viernes, 16 de diciembre de 2016


UE y Derechos Humanos
Nadie a día de hoy puede poner en duda que la Unión Europea no ha sido capaz de dar una respuesta adecuada a la crisis humanitaria de las personas refugiadas; la peor que estamos viviendo en muchas décadas, en la que los desplazados se cuentan por millones y en la que el número de los que mueren, en su intento de llegar y dejar atrás la guerra y la persecución, resulta inadmisible. Para frenar este dramático desplazamiento de seres humanos se actuó casi de forma desesperada y al final la respuesta se limitó a poner un parche de urgencia en el que Turquía se convirtió en la única solución. Una “chapuza”, en palabras del propio ministro García Margallo, que de ninguna manera ha servido para ofrecer protección y vías legales y efectivas de llegada a la Unión Europea.
Es cierto que resulta indispensable articular cualquier plan de acción con el Gobierno de Turquía, pues su posición geográfica estratégica lo sitúa como la puerta entre Asia y Europa, y como el muro de contención de la amenaza yihadista. Pero conviene recordar que los derechos humanos no poseen en este país el más adecuado nivel de respeto, y su protección genera grandes preocupaciones. Y desde luego, de lo que no cabe ninguna duda es de que la situación creada tras el intento fallido de golpe de Estado, el pasado mes de julio, ha desatado una deriva autoritaria y ha multiplicado la incertidumbre sobre su capacidad de asunción de los principios internacionales y su cumplimiento de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Pero el presidente turco no hace más que poner un espejo frente a la Unión Europea que le devuelve el preocupante reflejo de la debilidad que demuestra con sus políticas de inmigración. Esto se puede visualizar en los términos en los que se negoció el acuerdo entre Turquía y la Unión, y actualmente en las continuas amenazas que traslada el presidente Erdogan, de tal manera que si  no respondemos como lo entiende el Gobierno turco y nos manifestamos con firmeza contra su represión, este abrirá las puertas para que la Europa de los 28 sufra una insoportable saturación de personas migrantes y refugiadas sin capacidad de asimilar en un corto plazo de tiempo, al menos de una manera razonable.
El verdadero error reside en que la Unión Europea ha querido solucionar un problema engañándose a sí misma y pagando un alto precio por esta situación: depender de un tercero sobre el que existen serias dudas acerca del respeto y consideración que este tiene hacia el Derecho Internacional y europeo.
A Turquía se le abrió una oportunidad que ambicionaba desde 1963; quería comenzar un proceso de integración en la Unión Europea que se le resistía desde hace más de 53 años. Por fin daba unos pasos; obtenía un compromiso de los responsables europeos para que los casi 80 millones de ciudadanos turcos se pudieran mover por los Estados Miembros sin necesidad de estar en posesión de un visado.
Pero la peor parte de este fracaso recae injustamente sobre los miles de menores que huyen hacia Europa. Pues si en algo se ha mostrado rotundamente incapaz la Unión Europea ha sido en la protección de los miles de niños y niñas migrantes que pretendían encontrar en nosotros el alivio al horror que les perseguía. En algo sí que le doy la razón a Recep Tayyip Erdogan: concretamente, cuando nos echaba en cara que no éramos capaces de cuidar a los niños que tratan de llegar a territorio comunitario. Una grave acusación, pero cierta. La situación que estamos viviendo ahora es dramática; además de que muchos de ellos mueren en el intento de alcanzar nuestras costas, en estos momentos, según revelan los datos aportados por Unicef, hay más de 10.000 niños en paradero desconocido lo que nos muestra, cuando menos, un drama humano que nos tiene que hacer actuar. ¿Estamos haciendo lo suficiente en este sentido?
Pero si hasta marzo existían serias dudas sobre si Turquía debía ser parte relevante de la solución, a partir del fallido golpe de Estado de julio la respuesta se ha hecho evidente. Lejos de aproximarse a los parámetros exigidos por la Unión Europea, la situación ha empeorado: 76.500 personas han sido detenidas, de las cuales 36.000 han sido enviadas a prisión; también han detenido a numerosos diputados; han cerrado cientos de escuelas, universidades u hospitales; más de 100.000 empleados públicos han sido suspendidos de empleo y sueldo…
Una de las cuestiones que tiene que quedar clara es que la llamada “crisis de los refugiados” no tiene un carácter transitorio; Siria se encamina a una situación de partición, hacia una situación como la que se ha producido en Irak. En muchos lugares del país será imposible vivir y muchos de los refugiados no van a poder volver porque en sus lugares de residencia han podido ser sus “opuestos” quienes hayan ganado.
En definitiva, nos encontramos ante una situación dramática que va a perdurar en el tiempo y a la que la Unión Europea le va a tener que dar una salida como si de una región mayor de edad se tratara. Europa es frontera de muchas zonas de conflicto; no solo en Siria, también en África, el este europeo…
No podemos actuar con estrategias cortoplacistas. Si queremos dar un cauce razonable a la emigración, una de las principales prioridades debe ser para la Unión Europea llegar a acuerdos intensos de cooperación en origen. No es fácil, es cierto, si se analizan las zonas de conflicto y de muy deficiente situación económica, se puede observar que es enormemente complicado democratizar y pacificar algunas de ellas, al igual de complicado que es disminuir la brecha existente de la UE y cualquier zona del África Subsahariana, por ejemplo, a través de la cooperación, del comercio o de las inversiones.
El problema suscitado requiere de un debate serio; un debate que debe encontrar solución no solo dentro de la Unión Europea, sino de manera coordinada con otras regiones del mundo que puedan ayudar a hacerlo de una forma programada y coherente. ¿Cuántos migrantes puede recibir la UE? ¿Qué perfil puede ayudar a mejorar las deficiencias demográficas que tiene la sociedad europea?
Además de resolver este tipo de cuestiones, es necesario “comunitarizar” una política de asilo coherente. Este no es un problema de Grecia, de Italia o de España, se necesita la colaboración efectiva de todos los estados, independientemente de su situación geográfica o de sus condiciones económicas, sólo así, con un enfoque global, lejos de propuestas individualizadas, se podrá dar una salida a largo plazo a esta crisis. Con un norte claro, el de profundizar en una Europa que con una sola voz dé un paso adelante desde el compromiso con los derechos humanos y la solidaridad recuperando el sentido de sus valores fundacionales. Lo dramático es que, después de tantos meses, aún no hemos sido capaces de fijar ese rumbo.

Artículo publicado el pasado miércoles, 14 de diciembre, en Vozpopuli.

 


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