miércoles, 5 de octubre de 2016


En política, demagogias, las justas
Ayer acudí a la presentación  del libro ‘Noticias, las justas’; un trabajo que aborda el reto de adaptar el lenguaje jurídico –también el científico o el tecnológico- para que pueda ser trasladado al conjunto de la sociedad de una manera divulgativa. El dilema es claro: trasladar una argumentación rigurosa que puede ser complicada de entender, o sintetizar el mensaje a riesgo de hacerlo simplista o incluso inexacto. El equilibrio justo, evidentemente, no es sencillo, aunque, como explicó el coordinador del trabajo, el periodista Sergio Martín, exige la actuación de “gente valiente dispuesta a realizar ese esfuerzo”.
Traigo a colación este tema porque es un dilema que también afecta a la política. De hecho, aunque nuestra labor principal sea legislar, gestionar y controlar, también es cierto que nos corresponde trasladar nuestra actuación a la sociedad que nos elige periódicamente y a la que representamos en las instituciones. Así pues, a esa sociedad nos debemos y ella será quien nos juzgue, por lo que es importante saber comunicar nuestro proceder a quienes han delegado en nosotros la toma de decisiones que les afectan en su día a día.
Hasta hace pocos años se venía imponiendo la gris argumentación rigurosa, pero poco a poco el marketing ha motivado que todos hayamos moldeado nuestro discurso para hacerlo más cercano a la ciudadanía. Sin embargo, la irrupción de nuevos partidos políticos acompañados por el frenético avance de los medios de comunicación y de la manera de comunicar, han provocado un exceso de simplificación de los mensajes, limitándolos a frases llamativas, a titulares buscados o a reflexiones de 140 caracteres.
Como bien aconsejó ayer la periodista María Eizagirre Comendador en su alocución acerca de su capítulo del libro, “debemos ir más allá de los titulares; en el cuerpo de la noticia están los matices importantes”. Y es que últimamente se prodigan en exceso en política las declaraciones rimbombantes y que endulzan los oídos de la ciudadanía, de los electores, pero que, sin embargo, no profundizan en los contenidos: las propuestas, las soluciones, los impedimentos que existen… Quienes toman decisiones no siempre pueden agradar a todos, no siempre alcanzan hasta donde el propio dirigente hubiera querido llegar, no siempre comunicarán temas que gusten oír a toda la ciudadanía…
Efectivamente, y también en política, hay que ser valiente para comunicar bien, pero también hay que ser valiente para comunicar con razonamientos y argumentaciones completas, y con veracidad (a no ser que se prefiera seguir la torticera doctrina de Maquiavelo); se lo debemos a las personas que nos eligen y a las que representamos.
Es evidente que también nosotros debemos realizar el esfuerzo de adaptar el lenguaje a la manera de comunicar del siglo XXI para divulgar nuestra labor como representantes públicos, pero no debemos dejar de lado el rigor y la exactitud en ese proceder con el único objetivo de obtener un beneficio electoral. Parafraseando el título del libro: demagogias, las justas.

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