sábado, 28 de abril de 2018


Tupido humo sobre la memoria
Este jueves se han cumplido 81 años desde que los aviones alemanes e italianos, aliados del general Franco, arrojaran bombas y muerte sobre Gernika. Han transcurrido más de ocho décadas en las que las llamas del dolor fueron avivadas, primero, con la ignominia del mentiroso relato impuesto a sangre y fuego por el régimen dictatorial y, aun hoy, con el tupido manto de humo con el que se trata de encubrir la verdad de aquel triste 26 de abril de 1937.

Cuarenta años de democracia no han sido suficientes para que Ejecutivo central alguno haya reconocido, tal y como requerimos el año pasado al Partido Popular, la responsabilidad en aquella masacre del ejército del bando sublevado que posteriormente gobernó España durante cuatro décadas con sanguinaria mano de hierro. Tampoco este año el Partido Popular ha estimado oportuno impulsar la celebración de un congreso internacional de expertos en Gernika para explorar la dimensión histórica del bombardeo, tal y como se le reclamaba a principios de este mes en el Senado.
Si el senador Oyarzábal apelaba en 2017 a que todos los bandos mentían para negar el reconocimiento oficial de la responsabilidad de Franco en el bombardeo de Gernika, este año la obviedad de que en la contienda hubo ataques aéreos de distinto signo ha sido la excusa de los ‘populares' para resistirse a que sean analizados los pormenores del acto de guerra más icónico de la historia. Una vez más, ha quedado patente la incomodidad que genera en los responsables del Partido Popular abordar cuestiones de la guerra civil y la dictadura franquista.
Sin embargo, esta negra etapa de la historia del Estado, y que sus instituciones tratan de cubrir con un velo de olvido, tampoco debe servir, en modo alguno, como elemento de justificación para la actividad de ETA, tal y como la organización ha sugerido en su comunicado de la pasada semana. En su penúltimo mensaje, contextualizaba su acción asesina de cinco décadas en “la violencia que heredamos las generaciones posteriores al bombardeo de Gernika”. Dudo mucho que las víctimas de aquel cobarde ataque y quienes sobrevivieron a él hubieran querido que en su memoria se cometieran otros crímenes tan cobardes como el que sufrieron.
A las puertas de su desaparición, la banda terrorista sigue tratando de difuminar la memoria de sus acciones con medidos y trabajados comunicados en un ejercicio de funambulismo lingüístico que, sin embargo, no puede borrar la verdad de su historia: matar nunca estuvo bien y todas las muertes que causaron fueron igualmente injustas. Pronto, esta vez en el que será su último mensaje, protagonizará el único acto positivo de su triste existencia: su desaparición total; pero aún está a tiempo de mejorar dicho capítulo pidiendo perdón, sin distinción, a todas sus víctimas que ha originado su vil acción armada.
En este proceso, también la Izquierda Abertzale debería de hacer una profunda reflexión y pasar a limpio el papel que ha jugado y que debe de jugar de ahora en adelante. Y es que en la redacción de la ‘batalla del relato’, son muchos los que utilizan el bolígrafo rojo para subrayar los errores ajenos, pero tiran del típex para ocultar los propios. Así, para la Izquierda Abertzale el proceso del final de ETA requiere mirar hacia adelante, pasar página sin haberla leído entera, a la par que reprocha sus pecados al Estado mirando por el retrovisor de la historia.
Y, al contrario, comprobamos una y otra vez la paradoja del Partido Popular, para quien llegar hasta lo más profundo hasta aclarar todas y cada una de las condenables acciones de ETA supone restañar heridas, mientras que hacer lo propio con la guerra civil y la dictadura entraña abrirlas sin necesidad.
Hace quince días, narraba en estas páginas la extraña sensación que me produjo que el PP llevara al Senado una iniciativa  contra los recibimientos a presos de ETA, en la que reconocía como víctimas a todas las que hubieran sufrido vulneraciones de derechos humanos y en la que se mostraba sensible con la situación de las personas presas, abogando por la reinserción y la resocialización. Era, palabra por palabra, la misma que se había aprobado en el Parlamento Vasco y que el PP no había apoyado. En la Cámara Alta solamente dejó fuera el punto en el que reconocía la idoneidad de la Ponencia de Memoria y Convivencia de la Cámara de Gasteiz para alcanzar consensos en materia de pacificación. Lo hacía, lógicamente, por no corresponder a la competencia del Senado.
La Ponencia sobre la memoria es la herramienta idónea para sentar las bases no solo para la convivencia sino también para la redacción del relato veraz y duradero de lo ocurrido en Euskadi durante medio siglo. Para ello, es necesario que todas las sensibilidades políticas se sientan identificadas y se integren en esa labor, sobre todo las más extremas, ya que sin su participación el resultado nunca será el ideal. Sin embargo, hasta el momento, PP y EH Bildu no han dado con las bases éticas necesarias para poder sentarse en la misma mesa; ahora son los ‘populares’ quienes argumentan que no se respeta la exigencia del compromiso previo del ‘suelo ético’ pactado en 2012, pero antes fue EH Bildu quien se negó a ratificar dicho ‘suelo ético’. Cuando menos sorprende, que no se sepa dar con un acuerdo suficiente para poder empatizar con las víctimas y su sufrimiento.
En ese singular ejercicio de escabullirse de temas incómodos, esta semana hemos vivido un nuevo capítulo en el Senado. En un texto que buscaba mejorar la Ley de Memoria Histórica, hemos planteado que la Ley de Amnistía de 1977 no sea un impedimento para investigar los hechos amnistiados. Simplemente, tratábamos de incluir las constantes recomendaciones que al respecto ha venido realizando Naciones Unidas. Su actual redacción convierte a la Ley de Amnistía en un obstáculo para investigar los hechos, cuestión esta contraria a la lógica propia de una amnistía. Se amnistía a personas por cometer unos hechos concretos que son constitutivos de delitos, pero, para saber de qué hechos y de qué tipos penales se trata y quiénes los cometieron, es imprescindible investigarlos. Lamentablemente, ni PSOE ni PP estimaron que conocer toda la verdad y nada más que la verdad, fuera algo necesario.
El derecho a la verdad es un derecho humano amparado por Naciones Unidas y recogido en muchos de sus documentos. Además, es cuestión de conocer la verdad y de reconocer lo sucedido, porque sucedió; y de conocer evidentemente quiénes fueron sus protagonistas. Es algo que les debemos a las víctimas, a sus familias, a la sociedad en su conjunto… y a la historia.
En el contexto del final de ETA, se habla en muchas ocasiones de la ‘batalla del relato’, un debate sobre el que hay quienes pretenden que el testimonio de las víctimas tenga un mayor peso específico en la redacción de esas líneas; hay quienes censuran que se trate de poner en el mismo plano a unos y otros contendientes; hay quienes, directamente, niegan el valor de las opiniones del diferente… Una confrontación en la que, a todas luces, quien pierde es la verdad. Desde mi punto de vista, si se quiere hacer un relato completo, la historia se debe escribir teniendo en cuenta la pluralidad de las sensibilidades democráticas y, sobre todo, debe tener rigor. Dicen que en una guerra la primera víctima suele ser la verdad. Así sucedió tras el bombardeo de Gernika. No puede volver a ocurrir.

Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias. www.noticiasdegipuzkoa.com - www.deia.com


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