viernes, 9 de diciembre de 2016



El otoño de la Constitución

El martes se celebró el Día de la Constitución, pero los vascos no lo hicimos. No la sentimos como nuestra, como tampoco los poderes del Estado parecen aceptar el Estatuto como el espacio de consenso en el que cabemos todos.

Esta ausencia de sintonía mutua no es nueva. Aunque puede ser que a muchos se les haya olvidado, los nacionalistas vascos no participamos en el proceso constituyente de 1978; fuimos expulsados de la ponencia en la que se trabajó el texto de la Carta Magna. Evidentemente, no nos quedamos parados; aun desde fuera de los órganos formales, conseguimos introducir algún texto que, a la postre, resultó muy importante: hablamos de la Disposición Adicional Primera. Pero, lo cierto es que nos habían dejado fuera del terreno de juego donde se redactaba, pactaba y discutía el texto constitucional.
Una de las consecuencias de esta nefasta decisión fue que la participación de la ciudadanía vasca en el referéndum resultó la más baja de todo el Estado; únicamente votó favorablemente al texto el 30,86% de los vascos. Esta es una cuestión que los partidos políticos no deben dejar de tener presente; que de toda la colectividad vasca, únicamente una persona de cada tres votase a favor del texto constitucional supone un indicador muy claro, y no favorable precisamente.
Pero pasados los años esa desafección no se ha corregido sino todo lo contrario. Los gestos de menosprecio hacia la realidad de Euskadi han sido numerosos, empezando por el más grave que es el incumplimiento continuado de su Estatuto, con las consecuencias tan negativas que este hecho tiene para nuestro día a día, entre las que podemos enumerar un claro perjuicio económico.
No se puede comprender que el cumplimiento de la ley, que es un mandato inexcusable para todos, se pase por alto cuando esta ley se llama Estatuto de Gernika; no se puede aceptar, como algunos pretenden, que la fidelidad a la letra de la ley solo sea posible en base a lo que convenga a cada parte. Porque cuando estamos hablando de ajustarnos al mandato de la Constitución hablamos también del conjunto de normas que conforman el bloque de constitucionalidad. Y en este bloque incluimos los Estatutos de Autonomía, que tienen carácter orgánico y, evidentemente, el incumplimiento de estas últimas quiebra el citado bloque de constitucionalidad.
Este quebrantamiento reiterado del Estatuto de Gernika, junto a la más que evidente falta de compromiso que los poderes centrales del Estado han mantenido durante las últimas cuatro décadas, han provocado un gran escepticismo y una total desconfianza de la ciudadanía vasca con respecto a los políticos de Madrid.
Para acabar con esta desafección tan extendida entre la ciudadanía, hay dos asuntos que deberían verse resueltos cuanto antes: en primer lugar, el reconocimiento del Pueblo vasco como sujeto político; en ese sentido tiene que darse una clara defensa de nuestra arquitectura institucional como base de nuestro presente y como eje de nuestro futuro. Por otro lado, la aceptación sin complejos de un reconocimiento de nuestra identidad como Pueblo y de nuestra capacidad de decisión.
Estos puntos caben claramente en la vigente Constitución y son pieza clave para una posible reforma en el futuro; reforma que se hace esperar y en la que los principales partidos desde luego no están. Cierto es que un Estado que necesita más de 300 días y dos procesos electorales para conformar un gobierno no lo tiene muy fácil. O un Estado que no es capaz de organizar un Senado, caduco en sus contenidos, no parece ser la mejor carta de presentación para ser optimista en una posible reforma constitucional.
Al contrario de lo que ocurre en el resto del continente, donde nadie se rasga las vestiduras por reformar una Constitución o por reformar los Tratados de la Unión Europea, en España desde hace años la distancia existente entre la literalidad del texto y de la realidad del día a día es abismal. En una situación bastante similar en cuanto a la configuración del Estado, como es el de caso de Alemania, la Ley Fundamental de Bonn aprobada en 1949, ya ha tenido 52 reformas de calado. La de España, dos; dos reformas y alguna de ellas con un más que probable fraude de ley, por haber modificado el artículo 135 sin pasar por las urnas, tal y como exige el artículo 168 de la Constitución española, que aunque puede considerarse como un verdadero límite a la reforma de la propia Constitución, es la que hoy está vigente.
La actualización de la que debe ser la Carta Magna de todos no puede esperar un minuto más, pero antes de abordar cualquier reforma en profundidad, la primera cuestión que hay que resolver es si se quiere una Constitución inclusiva, en la que estemos todos, o una que no recoja el sentir de las diferentes comunidades que conforman el Estado español. ¿Se entiende que el Estado es plurinacional? ¿Se quiere buscar alguna vía para que la Constitución española resulte atractiva para los intereses de Euskadi y Cataluña? ¿Están dispuestos los partidos políticos a conocer la voluntad de la ciudadanía de Euskadi y Cataluña con respecto al resto del Estado?
Resolver este tipo de cuestiones no es fácil, pero es, sin duda, indispensable. Profundizar en la democracia exige entender al otro y ser inclusivo en este sentido. A pesar de este panorama tan escasamente propicio para el consenso, trabajamos por el diálogo y el acuerdo, lejos de las rupturas infaustas que algunos se empeñan en vaticinar. ¿Encontraremos a alguien al otro lado de la mesa?

Artículo publicado el pasado miércoles en Vozpopuli.



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