda escucha, cercanía y complicidad. En este sentido, comparto el pronóstico realizado por el Think Tank Laboratoire Européen d'Anticipation Politique, que predice el fracaso de la Unión Europea si no se democratiza. Este es, sin duda, el reto de todos los retos, porque en la era global más democracia significa también mayor capacidad de escucha y de respuesta a las necesidades de las personas.
  

Artículo publicado el pasado miércoles en Vozpopuli.

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