viernes, 30 de diciembre de 2016

Israel y el derecho internacional
Dice el escritor israelí Amos Oz, refiriéndose a los políticos tanto de Israel como de Palestina, que estos son líderes que no tienen el coraje necesario para hacer lo que, en el fondo de sus corazones, saben que tienen que hacer: dividir la casa en dos pisos más pequeños, Israel y Palestina, no hay alternativa.
El pasado viernes el consejo de Seguridad de Naciones Unidas, bajo presidencia española, aprobaba una resolución, la 2.334, con el voto a favor de todos sus miembros y con la sola abstención de la representante de Estados Unidos, en la que reclamaba el fin de los asentamientos israelíes en territorio palestino. En concreto, el texto afirma en su primer punto que los asentamientos no tienen validez legal y que constituyen una violación flagrante del derecho internacional y el mayor obstáculo para conseguir una solución de dos estados y una paz justa y duradera.
Hablamos de más de medio millón de israelíes que viven en más de 200 colonias establecidas dentro de Cisjordania y el este de Jerusalén, enclaves situados en Judea y Samaria, territorio palestino. Hoy nadie duda, tanto dentro como fuera de Israel, de que se han convertido en uno de los grandes obstáculos para encontrar una solución justa y efectiva a este conflicto que dura ya mas de siete décadas. Es manifiesto, y así lo reconocen los principales líderes políticos internacionales, que el camino para alcanzar la conciliación no es otro que el de dos Estados, un Estado Israelí y un Estado Palestino independiente y viable.
Si el camino no es el de un estado binacional en el que los palestinos sobrevivan asediados, no debe extrañarnos la iniciativa de Naciones Unidas, exigiendo el freno a la construcción de asentamientos en Cisjordania, ni que sean los principales miembros de la escena internacional, entre ellos España, los que la secunden. Es cierto que se trata de un asunto complejo, con muchos matices y más aristas. Son muchos años de violencia, odio y de injusticia en ambos lados que no pueden repararse en 48 horas. Pero con una toma de posición como la que se produjo en el Consejo de Seguridad el pasado 23 de diciembre creo que podemos empezar a vislumbrar la esperanza de que la comunidad internacional adopte el compromiso de hacer ver a Israel su gran responsabilidad a la hora de encontrar la solución a la estrategia antes definida: dos realidades, dos naciones, dos estados.
A muchos les ha podido sorprender la posición de Estados Unidos en esta resolución, absteniéndose de vetarla y permitiendo que saliera adelante, pero lo cierto es que a poco que se conozca la materia es evidente que el Presidente Obama no ha hecho más que caminar sobre la misma línea en la que ha trabajado durante todo su mandato, en el que ha reiterado, en cada ocasión en la que ha tenido oportunidad, que Israel debía frenar los asentamientos si quería construir un momento de paz; se ha mostrado siempre partidario de la necesidad de una política diferente que aliviara la presión sobre los palestinos.
El hecho de que esta llamada de atención, pues no va mas allá de una declaración a la que no acompañan sanciones, llegue en este momento de transición entre las elecciones y la próxima toma de posesión de su cargo de Donald Trump se ha querido ver desde Israel como un intento de Barack Obama por condicionar la gestión de su sucesor; “la venganza de Obama”, han llegado a calificarla. Pero mas allá de entenderlo como una maniobra antiisraelí, como una consecuencia de las envenenadas relaciones personales entre el presidente norteamericano y el jefe de Gobierno de Israel, deberíamos verlo como el punto de inflexión en la actitud de la comunidad internacional, no sólo de Estados Unidos, que tal vez haya manifestado así su hartazgo ante la continua actitud de soberbia y prepotencia de Benjamin Netanyahu, que se presenta como el emisario de todos los israelíes, de todo el pueblo judío, y que justifica su política insistiendo en el axioma victimista y demagógico de que cualquiera que defina a una nación perseguida que ha regresado a su tierra como ocupante está distorsionado la historia y la verdad.
Esta vez el líder del Likud se ha quedado solo; su actitud ha generado un peligroso deterioro de sus relaciones internacionales y se ha visto superado por la realidad de que sus hasta ahora principales aliados, incluso aquellos con los que se le suponía una relación más estrecha, no van a aceptar sin más sus continuos desafíos. De nada le sirve ya la amenaza de que aquellos que estén en su contra serán derrotados y pagarán un precio económico además de diplomático. Más allá de los titulares fáciles, el acuerdo adoptado en Naciones Unidas no pretende ser hostil sino conciliador y recoge la posición compartida por los principales líderes políticos internacionales de la recuperación del diálogo para aproximarse a la paz desde la formula de los dos Estados. Pero iniciar con esta resolución el primer párrafo de una nueva página de la historia del conflicto de Oriente Medio no parece fácil si no es otro que Donald Trump quien vaya a tomar las próximas decisiones relacionadas con el conflicto. Los primeros movimientos del presidente electo han ido a cargar de razones a Netanyahu; dos líderes, dos caras de una misma moneda, tremendamente irresponsable y tremendamente inconsciente.
Por otro lado, no es sencillo cambiar el curso de los acontecimientos cuando al otro lado de la mesa sólo se encuentra el débil liderazgo de Abbas y la clara evidencia de que ni el ala moderada de Fatah ni el ala más radical de Hamas conciben la idea de un Estado para Israel.
Es imposible encontrar un clima de entendimiento cuando la única actitud posible es la desconfianza y el escepticismo. Además, con todas sus imperfecciones, la democracia israelí no participa en el mismo terreno de juego que una sociedad palestina huérfana de instituciones sólidas y que sufre una ausencia total de estabilidad social y política, y carece del indispensable desarrollo económico. En ese sentido, Palestina también tiene mucho trabajo por hacer, principalmente a la hora de democratizar sus instituciones por una parte, y de favorecer el respeto a los derechos humanos, por otra. Hace más de 10 años que no se celebran elecciones democráticas y hace años que cuesta que una única voz represente a Palestina en el exterior. La responsabilidad de la gestión de Gaza y Cisjordania obedece a un acuerdo entre Fatah y Hamás; no responde a una voluntad ciudadana.
Y a pesar de todo, queda espacio para el optimismo. Pese a las indiscutibles dificultades, puede ser este el momento de relanzar una iniciativa de paz. Pero la solución no llegará por imposiciones de Naciones Unidas, si no existe voluntad entre las partes. Tanto israelíes como palestinos deben mostrar su predisposición para encontrar el camino de la convivencia pacífica y desde la prudencia y el absoluto realismo dar los primeros pasos para lograr, de una vez por todas, un acuerdo histórico que permita la existencia de dos Estados libres e independientes perfectamente acomodados y totalmente reconocidos en su ámbito regional.

Artículo publicado el pasado miércoles en Vozpopuli.

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